sábado, 30 de abril de 2016

FRANCISCO EN LESBOS: LA INMIGRACIÓN MUSULMANA ES UN DON PARA EUROPA

por Alejandro Sosa Laprida
(disponible en pdf pulsando aquí)

Tenía pensado escribir algo acerca de Los amores de Leticia[1], la nueva Exudación Escatológica[2] de « Papa Francisco », pero dado que mucho y bueno se ha publicado ya al respecto[3], y que a decir verdad no sabría yo qué agregar a lo dicho, se me ocurrió que echar un vistazo a la reciente « gira apostólica » lésbica del humilde y misericordioso huésped de la Casa Santa Marta no estaría de más. Auténtico Lepanto invertido, con un « Soberano Pontífice » por cierto muy diferente de San Pío V como protagonista, ya que en vez de repeler al invasor musulmán le abre las puertas de par en par de una Europa moribunda y resueltamente decidida a « eutanasiarse » con toda dignidad...

Cabe destacar de este viaje dos gestos « pontificios » de hondo calado simbólico: 
1. El « Santo Padre » se trajo en su Vativuelo a doce mahometanos consigo a Roma. 
2. Lanzó su llamado a la invasión islámica nada menos que desde la mítica isla deLesbos, a modo de manifiesto ideológico subliminal que lleva la inequívoca rúbrica del Averno, dado que no es ningún secreto que la tierra de Safo representa de manera emblemática la ideología mortífera que promueven desembozadamente la Unión Europea y  subrepticiamente el farsante que hipócritamente se cuestiona ante las cámaras del sistema: « ¿Quién soy yo para juzgar ? » …


[2] Utilizo el término en sus dos acepciones de estudio de los excrementos y de ciencia de las postrimerías.

« En una decisión que sorprendió al mundo y una movida política audaz, Francisco se llevó de regreso a Roma, en el vuelo papal, a tres familias sirias. Doce refugiados en total [todos musulmanes], seis adultos y seis menores, a quienes el Vaticano ayudará a rearmar sus vidas lejos de las bombas que destruyeron sus casas. La acción del Papa significó un llamado de atención a la dirigencia política europea, incapaz de enfrentar la peor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial[1]. »

Europa se halla sumergida por la inmigración de masa musulmana. La situación es tan explosiva que no se ve como podría evitarse que tarde o temprano se produjera una guerra civil. Pero Francisco hace la apología del inmigracionismo. Y tan descaradamente  que no vacila en culpabilizar a los europeos y en pedir perdón a los inmigrantes por la « mala acogida » que se les reserva en Europa, lo cual, además de ser totalmente falso, contribuye a reforzar la hostilidad y el desprecio de los inmigrantes musulmanes hacia esa horrible sociedad  « racista », blanca y cristiana, que tan mal los recibe:

« ¡Demasiadas veces no los hemos acogido! Perdonen la cerrazón y la indiferencia de nuestras sociedades que temen el cambio de vida que su presencia requiere. Tratados como un peso, un problema, un costo, sin embargo, ustedes son un don[2]. »

Sin embargo nadie ignora que los refugiados son alojados, alimentados, vestidos y curados gratuitamente en toda Europa y que no sufren ningún tipo de maltrato. Desgraciadamente, no puede decirse que exista reciprocidad en el respeto de parte de las hordas musulmanas hacia los nativos del viejo mundo:

« Alemania vive con estupor e indignación el goteo de denuncias, hasta noventa ya, presentadas por mujeres víctimas de agresiones sexuales y robos durante la Nochevieja en las proximidades de la estación central de trenes de Colonia, donde se encontraban reunidos alrededor de un millar de inmigrantes, que se coordinaron para llevar a cabo estos delitos, además de al menos un violación y un número importante de robos[3]. »

El flujo masivo incesante de migrantes mahometanos es celebrado por Francisco, quien para designar a Dios utiliza maliciosamente una expresión típicamente islámica, la « basmala »[4], y afirma imperturbable que la inmigración es fuente de « encuentro entre culturas y religiones diversas »…

« Son el testimonio de cómo nuestro Dios [!!!] clemente y misericordioso sabe transformar el mal y la injusticia que sufren en un bien para todos. Porque cada uno de ustedes puede ser un puente que une a pueblos lejanos, que hace posible el encuentro entre culturas y religiones diversas, un camino para redescubrir nuestra humanidad común[5]. »


 
 Francisco saludando a inmigrantes en un centro de refugiados de Lesbos[6]

Los cristianos son degollados, crucificados y masacrados en muchos países islámicos. Sin embargo, Francisco no dice nada al respecto, no mueve un dedo para impedir el genocidio, cuando su inmensa influencia internacional podría ser decisiva para obtener la protección de las minorías cristianas. Y además se trajo de Lesbos a Roma doce inmigrantes musulmanes en su vuelo papal. Ningún cristiano. Dato geográfico revelador de la manipulación inmigracionista: Lesbos queda a solamente 10 km. de Turquía y a 1200 km. del Vaticano. Según Francisco, Europa, continente que según las previsiones demográficas será mayoritariamente musulmán dentro de veinte o treinta años, debe abolir las fronteras y aceptar de buen grado la invasión de los mahometanos:

« Vosotros, habitantes de Lesbos, demostráis que en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el corazón de una humanidad que sabe reconocer por encima de todo al hermano y a la hermana, una humanidad que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros con el fin de sentirse más seguros. En efecto, las barreras crean división, en lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o después, provocan enfrentamientos[7]. »

Para Francisco Europa no se define por ser la cuna de la civilización cristiana, sino la patria de los « derechos humanos » laicos y masónicos:

« Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo[8]. »

