martes, 27 de diciembre de 2016

LA SORDERA Y LA CEGUERA DEL IMPÍO

por Cesare Baronio
traducción por F.I. (original aquí)

El dolor, el sufrimiento, la muerte. No es fácil, creedme, hablar de temas tan elevados sin ser invadidos por un temor reverencial. Y compulsar la Sagrada Escritura, los escritos de los Santos Padres, los documentos del Magisterio, las fuentes litúrgicas demuestra que es precisamente en el misterio del sufrimiento humano que nuestra religión se muestra en toda su inefable perfección, y se erige como la única respuesta creíble a nuestras preguntas. Pues Cristo ha cumplido la obra de la Redención a través de la Pasión y la Muerte, haciendo del dolor instrumento de salvación y de rescate, pero también motivo de esperanza.

El sentido del sufrimiento humano es un compendio de nuestro Credo, porque en el sufrimiento se cumplió el nacimiento, la vida y la muerte de Aquel que, encarnándose en el seno de la Virgen María, derrotó a la muerte del cuerpo, pero más aún la muerte del alma.

Pero justamente porque el sufrimiento está íntimamente ligado a los misterios de nuestra fe -la Santísima Trinidad, la Encarnación, la Pasión, la Resurrección-, no es posible dar una respuesta a la espontánea pregunta del hombre sin involucrar todas las verdades de la Fe, ya que todos los dogmas -incluso los que pueden parecer más marginales- expresan su razón propia y su necesidad. Negar sólo uno de los dogmas de nuestra fe supone socavar todo el edificio católico, pero aun antes supone profanar aquel corpus orgánico perfectísimo que la infinita Sabiduría de Dios ha colocado como único instrumento de salvación eterna para el hombre corrompido por el pecado. Significa, en última instancia, negar cuanto nuestro Señor nos enseñó no para instruirnos intelectualmente sino para permitirnos -aunque indignos de ello- restaurar el orden admirable que por nuestra culpa hemos roto en Adán. Significa atentar contra el mismo Cristo, siendo Él mismo la Verdad, el Verbo eterno del Padre. 

Las religiones falsas -y con ellas las sectas heréticas- son intrínsecamente malvadas y odiosas a los ojos de Dios justamente porque corrompen y vuelven instrumento de condenación eterna incluso lo que en ellas puede haber de verdadero, del mismo modo como un veneno emponzoña el agua en el que se diluye. Así el concepto del Dios único, cuando legitima la idolatría islámica o la perfidia judía negando la Santísima Trinidad; así la unicidad del Divino Mediador, cuando es tomada por los luteranos como pretexto para negar la mediación de la Iglesia o de la Virgen Santísima; así la veneración hacia las antiguas comunidades apostólicas entre los heterodoxos de Oriente, cuando se utiliza para negar el primado del Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia de Roma, o la infalibilidad del Vicario de Cristo. He aquí porqué el verdadero celo cristiano,0 en el trato con los adeptos de las supersticiones o de las idolatrías, o con los seguidores de la herejía y el cisma, no puede buscar lo que une al Santo con el errante, sino por el contrario lo que separa a este último de la Verdad, que es única y no fragmentada. Que no admite jerarquías entre lo que es más verdadero que otra verdad. La Verdad es tal en su integridad: sustraerle incluso una parte infinitesimal es imposible, ya que la Verdad es divina, ya que ella es Dios mismo, y en Dios todo es divino e igualmente adorable. 

