lunes, 1 de agosto de 2016

UNA AUDAZ PETICIÓN A LOS CARDENALES

Una caída estrepitosa no es nada, al fin de cuentas, en el teatro de diversiones en que ha devenido el mundo. Con ochenta años a cuestas y esos fastidiosos paramentos, con el turíbulo en ristre para sofocar a los circunstantes, la caída de Francisco no sorprendería si no fuera ésta la segunda vez que da con su humanidad por el suelo en pocos meses, ambas ante sendos significativos iconos de la Virgen (la de Guadalupe, en México, y la de Czestochowa, en Polonia). Esto último dio lugar a no pocas suspicacias entre católicos debidamente hastiados con Bergoglio, que ven tales desplomes como otros tantos signos, dos más entre los muchos que se prodigaron desde la caída del rayo sobre la cúpula de San Pedro el mismo día en que Benedicto XVI anunció su renuncia. Signos promisorios esta vez, obrados ante la faz de Aquella que fue llamada «vencedora de todas las herejías», Aquella capaz de poner en fuga a los demonios.

Mucha más monta tienen, en rigor, los diecinueve tropiezos contantes y sonantes que un grupo de teólogos, estudiosos y profesores de todo el mundo han reconocido en la Amoris Laetitia puestos ante el insufrible texto, pudiendo -ellos así lo aclaran- estirarse mucho más el número de los dislates («las censuras no tienen la intención de ser una lista exhaustiva de los errores que la Amoris laetitia contiene a la luz de una lectura obvia; más bien procuran identificar las peores amenazas a la fe y a la moral católicas contenidas en el documento»). El caso es que surgió de éstos la valiosa iniciativa de dirigir al cardenal Angelo Sodano, decano del Sacro Colegio, y a los restantes 218 cardenales, un documento de trece páginas disponible en seis idiomas para que los purpurados, a fuer de consejeros oficiales del Pontífice, insten a éste a «repudiar los errores presentes en el documento de manera definitiva y final» y a «declarar autoritativamente que no es necesario que los creyentes crean lo que se afirma en la Amoris Laetitia». 


«El problema de la Amoris laetitia no estriba en que haya impuesto normas legalmente vinculantes que resultan intrínsecamente injustas o que haya impartido con autoridad enseñanzas vinculantes que son falsas. El documento no tiene autoridad para promulgar normas injustas o para exigir el asentimiento a enseñanzas falaces porque el Papa no tiene el poder de hacer esto. El problema con el documento es que puede corromper a los católicos induciéndolos a creer lo que es falso y a hacer lo que está prohibido por la ley divina», señala el texto que encabeza la lista de las diecinueve proposiciones condenadas, a todas las cuales se les adjunta una doble censura teológica, una según sus contenidos específicos y la otra según los efectos nocivos de las mismas. Así, y en una salutífera vuelta al vocabulario que usara antaño la Iglesia para impedir la propagación del tifus de los espíritus (esto hasta que Juan XXIII decretó que los errores se combatían eficazmente a sí mismos y que la verdad era capaz de triunfar a instancias del teológico laissez faire), cada proposición va tachada con la calificación de haeretica, sacrae Scripturae contraria, de erronea in fide y aun de scandalosa, prava, perversa, impia, blasphema. El texto completo, en inglés, puede leerse aquí. La carta que lo acompaña, dirigida al cardenal Sodano con las 45 firmas al pie, consta aquí.

Es de esperar -como así han de saberlo los firmantes de la apelación- que una gran parte del Colegio Cardenalicio guarde un silencio granítico sobre la urticante cuestión. Pero también creemos que puede urgir a pronunciarse al menos a esos pocos purpurados que, puestos en la encrucijada, no admitan seguir evadiendo su responsabilidad cuando quienes les cascotean el rancho (varios de los cuales son orbitalmente reconocidos en el mundo intelectual católico) exponen su nombre y apellido, con el consabido riesgo de sufrir represalias a instancias de un pontífice -o de cualquiera de sus satélites- que ha demostrado el recelo y la propensión a la venganza propios de un Calígula.

Lo dice uno de los audaces remitentes de la súplica: luego de haber agotado todas las instancias posibles en esto de denunciar los desvíos y de requerir la necesaria rectificación (recibiendo de Bergoglio apenas el desdén, la befa más o menos elíptica o el más insultante de los silencios), será hora de «empezar a estudiar la  solución representada por la salida del obstinado Bergoglio del Sacro Solio, por deposición o mejor aún por abdicación, revisando la cuestión del así llamado "semi-conciliarismo" (es decir, de cómo la pars sanior del Sacro Colegio pueda quitarle la confianza al Papa sin deponerlo formalmente, sancionándolo con una censura de tipo ético). Esta última hipótesis representaría la "solución más radical", impuesta por el estado de necesidad gravísimo en el que se debate la Iglesia».