La Europa revolucionaria de los « Derechos Humanos » anticristianos rechazó a Cristo y persiguió a la Iglesia. Pues bien, tiene ahora en el Islam su merecido castigo. No quiso cristianizar a África durante la era colonial en nombre del principio masónico de la « laicidad » del Estado: pues ahora los africanos y los árabes se encargarán de islamizarla. Actualmente, la Unión Europea  combate encarnizadamente el matrimonio natural y las familias numerosas en nombre del feminismo, del homosexualismo y de la gender theory: los musulmanes se ocuparán de rellenar el gigantesco bache demográfico de este continente otrora cristiano el cual, víctima de una ideología mortífera y de un enceguecimiento culpable, cava alegremente su propia tumba…

Y para ello cuenta con la inestimable cooperación de « Papa Francisco », principal agente revolucionario del planeta y promotor acérrimo del mundialismo laico, multiculturalista e inmigracionista…

Según Francisco, los musulmanes son « hijos de Dios »:

« No hice ninguna selección entre cristianos y musulmanes. Estas tres familias tenían los papeles en regla, los documentos en regla, y era factible. En la primera lista, por ejemplo, había dos familias cristianas, pero no tenían los documentos en regla. No se trata, pues, de un privilegio; estas doce personas son también hijos de Dios. El “privilegio” es ser hijos de Dios, esto es verdad[9]. »

Pero cualquier cristiano medianamente instruído sabe perfectamente que eso es una mentira colosal: sólo los bautizados son hijos de Dios, elevados a la vida sobrenatural por la gracia divina. Los demás hombres son solamente creaturas de Dios, llamadas a volverse hijos de Dios por la fe en Jesucristo. Si todos fueramos « hijos de Dios », ¿qué sentido tendría el anuncio del Evangelio ? ¿Qué sentido tendría el bautismo ? Podrían citarse infinitos pasajes de la Sagrada Escritura o del Magisterio de la Iglesia para demostrar el carácter falaz de los dichos bergoglianos. En aras de la brevedad, veamos lo que al respecto nos ha dado a conocer el Espíritu Santo a través del discípulo amado del Señor en el prólogo de su Evangelio:

« A los suyos vino, y los suyos no lo recibieron. Mas a todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. » (Jn. 1, 11-13)

No es la primera vez que Francisco sostiene esta patraña públicamente. A modo de ejemplo, recordemos sus palabras en el Vídeo del Papa del mes enero de este año, en el cual presentaba simultáneamente símbolos católicos, judíos, musulmanes y budistas a la vez que afirmaba desvergonzadamente: 

« Muchos piensan distinto, sienten distinto, buscan a Dios o encuentran a Dios de diversa manera. En esta multitud, en este abanico de religiones hay una sola certeza que tenemos para todos: todos somos hijos de Dios[10]. »

La filiación divina es un don sobrenatural que el hombre recibe por la fe en Jesucristo. Si todos los hombres fuesen hijos de Dios, quedaría abolida la distinción entre el orden de la naturaleza y el orden de la gracia, entre el Creador y la creatura, y estaríamos en pleno panteísmo. Ahora bien, hay innumerables textos de Francisco que demuestran su adhesión al inmanentismo evolucionista gnóstico, en la línea del jesuita apóstata Pierre Teilhard de Chardin:

« Dios es luz que ilumina las tinieblas y que aunque no las disuelva hay una chispa de esa luz divina dentro de nosotros. En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque nuestra especie termine [!!!] no terminará la luz de Dios que en ese punto invadirá todas las almas y será todo en todos[11]. »        
                                                                                                             
« Yo creo en Dios, no en un Dios católico; no existe un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su Encarnación. Jesús es mi maestro, mi pastor, pero Dios [Negación implícita de la divinidad de Nuestro Señor], el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Éste es mi Ser [El cual es, por consiguiente, divino][12]»                                                                                                            

La herejía sostenida públicamente por Francisco es patente, pero resulta que nadie se inmuta. Lo cual es por cierto consternante, pero fácilmente explicable. Esta situación absurda se debe a que todo el mundo está completamente idiotizado por más de medio siglo de « ecumenismo » y de « interreligiosidad » conciliares. Sin embargo, quien adhiriese a las palabras de Francisco, habría dejado ipso facto de profesar la fe católica. Objetivamente, esto es incuestionable. Pero sucede que el grado de incultura religiosa es tal que nadie se percata de ello y que la inmensa mayoría de los neo-católicos conciliares no percibe la incompatibilidad radical que existe entre el catolicismo y la « religión ecuménica conciliar », la cual se evidencia en Francisco con claridad meridiana…

Francisco es un agente activo del mundialismo religioso y político al servicio del proyecto iluminista de las Naciones Unidas. Las fronteras deben desaparecer, las naciones deben abdicar su soberanía en provecho del mundialismo ecológico, tanto los pueblos como los individuos deben perder su identidad y su memoria, sometiéndose al  « multiculturalismo » y al « inmigracionismo. »


         Francisco lavando los pies de doce inmigrantes musulmanes el Jueves Santo[13]

Con el episodio de Lesbos hemos asistido a un capítulo más de la maléfica obra de devastación espiritual, cultural y social ejecutada por el falso profeta argentino quien, en una suerte de espeluznante Lepanto invertido, abrió las puertas de Europa al islam conquistador, con el añadido altamente simbólico de haber perpetrado su fechoría nada menos que en la isla de Lesbos, la cual representa universalmente el homosexualismo, cuya dictadura ideológica hace estragos en el mundo cristiano ante el silencio cómplice de Francisco…

Porque es bien sabido que el pecado, la ofensa a Dios y la condenación eterna carecen completamente de sentido para la fe gnóstica y naturalista de este ídolo de las masas descristianizadas. Lo único que cuenta para este ser insensato es resolver la « cuestión social » y proteger nuestra « casa común ». A este respecto, vale la pena citar tres declaraciones efectuadas hace pocos días en las que Francisco abogó una vez más por la implementación global del  mundialismo socialista y ecologista:

« Un verdadero planteamiento ecológico debe integrar medio ambiente y justicia, escuchando el clamor de la tierra y el grito de los pobres[14]. »

« El cambio climático supone uno de los principales desafíos actuales para la humanidad; para afrontarlo se requiere la solidaridad de todos[15]. »

« Esto es lo que me ha venido en mente -concluyó- Y ¿cómo se puede lograr? Simplemente siendo conscientes de que todos tenemos algo en común, de que todos somos humanos. Y en esta humanidad nos acercamos para trabajar juntos. ‘‘Pero yo soy de esta religión, yo soy de esta otra...’’ ¡No importa! Todos adelante para trabajar juntos. ¡Respetar a los demás! Y así veremos el milagro de un desierto que se convierte en bosque[16]. »

Lo único que importa, para este hombre cuya impiedad supera todo lo imaginable, es erradicar la pobreza, instaurar la « justicia social » y combatir el « cambio climático ». La pérdida de la fe, el laicismo, la pornografía, el aborto, la eutanasia, el « matrimonio » homosexual, la « teoría de género » y demás abominaciones de nuestras sociedades occidentales « pluralistas » y « democráticas » no parecen inquietar demasiado al impostor argentino.

Salvar el planeta del « cambio climático » y construir la sociedad multicultural y sincretista del Nuevo Orden Mundial luciferino, edificado sobre las ruinas humeantes de la civilización cristiana apóstata, tal parece ser el principal objetivo perseguido por este siniestro gurú mundialista, el cual se presenta falazmente ante el mundo como si fuera el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra, cuando en realidad no se trata más que de un vil impostor, un miserable usurpador de la Sede petrina, un esmerado y diligente precursor del Anticristo…


Para mayor información acerca de « Papa Francisco »:



[4] La basmala es una fórmula ritual islámica con la que se inician las suras o capítulos del Corán y dice así: En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso : https://es.wikipedia.org/wiki/Basmala
[8] Ibidem.
[11] Entrevista con Eugenio Scalfari el 24 de septiembre de 2013,  publicado el 1 de octubre en La Repubblica.
[12] Ibidem.

viernes, 22 de abril de 2016

SÍ. PUNTO

- Francis Rocca, del Wall Street Journal: [...] Algunos sostienen que no ha cambiado nada para que los divorciados que se han vuelto a casar accedan a los sacramentos; otros sostienen que ha cambiado mucho y que hay muchas nuevas aperturas. ¿Hay nuevas posibilidades concretas o no?

- Francisco: Yo puedo decir que sí. Punto.



- ¿Puede tenerse al perito químico Jorge Mario Bergoglio como reo de un sinfín de herejías ya condenadas por el Magisterio -señaladamente, en la última de sus deposiciones escritas, de aquella "moral situacional"que anula la ciencia moral al disolver la universalidad de la norma por una apelación insistente y maliciosa a los casos particulares, sirviéndose retorcer incluso para ello la enseñanza del Angélico respecto de la "indeterminación" inherente a lo particular y empleándola como réplica de lo común y universal? ¿Puede reconocérselo en la lodosa sima, en el bajo hondo de una concepción de la moral que, a instancias de la modernidad, declinó de normativa en descriptiva, y finalmente en encomiástica del vicio? 

- Sí. Punto.


- Este formidable asalto al matrimonio, última y estrenua embestida de cuantas éste viene padeciendo en su constitución natural y divina, que ha impulsado a Francisco I de las Pampas a afirmar, entre otros horrores, que «valoro al feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad» (AL 173), como si el feminismo no hubiera demostrado ser el más formidable ariete contra el matrimonio y el bien de las familias (fórmula, por lo demás, equivalente en su absurdo a otras que podríamos sugerirle al pontífice para futuros documentos: «valoro el comunismo cuando no pretende fomentar el odio de clases», o bien «valoro el judaísmo talmúdico mientras éste no maldiga a Nuestro Señor y a su Santísima Madre y no autorice explícitamente el fraude»); este avieso ataque, decimos, propiciado bajo la engañosa especie de una Exhortación Apostólica que mejor debiera llamarse Execración Apostática, ¿no remite acaso a aquella advertencia del Apóstol (I Tim. 4, 1ss.) acerca de ciertos «impostores cuya conciencia está marcada al rojo vivo, que proscriben el matrimonio» de un modo quizás menos frontal que aquel adoptado antaño por los albigenses, pero no menos eficaz por su astucia y lo pernicioso de sus efectos?

- Sí. Punto.


«El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas,
sino que sube por otra parte, es un ladrón y un salteador»
 
- Lo que se lee acerca de que «la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» (AL 296) es más bien aplicable  a la gracia, especialmente la que se asocia al initium fidei -pues nada de humano puede exigir el don divino y, como dice el Apóstol (Rm 5, 6), «cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores»-. Pero como al hablar del ejercicio de la caridad se supone ya el don habitual de la gracia y, con ella, una cierta noción de «mérito» (por esto se dice que la fidelidad a la gracia hace al hombre merecedor de nuevas gracias); afirmaciones como la arriba citada, por omitir deliberadamente toda alusión a la respuesta de la criatura, ¿no ceden acaso a un tenebroso fatalismo por el que la voluntad salvífica universal de Dios se trueca en una violenta imposición, anulando la libertad de la criatura y, con ella, su dignidad, y equiparando, de paso, la virtud y el vicio? ¿Esto último no es patente cuando increíblemente se dice que es posible «en medio de una situación objetiva de pecado [...] vivir en gracia de Dios» (AL 351)? El Gran Peronista en el Solio de Pedro, ¿no entenderá con estas pamplinas acrecer su contabilidad de muchedumbres, persuadido de que la bienaventuranza reside en el aplauso de los hombres? ¿No estaremos ante la enésima maquinación de este déspota oriental cuyo decoro mayor estriba en mantener en el infantilismo y la pereza a sus adeptos, es decir, a la desfigurada Iglesia discente?