Hablar del dolor y de la muerte implica en primer lugar hablar del pecado original. Supone explicar que la falta cometida por Adán fue transmitida a toda la humanidad, y que esta culpa fue infinita porque Dios es infinito, ofendido por el pecado del Protopariente. Hablar del dolor y de la muerte implica aceptar que hay una Justicia divina que exige reparación, y que a la infinita Majestad de Dios ofendida por Adán tenía que corresponderle una reparación infinita, posible sólo de parte de Aquel que, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, podía llevar a cabo un sacrificio infinitamente reparador en nombre de cada hombre. Hablar del dolor y de la muerte implica admitir la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que Lucifer no quiso comprender cegado por el orgullo. Significa aceptar que la muerte, la enfermedad, el sufrimiento, la ignorancia son el justo castigo por un crimen que en Adán todos hemos cometido. Significa creer que Jesucristo dio pruebas, con sus milagros, de ser verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías que los profetas habían anunciado. Significa comprender el sacrificio de Cristo en la Cruz, que no sólo ha redimido la culpa de Adán sino cada pecado de cada hombre, desde Adán hasta el fin del mundo. Hablar del dolor y de la muerte implica acoger el Bautismo no como la admisión a una comunidad, sino como el baño que en la Sangre del Cordero nos purifica del pecado original y nos hace dignos de ser hijos de Dios; implica aceptar la Confesión como un Sacramento que, por los méritos infinitos de Cristo, nos hace nuevamente dignos de merecer el cielo y, en esta tierra, de recibir el Cuerpo del Señor; implica acoger el inefable misterio de la Santísima Eucaristía, que hace al Rey de Reyes presente en nuestros altares para renovar de manera incruenta su Sacrificio, por el ministerio de los Sacerdotes, cumpliendo de manera perfecta un acto de adoración, de acción de gracias, de expiación y de súplica a la Divina Majestad a través del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo; implica acoger todos los Sacramentos como vehículos de la Gracia divina. Hablar del dolor y de la muerte obliga a reconocerse parte de la Comunión de los Santos; nos insta a creer en la necesidad de los Sufragios, en el tesoro de las Santas Indulgencias, en la intercesión de la Virgen y de todos los santos, y por consiguiente en el deber de rendirles culto de veneración. Supone prestar fe y obsequio a la palabra de la Iglesia, que en los Sucesores de Pedro está llamada a salvaguardar infaliblemente y sin defecto la enseñanza de Cristo, patente en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición. Hablar del dolor y de la muerte supone también creer en el Juicio particular y en el universal, en la pena eterna del Infierno, en la bienaventuranza eterna del Paraíso, en la purificación transitoria del Purgatorio, en la condición de las almas incapaces de vida sobrenatural confinadas en el limbo, y por ello en la necesidad del Bautismo como medio de salvación eterna, por lo que la Iglesia está llamada a predicar a todas las naciones y a bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Hablar del dolor y de la muerte nos lleva a entender la necesidad de someter el intelecto a Dios revelante, en el acto de Fe; a confiar que el Señor nos concede los medios para mantenernos en Su Gracia, en el acto de Esperanza; a amar a Dios y al prójimo por amor de Dios, en el acto de Caridad. A practicar la virtud, a rehuir el vicio, a tender a la perfección. A unirnos, miserables tal como lo somos, a la Cruz de Cristo, dando precisamente un sentido al dolor y a la muerte, aceptando a ésta y a aquél en reparación por nuestros pecados, y por nuestros seres queridos, y por los pecadores, y por los difuntos.

Y esta fe es capaz de ser sondeada tanto por la inteligencia del sabio como por el sensus fidei del simple, ya que ambos saben que Dios no puede engañarnos. Esta fe está animada por el Santo Temor de Dios, para que no presumamos salvarnos sin méritos ni desesperemos de la salvación eterna.

El sordo no oye, y no sabe lo que son los ruidos, los sonidos, la música. No puede comprenderlos. El ciego no ve, y no sabe lo que son los colores, no puede imaginarse la luz ni los matices de un crepúsculo. Del mismo modo, en las cuestiones espirituales hay sordos y ciegos: no entienden y no pueden imaginar la armonía de la Verdad, su relación íntima con la Caridad -ya que ambos son atributos divinos- y no pueden captar los matices delicadísimos de la Gracia. A éstos, auténticos desventurados, la Redención obrada por Cristo y perpetuada a través de los siglos por su Iglesia les entreabre los ojos, les abre los oídos y los restaura admirablemente en la antigua perfección, añadiendo algo que la Creación no les había dado: los infinitos méritos de Nuestro Salvador, conquistados en el madero de la Cruz.

Pero también hay sordos que no quieren oír y ciegos que no quieren ver, porque el orgullo luciferino los vuelve tales, y les impide inclinarse, doblar sus rodillas, invocar: ¡Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí!  Éstos frustran el Sacrificio de Cristo, y al pecado original y a sus pecados personales añaden también el desprecio de Dios que, sumamente Misericordioso, en el dolor y en la muerte de su Hijo ha aplacado su ira. 

Estos sordos y ciegos no quieren aceptar que el dolor y la muerte, justo castigo por el pecado, se han convertido en Cristo en instrumento de salvación eterna. No tienen respuestas. No quieren tenerlas, y a su vez no saben darlas. 

Es por eso que lo que leemos con horror -a saber: que Dios ha sido injusto, ya que mandó a morir a su Hijo- es una blasfemia. Y es tanto más grave cuanto que, lejos de dar un sentido al sufrimiento, y más aún el de los inocentes -que, uniéndose espiritualmente al Cristo sufriente, pueden penetrar en el Cielo e invocar gracias para la Iglesia- los escandaliza, vuelve estéril su dolor, frustra su pequeño o gran sacrificio, y ultraja de nuevo, en los pequeños, al mismo Cristo. Se atreve a acusar a Dios Padre de ser injusto -¡es para temblar de horror!- siendo que la Cruz de Cristo es el acto de suprema Justicia, y al mismo tiempo de infinita Misericordia, de los cuales sólo Dios es capaz.

Frente a este abismo de ceguera y sordera espiritual, nuestro corazón no sólo se indigna sino que se quiebra de dolor. Porque vemos una distancia insalvable, un negro abismo que se abre ante el infierno. Ninguna esperanza, ninguna respuesta. Un silencio oscuro y sombrío. Una desesperación honda que esconde, detrás de la presunción de salvarse sin mérito, un pecado que clama venganza ante Dios, una culpa que ni siquiera Dios puede perdonar. El pecado de Lucifer. 


9 comentarios:

  1. Impresionantes, verdaderas y auténticas palabras. Muchas gracias por este texto que de forma tan clara y contundente resume nuestra fe. Que Dios le bendiga. Y que en su misericordia acorte esta prueba tan dura y difícil por la que está pasando la Iglesia.

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  2. ¿acaso el ecumenismo vaticano segundista no contradice al párrafo cuarto?

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  3. Parece que blasphemoglio en el fondo quisiera ser mas bueno que Dios y por eso cada cosa que dice es para enmendarle la plana. Por eso blasphemoglio y cia ODIAN Trento y la verdadera misa.

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  4. Brillante el artículo de Cesare Baronio, y no menos brillante la traducción de Flavio Infante. Atreverse a acusar a Dios de injusticia, menuda blasfemia… Por nada del mundo querría estar en el pellejo de Bergoglio cuando suene la hora de la justicia divina. Pero en el pasaje incriminado hay otra blasfemia colosal, que aparentemente ha pasado desapercibida: la de afirmar que se desconoce la causa del sufrimiento. Las implicancias de esa aseveración son escalofriantes. Es bien sabido que el mal es la consecuencia del pecado original cometido por nuestros primeros padres a instancias del demonio, el padre de la mentira. Y que el mal no existía en los orígenes de la humanidad. Y que para salvar a los hombres del pecado, del demonio y de la condenación eterna, Dios se hizo hombre en la persona de Jesús de Nazareth, sufrió el mal en carne propria y murió en la Cruz, en reparación por los pecados de la humanidad caída. Es en unión a Cristo, nuestro adorable Redentor, que debemos soportar pacientemente los males de esta vida, a la espera de la gloriosa resurrección de los hijos de Dios para la vida eterna, allí donde Dios « enjugará toda lágrima de sus ojos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. » (Ap. 21, 4) Decirle a un niño sufriente que no hay respuesta para su dolor, que el mal es absurdo y gratuito, equivale a decirle que Dios es cómplice de su sufrimiento y responsable de su dolor, pues, siendo Todopoderoso, no hace nada para ayudarlo. El mensaje es implícito pero de una claridad meridiana: Dios es responsable de la situación, no es capaz de compadecerse de nuestras penas ni de tendernos una mano, le resultamos completamente indiferente, en definitiva, Dios es un ser egoísta, cruel y malvado. Pero eso ya lo sabíamos, pues fue El quien, según el evangelio luciferino que predica « Francisco », envió injustamente a la muerte a Jesús… Nos hallamos ante la negación tácita de la redención operada por Nuestro Señor y de la misión legada a su Cuerpo Místico de proseguir su obra redentora en la tierra aguardando su Segunda Venida. Llamemos a las cosas por su nombre: este hombre nos está predicando el anti-evangelio de la contra-iglesia satánica. El mensaje que subrepticiamente Bergoglio transmite al mundo es que no podemos contar con Dios, ya que El sería o bien indiferente o bien impotente ante el sufrimiento humano. Semejante mensaje, viniendo de parte de quien supuestamente es el « Vicario de Cristo » en la tierra, es simplemente in-con-ce-bi-ble. Criminal. Y, para decirlo sin ambajes, lisa y llanamente diabólico…