- Sí. Punto.



- Este Teómaco sin bozal, este Que-no-entra-por-la-puerta, que ha hecho del profanísimo concepto de «integración» la clave de su excremencial alegato pro Satana («se trata de integrar a todos» AL 297; «la lógica de la integración» AL 299), tomando prestado de la jerga de los politicastros un término con el que éstos ostentan su solicitud por los pobres con el mismo estilo de Judas aquel Lunes Santo en Betania, y metiéndolo de contrabando en un documento magisterial; este desvergonzado sofista, decimos, con su captatio benevolentiae de las turbas a instancias de estudiados gestos de "cálida humanidad" que sólo sirven para llevarlas más expedito a la perdición, ¿no se parece a aquellos criminales de guerra que el genial novelista ruso puso entre sus páginas, que se prodigaban en arrumacos para hacer sonreír a los bebés de sus prisioneros, para inmediatamente luego matarlos con el fusil?

- Sí. Punto.


- ¿No es el prolongado letargo de obispos y cardenales, y el de toda la Iglesia con ellos, el que ha merecido esta pesadilla monstruosa de un Papa que asume el papel de Celestina, ventilando dispensas para el placer venéreo a los cuatro costados? ¿No es este Blasfemador Urbi et Orbi, este impulsor de sacrilegios a raudales, la paga acordada a la piedad degradada en tontería? ¿El salario de aquella negligencia que -como lo dijo inmejorablemente un gran español-, "cuando toca a las cosas sagradas merece llamarse traición"? ¿La limosna de los demonios a cuantos se adecuaron diligentemente a la ruptura conciliar como si nada fuera, como si fuera poco, como si fuera un bien?

- Sí. Punto.

lunes, 18 de abril de 2016

EL DÍA DEL GRAN COMBATE

por Don Elia
(traducción del original italiano por F.I.)

Es el triunfo de las tinieblas. De parte del falso vicario de mi Hijo ha llegado finalmente la autorización, si no el mandato, de arrojar por comida a los pecadores públicos, endurecidos y obstinados, Su preciosísimo Cuerpo (que yo misma le he proporcionado de mi propia purísima sustancia) unido indisolublemente a Su divinidad... aquella carne con la que se inmoló en la cruz como expiación por los pecados humanos y aquella sangre que derramó en rescate de la humanidad caída a causa de su prevaricación, aquella misma humanidad que ahora vuelve a comer su propio vómito pisoteando la gracia inestimable, absolutamente inmerecida, que el Fruto de mis entrañas le mereció conmigo, fundida con él en el Calvario. Ya no creen en el Sacrificio redentor, ya no saben más con qué impensable amor fueron amados, no se dan cuenta del terrible riesgo que corren... porque ya no reconocen sus pecados. Ahora se sienten plenamente confirmados por aquella que suponen la suprema autoridad moral  -y que lo sería, si no ocupase aquel lugar de modo ilegítimo e indigno.

Desde la tarde de ese viernes hasta la mañana del primer día de la semana fue para mí como lo es hoy para vosotros: una única, absoluta, interminable noche del espíritu. Yo escruté aquella oscuridad sideral, sostuve aquel vacío imponderable, me planté en la nada de la ausencia total de Dios, sin el mínimo sostén humano ni divino... excepto aquel de la llama de caridad y de fe que el Espíritu Santo nutría en mi Corazón Inmaculado, a tal punto escondida en él que ni siquiera yo reconocía la luz. Fue el amor quien mantuvo encendida en mí la fe: sólo por amor quise seguir creyendo, a pesar de la desmentida radical y aparentemente irreversible de los hechos. Yo sabía, ciertamente sabía que había dado a luz a un hijo que iría a resucitar; pero ¿acaso el conocer las promesas de Dios le evita a uno el ser desgarrado no ya por la duda, sino por la agonía de ver el propio Amor, la Vida de la propia vida, yacer sin vida en el sepulcro, hecho irreconocible a causa del odio satánico?

También Su Cuerpo místico, nacido del agua y de la sangre de Su costado abierto, alimentado por mi carne incontaminada asumida por Él, ahora es apenas reconocible, abofeteado, burlado y humillado en sus miembros fieles, manchado, disgregado y disperso en sus miembros incrédulos. Por supuesto, en su esencia la Iglesia es y será siempre, indefectiblemente, una, santa, católica y apostólica, pero en la condición histórica de su porción militante se halla horriblemente lacerada y fangosa. ¿Cuántos de mis hijos se alejarán aún, escandalizados y decepcionados? Ya cuando falsificaron el santo Sacrificio del altar muchos de ellos se dijeron: "si los sacerdotes pueden cambiar la religión de un día para el otro, esto significa que nada era cierto y que, hasta ahora, nos han engañado". Así dejaron de creer y de ir a la iglesia, poniendo en riesgo su salvación eterna. ¡Cuánto he tenido que luchar para excusarlos ante mi Hijo que, a pesar de todas las circunstancias atenuantes, ve perfectamente las insuperables responsabilidades individuales!