    http://saint-remi.fr/fr/livres/1436-tres-anos-con-francisco-la-impostura-bergogliana.html

    http://www.catolicosalerta.com.ar/bergoglio04/bergoglio-francisco-en-cuatro-idiomas.pdf

    http://novusordowatch.org/2016/12/bergoglian-deceit-miles-christi/

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    1. y este que mensaje transmite al mundo don Ale:

      http://adelantelafe.com/de-la-gloria-del-olivo-el-mayor-y-mejor-guardado-secreto-de-la-iglesia-postconciliar/

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    2. Estimado Don Anónimo (¿nos conocemos?): Debo confesar que desconocía este extenso y muy interesante estudio del Padre Gálvez, por lo que le agradezco haberme brindado la oportunidad de descubrirlo. Es un texto extenso y denso, comprenderá que me resulta imposible entrar en un comentario detallado del mismo. En todo caso, se trata de un trabajo serio, que amerita ciertamente lectura y reflexión. Y mayor difusión de la que, a mi parecer, ha tenido, pues ya le digo que no lo conocía. Tengo varias discrepancias puntuales, que el marco de este espacio me impide pormenorizar, pero comparto el análisis de conjunto, particularmente la puesta en evidencia de la heterodoxia del "papa emérito", el supuesto "restaurador" de la "tradición" para los "conservadores" que viven somnolientos en su inasequible nube de humo "continuista"... Con respecto a la interpretación que da el Padre Gálvez del lema "de gloria olivae" que, justamente, es el que corresponde a BXVI, si bien ella no carece de fundamento y merece ser tomada en consideración, le confieso que, en lo personal, no me termina de convencer, ya que la alusión a la agonía de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos, aplicada en este caso a su Cuerpo Místico, me parece que no puede circunscribirse al solo "pontificado" de Ratzinger, sino que debe hacerse en sentido propio al CVII, evento a todas luces escatológico, el "concilium malignantium" de los enemigos de Dios y de la Iglesia, (como lo describe precisamente el salmo XXI), la "asamblea de los malvados" en la cual comienza literalmente a verificarse históricamente la pasión de la Iglesia, que no es otra, y en eso coincido con el Padre, que la de Nuestro Señor en su Cuerpo Místico, la Iglesia...

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  5. D. Flavio, ¿qué piensa al respecto de la inclusión -el pasado 2015- de San Gregorio de Narek como Doctor de la Iglesia frente a candidatos de mayor peso específico, p. ej. S. Luis María Grignion de Montfort ó San Ignacio de Loyola?

    PS. Si alguien tiene una respuesta precisa agradeceré su intervención.

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    1. Me obliga Ud. a indagar en el tema: de san Gregorio de Narek no puedo decir nada. Razón suficiente para reclamar yo también una respuesta de quien pueda aportarla.

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  6. Que son arbitrarios en todo lo que hacen puede ser una respuesta. Hacen sus caprichos y no la voluntad de Dios.

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