Ahora con más razón dirán: "si la Iglesia cambió su opinión sobre cuestiones morales, significa que hasta ahora estaba equivocada y que, por lo tanto, puede equivocarse de nuevo en esto como en todo lo demás". Y luego, si ya nada es pecado, ¿para qué sirve rezar, confesarse y tratar de evitar el mal? ¿Cuántas almas se perderán a causa de este supremo engaño? Sí, si asienten a la iniquidad son responsables de su propia suerte; pero, ¿puede por esto el amor de una madre permanecer indiferente, abandonándolas a su trágico destino? ¡Por eso despertad, mis hijos fieles! Dejad de lamentaros y de gemir innecesariamente, por mucho que os sangre el corazón. Esforzaos en soportar la oscuridad con olímpica calma y en dejaros purificar por el seráfico ardor que os envío. Es doloroso, pero debéis haceros inmaculados para la misión que os espera, para formar el remanente santo de los últimos tiempos. Y vosotros, ministros de mi Unigénito, mis hijos predilectos, vosotros que sois Su boca, Sus manos, Su corazón, sacudid de vuestro ánimo la incertidumbre y el desconcierto, poneos en pie con coraje para poneros a la cabeza de mi ejército de elegidos. Si os obligan a actuar contra conciencia (es decir, contra la santa Ley de Dios que, como único camino al cielo, es la forma de vuestra conciencia), tomad con firmeza vuestras decisiones. No temáis: yo misma me encargaré de vuestro futuro.

Ahora que -de acuerdo a la palabra profética- no tenéis más príncipe, ni jefe, ni profeta, Jesús mismo os apacienta y os guía, Jesús mismo es el pastor y el obispo de vuestras almas, Jesús mismo es vuestra norma inviolable y segura: Ego sum pastor bonus, qui pasco oves meas... Ego sum ​​via, veritas et vita. Volveos a Él y reuníos a Su rebaño. Sed sencillos como palomas y astutos como serpientes. Si mi Hijo os concede la gracia del martirio, en la forma que sea, no la rehuséis, siempre y cuando estéis seguros de que es Él quien lo desea, y no un ímpetu imprudente o una llamarada de celo inoportuno. Hay necesidad de valientes y expertos generales para guiar a mis tropas a la victoria, no de héroes de un momento de quienes se rendirá pronta cuenta. Aprended de la lección ofrecida en 1812 por mis queridos hijos de la tierra rusa: después haber dejado avanzar al enemigo hasta la antigua capital, lo privaron de provisiones hasta obligarlo a salir, y entonces lo atacaron en retirada. He pedido en vano la consagración de aquel noble país para que su conversión vuelque las suertes del mundo gobernado por los enemigos de Dios; orad pues, ayunad y ofreced por esta intención decisiva.

«Toda la Iglesia sufrirá una terrible prueba, para limpiar la carroña que se ha infiltrado entre los ministros, especialmente entre las Órdenes de la pobreza: prueba moral, prueba espiritual. Durante el tiempo indicado en los libros celestes, sacerdotes y fieles serán puestos en un peligroso punto de inflexión en el mundo de los perdidos, que se lanzará al asalto por todos los medios: ¡falsas ideologías y teologías! La apelación a ambas partes, fieles e infieles, se hará en base a pruebas. Yo entre vosotros, los elegidos, con Cristo como capitán, combatiremos por vosotros [...] La ira de Satanás no está más sujeta; el Espíritu de Dios se retira de la tierra, la Iglesia se quedará viuda, he aquí la sotana fúnebre, será dejada a merced del mundo. Hijos, volveos santos y santificaos más, amaos mucho y siempre [...] Alineaos todos bajo la bandera de Cristo. Trabajando de esta manera, veréis los frutos de la victoria en el despertar de las conciencias al bien; aun estando en el mal veréis, a través de vuestra ayuda de cooperación efectiva, a pecadores que se convierten y al Aprisco llenándose de almas salvadas» (la Virgen de la Revelación a Bruno Cornacchiola el 12 de abril de 1947 en Tre Fontane, Roma).

viernes, 15 de abril de 2016

LA NUEVA LUZ DE BERGOGLIO

por Antonio Caponnetto



El calambur


Aparecida la Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia, no pocos católicos formados en la Verdad de la Iglesia dieron la voz de alarma, con legítimas razones y fundadas prevenciones. Es que ocurre que el texto, por donde se lo lea, conduce inevitablemente hacia el puerto al que no debería llevar nunca la docencia petrina, en cualquiera de sus posibilidades expresivas. Conduce al error, a la ambigüedad, a la duda; a la confusión y al doble sentido. Y hasta para llegar al fruto bueno –que lo tiene, digámoslo sin retaceos- hay que sortear un tronco empecinado de argucias e imprecisiones, cuando no de dolorosas concesiones al siglo.

El diccionario de nuestra lengua llama calambur a aquella construcción idiomática o figura retórica que altera los significados mediante juegos silábicos; y pone -entre otros- un ejemplo que pinta perfectamente para la ocasión: “este es conde y disimula”. He aquí, en principio, y con el ejemplo de marras, el espíritu de la Amoris Laetitia: un tragicómico calambur de Francisco.

Acaso un punto particular probará lo que decimos.

La sociedad abierta y sus enemigos


Al llegar al capítulo V, Amor que se vuelve fecundo, la exhortación discurre con delicadeza sobre el concepto de “fecundidad ampliada”, que se da principalmente en aquellas críticas ocasiones en las cuales el matrimonio no puede engendrar hijos. Entonces, la fecundidad se amplía con el ejercicio de la maternidad y de la paternidad espiritual, con la adopción generosa o con la práctica de variadas formas de servicio al prójimo. Porque “la familia no debe pensar (sic) a sí misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria” (181).

Por cierto que en situaciones ideales la sociedad no debería ser una amenaza para los hogares, ni una asechanza ante la cual protegerse. Pero mucho han insistido los pontífices –sin necesidad de remontarse a San Lino ni a Gregorio VII- en la prudencia que deben tener hoy las familias, inmersas como están en una cultura hostil al cristianismo, por decir lo menos. Prudencia vigilante, que si bien no ha de propiciar el aislacionismo social, tampoco puede estimular el desguarnecimiento frente a la sociedad presente, en gravísimo estado de corrupción integral.

Es evangélica la plástica imagen de la casa edificada sobre roca (Mt.7,25); y son de Nuestro Señor las prevenciones sobre los ríos desbordados, las lluvias desmadradas,los vientos destructivos. Clara señal para todos los tiempos; y tanto más en éstos, de que existen motivos para abroquelarse y defenderse de la sociedad. Hay una lejana e implícita matriz popperiana tras el planteo bergogliano de la relación familia-sociedad. Parecería que los enemigos de la primera ya no se encontrarían en los meandros de la segunda, si la segunda es –como está a la vista- una inmensa democracia liberal con la que se puede interactuar sin riesgos.

Mas bien los nuevos riesgos para un católico, a juzgar por el despliegue total de la Amoris Laetitia, consistirían en no ser lo suficientemente acogedores con los frutos descarriados y anómalos de esta comunidad moderna. Los enemigos de la sociedad serían ahora los católicos negados a la apertura; aquellos que “prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna” (308). Una pastoral no divorciada del dogma sempiterno, hablemos claro. Pero en este neo-magisterio dialéctico y pleno de heterodoxas disyuntivas, la confusión es preferible a la rigidez, que en otros tiempos se llamó sencillamente ortodoxia.

La mimetización familia cristiana-sociedad presente se propone casi como un axioma vinculado a la
Murillo, Sagrada Familia
historia sagrada. “Ninguna familia puede ser fecunda si se concibe como demasiado diferente o «separada». Para evitar este riesgo, recordemos que la familia de Jesús [...] no era vista como una familia «rara», como un hogar extraño y alejado del pueblo [...];era una familia sencilla, cercana a todos, integrada con normalidad en el pueblo. Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José [...].Eso explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que el niño de doce años se perdiera en la caravana un día entero, escuchando las narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos: «Creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día» (Lc 2,44). Sin embargo a veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por el modo de decir las cosas, por el estilo de su trato, por la repetición constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como separadas de la sociedad” (182).
El populismo político en el que ha abrevado Francisco le juega una mala pasada. Va de suyo que los hogares católicos no tienen que ser raros; ni mucho menos ajenos ni lejanos a las peripecias del suelo natal en el que han sido plantados por Dios. Son –y así deberían considerarlos todos- paradigmas de comportamiento doméstico; modelos de normalidad; esto es de norma y de canon. Pero los cristianos,tanto como sujetos individuales como agrupados en familias, están llamados a ser “piedra de escándalo” (Is. 8,14) y “signo de contradicción” (Lc. 2,34). Mala señal en consecuencia si no se comportan “demasiado diferente” respecto de los aborrecibles anti-modelos familiares que predominan hoy en el deificado pueblo.

Desde el momento en que un nuevo hogar católico se constituye a conciencia y libremente, su diferenciación y antagonismo con el resto de los hogares es inevitable y hasta obligatorio. Diferenciación y antagonismo que ha de presentarse en los hechos, no como un desprecio al resto de los mortales, pero sí como el mejor servicio apostólico y misionero que se le puede prestar al cuerpo social, y aún como el ejemplo más edificante y regenerador. Para que los paganos puedan volver a exclamar con admiración y deseo emulativo el proverbial “¡Mirad cómo se aman!, que registran los Hechos de los Apóstoles.

En las cartas paulinas, San Pablo refiere varias veces el ejemplo de la casa de Priscila y Áquila, modelos de esposos que “expusieron su cabeza para salvarme” (Rm. 16,3-5); y que no trepidaron en ser diferentes y en tenerse por segregados del resto del pueblo, precisamente por causa de su fidelidad a Cristo. De estos esposos ha hecho el bellísimo elogio Benedicto XVI, en su catequesis del 7 de febrero de 2007, instando a espejarse en ellos, porque prueban que, para los bautizados leales, “toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia [...], toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo”.

Pero además, o por lo mismo, si una familia católica reconoce en la casa de Nazaret su paradigma y su norte, ya no puede conformarse con ver en la misma esa especie de carpintería de barrio, como la pinta Bergoglio, “integrada con normalidad en el pueblo”. Aquello –ha dicho Guardini en el capítulo tercero de La Madre del Señor- “no era precisamente una familia, sino algo divinamente irrepetible, que no tiene nombre. Una fecundidad que redime al mundo, inmediatamente a partir de Dios. Un amor que era mayor, por ser diferente, que todo lo que ha unido jamás a las personas. Puede ser entonces que se use el nombre de ‘familia’ para indicar ese carácter de velamiento de lo propio y peculiar, tal como es característico de María”.

Curiosa exégesis psicopedagógica

Así como no se quieren ya familias diferentes, que contrasten con el resto por ser católicas, y hasta puedan ser perseguidas a causa de ello; ni se quiere tampoco que los católicos consideren demasiado raras otras uniones alternativas, los nuevos padres que necesitamos no han de estar preocupados por saber dónde están sus hijos. A semejanza de María y José -¡progenitores modernos,vaya!- que perdieron a su hijo casi adolescente en el camino de regreso de Jerusalén, pero no se inmutaron demasiado, pues no tenían con él “una relación cerrada y absorbente”. El muchacho podía hacer lío a discreción, sin tanto control represivo de la figura paterna ni coacciones emocionales de parte de la madre.

Es un problema que el Evangelio de San Lucas diga algo distinto. Santo Tomás nos lo explica asi en su Catena Aurea: que Jesús se quedó en Jerusalén “sin que nadie lo notara”, “sin que sus padres lo advirtiesen”; que se queda de este modo “para no ser desobediente”. Que sus padres lo buscaron con preocupación primero y sobresalto después, cuando se dieron cuenta de que no estaba “en la caravana, entre los parientes y conocidos” (Ls.2,43); que regresaron sobre sus propios pasos para localizarlo de una buena vez; y que al verlo al fin, sano y salvo en el templo, su madre, exclamó: “tu padre y yo te estábamos buscando con angustia” (Ls.2,48). “La madre –acota Orígenes- afectada en sus maternales entrañas, manifiesta con lamentos sus dolorosas pesquisas, y expresa lo que siente con la confianza, la humildad y la ternura de una madre: ‘hijo, por qué te has portado así con nosotros’ (Ls.2,48). Tras el significativo episodio, el mismo texto evangélico recuerda que Jesús “enseguida se fue con sus padres, y vino a Nazaret y les estaba sujeto” (Ls.2,51-52). Es decir, volvió a ser “absorbido” por la autoridad de sus padres terrenos.

No está mal que Francisco quiera inculcar el principio de una libertad gradual y responsable ofrecida paternalmente a la prole a medida que crece. No está mal asimismo que quiera evitar los estragos de familias monopolizadoras o enfermizamente endógenas. Pero para ello no es necesario tergiversar los Santos Evangelios, ni incurrir tampoco en el gravísimo error del historicismo o del evolucionismo dogmático. Dice, en efecto, la Amoris Laetitia, “Aquí vale el principio de que «el tiempo es superior al espacio». Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios. Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio [...]. Entonces la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial, dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida” (261).

Una vez más las disyuntivas dialécticas –que son otros tantos guiños al mundo moderno y a su psicologismo aterrador- no permiten inteligir la plenitud de la verdad. Si un padre está “obsesionado” por saber dónde está espacialmente su hijo, lo irrecomendable a lo sumo será la obsesión, pero no el ordenado requerimiento. Porque los espacios no son inocuos o neutros, ni somos sólo espíritus que habitamos espacios existenciales; y porque aún suponiendo que cada padre llevara consigo a un metafísico, antes inquieto por el ambiente del alma que por el paisaje físico –aún un sábado a las cuatro de la mañana, con el hijo púber ausente del hogar tras angustiantes horas de incierta espera- ese saber dónde está el alma no puede jamás desvincularse de dónde está el cuerpo.A no ser que neguemos el más elemental realismo antropológico.

Admitimos que “la gran cuestión” pueda consistir en saber “dónde está posicionado [el hijo] desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida”. Pero esto, no sólo no es independiente de saber “con quién está en este momento”, sino que guarda estrecha dependencia. Porque las compañías elegidas, tanto como los ámbitos espaciales predilectos, marcan y en ocasiones condicionan o determinan las ubicaciones espirituales y los posicionamientos existenciales. Es falaz la polarización bergogliana de la preeminencia del tiempo sobre el espacio. Extravío fatal de raigambre semítica, cuando el judío temporaliza las promesas divinas, se afianza a sí mismo como siglo presente, sin ver el siglo venidero ni escudriñar las profecías (Jn.5,39), y acaba matando al Justo, Señor del Tiempo y del Espacio.

La poesía que destruye

Pero volvamos al concepto de “fecundidad ampliada”, analizado en Amoris Laetitia. Tras referirse, como vimos, a algunos de esos modos a los que siempre aludió la Iglesia, verbigracia la adopción, la Exhortación señala otro modo, al que considera no menos significativo, y es el de la dedicación de los esposos al cumplimiento de sus “deberes sociales”. “Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida conciencia sobre sus deberes sociales. Cuando esto sucede, el afecto que los une no disminuye, sino que se llena de nueva luz, como lo expresan los siguientes versos:

«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos»
(181).

Es posible que el lector europeo –y aún el simple feligrés de a pie de estos pagos- ignore en profundidad quién es Mario Benedetti, autor de esta estrofa, como con toda inverecundia lo aclara la misma Exhortación, especificando en su nota a pie de página 204 la correspondiente referencia bibliográfica: “Mario Benedetti, «Te quiero», en Poemas de otros, Buenos Aires 1993, 316”.

Pues lo diremos en dos trazos; primero por respeto al sentido de lo obvio de los lectores informados, a quienes abundar en detalles sería cómo explicarles quién es el Che Guevara. Y segundo, porque lejos de nuestro ánimo cambiar el tema central de estos comentarios, que no es ciertamente el retrato de un vulgar escritor marxista, sino el dolor de saber que Francisco ha optado por la poesía que destruye, según la nunca olvidada distinción de José Antonio Primo de Rivera. Opción que de ningún modo se reduce a una cuestión estética, ni es esa su gravedad mayor, sino a una inequívoca predilección por un mensaje tan alejado del pulchrum como de los restantes trascendentales del ser.

Bergoglio prueba una vez más con esta intromisión escandalosa de un artista degenerado en un texto teóricamente dirigido a celebrar la alegría del amor, que el timor Domini no es precisamente su rasgo más distintivo. Tampoco un don más modesto aunque valioso, como el cultivo del gusto por la Belleza y el consiguiente desdén por las cursilerías. Nada lo detiene ni lo turba en su vocación de maridaje con la contracultura y aún con la contra iglesia. Nada se le presenta como dique a su moral de situación, a su misericordia despreocupada de la justicia, a su praxeología inclusiva, ausente de criterios rectos que separan la cizaña del trigo. Las cosas digámosla como son. Porque ya todo está a la vista, excepto para los ciegos que guían a otros ciegos (Mt. 15,14).

Mario Benedetti, en efecto, fue un hombre de letras de nacionalidad uruguaya (1920-2009), dedicado en forma activa y perseverante a la militancia comunista, a la propaganda revolucionaria sistemática y, lo que es más grave, a participar de las acciones de la agrupación terrorista Tupamaros, cuyos guerrilleros, principalmente en la larga década de 1970, cometieron un sinfín de asesinatos a mansalva. Todo; absolutamente todo en el perfil ideológico de Benedetti, delata al enemigo declarado de la civilización cristiana. Y todo en su perfil humano y creativo hace patente a un alma visceralmente odiadora de la Iglesia y de su Magisterio Tradicional. Su poema “Si Dios fuera una mujer” constata incluso, que los terrenos de la blasfemia y del sacrilegio tampoco le estuvieron vedados. Es más; él mismo llamó a tamaña toma de posición una “venturosa, espléndida, imposible, prodigiosa blasfemia”.

El poema elegido por Francisco para ilustrar la fecundidad ampliada a la que puede y debe llegar un matrimonio cristiano para llenarse de una nueva luz es, redondamente, un himno marxista, musicalizado y cantado por todas las voces de las izquierdas americanas y españolas. Un himno emblemático, repetido por todos los multimedios, machacado, reiterado, difundido hasta el hartazgo y la náusea; sin que faltaran incluso las apropiaciones lésbicas de la letra y del contenido; ya que, completo, el engendro sostiene: “y porque amor no es aureola/ ni cándida moraleja/ y porque somos pareja/ que sabe que no está sola”. ¿Esta es la nueva luz de la fecundidad ampliada propuesta como programa e ideario para los matrimonios católicos? ¿Esta es la nueva luz que encenderán y portarán como antorcha cuando se aboquen al cumplimiento de sus deberes sociales? ¿Esta es la nueva luz que surgirá entre ellos y de ellos, cuando vuelquen su potencial germinativo y fundante en los quehaceres cívicos de la patria y del orbe?

Los matrimonios católicos –y sobre todo aquellos que no hemos permanecido indiferentes a los compromisos con las legítimas y justicieras luchas patrióticas- nos sentimos ofendidos con esta ruin poesía que destruye, vulgar panfleto libertario y socialista, que solicita una justicia, una rebelión y un pueblo absolutamente identificados con el programa del enemigo. Nos sentimos ofendidos, y el vejamen duele hondo, sabiendo que quien debería darnos “la leche pura de la palabra espiritual”, nos entrega la “leche adulterada” (1 Ped.2,2).

Francisco no puede ignorar el modelo de fecundidad ampliada que les está propiciando a los cristianos con estas rimas insidiosas. Tampoco puede ignorar, pero lo hace, que el catolicismo es pródigo en cánticos de amor conyugal, dadivoso y fértil en altos romanceros y cancioneros de hombres y de mujeres entrelazados nupcialmente en el campo del honor, espléndido en poemarios que exaltan la unión de los esposos que marchan juntos al combate, radiante e inmenso en su antología de versos que laudan la verdadera luz de Cristo, por la que caballeros y damas asaltaron murallas en defensa de la Cruz. No puede ignorar incluso que aquí, en el Rio de la Plata, familias enteras fueron diezmadas por el odio castrista de los seguidores de Benedetti; y que en muchos de esos casos, las esposas de nuestros soldados se hicieron acreedoras del encomio quevediano:

“Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja primero que el vestido;
menos le vio galán que peligroso.

Acompañaba el lado del marido
más veces en la hueste que en la cama;
sano le aventuró, vengóle herido”.

No; la nueva luz de la fecundidad ampliada, para quienes se aman sacramentalmente y se abocan al compromiso social y político, no se enciende en la hoguera roja de la rebelión marxista, sino en el
Mucho más que dos caretas para un único timador
cirio vivo del Madero Reverberante y Transfigurador. Entonces el esposo no le dice a la amada que es su cómplice, sino “hueso de mis huesos” (Gen.2,23). No elogia sus manos porque trabajan por una justicia homicida y rencorosa, sino porque corren por ellas “las gotas de mirra”, vestigios del Amado (Cant.5,5). Ni cree que juntos sean mucho más que dos, sino “una sola carne” (Gen. 2,24).


Envío

“La ausencia de memoria histórica –dice la Amoris Laetitia- es un serio defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del «ya fue». Conocer y poder tomar posición frente a los acontecimientos pasados es la única posibilidad de construir un futuro con sentido. No se puede educar sin memoria” (193).

Pues bien; no era ni es la poesía que destruye la que nos habilita o alecciona a poner en práctica esta fecundidad ampliada, tan necesaria y tan legítima para los matrimonios católicos, hayan podido o no traer hijos al mundo. Es la memoria veraz y fiel de los hechos y de los personajes paradigmáticos. Es el recuerdo vivo, real y vigente de esas casas fundadas sobre piedra, con el padre por cabeza, la madre por sostén y los hijos como linaje. A ellos el homenaje austero de estas líneas finales.

A las familias vandeanas, perseguidas como bandidos y sostenidas sólo por el amor irrefragable al Corazón de Jesús. A las familias cristeras, derramando su sangre por los altos de Jalisco, con el Viva Cristo Rey en cada labio. A las familias hispánicas, alistadas en la reconquista, contra moros, judíos y rojos, según pasaron los siglos. A las familias argentinas, a las que les tocó prolongar en suelo americano la resistencia y la cruzada contra los enemigos de Dios. A las familias de todos los tiempos y de todos los espacios –benditas coordenadas en el plan del Creador- sin olvidarnos del más remoto de los años ni del más pequeño de los paisajes terrenos. Cuándo hayan sido y dónde hayan sido sus testimonios, no los olvidemos y les demos gracia, con el brazo alzado y la mirada limpia.

A ninguno de estos personajes ejemplares, de carne y hueso, que recorren la historia toda de la Cristiandad, se les cruzó por la cabeza lo que sostiene esta desdichada Exhortación, según la cual, “hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales”(36). Precisamente amaban al sacramento del matrimonio por lo que tenía de ideal teológico; y precisamente pudieron sus integrantes ser fecundos, en hijos y en servicios, en descendencia y en obligaciones sociales y políticas, porque encarnaron ese ideal teológico y le fueron fieles.

Coplas existen, y no son de poetastros menores, en las que se narran aquellos heráldicos casos de esposos dados por muertos en las lides medievales, y que vuelven un día, inesperada y milagrosamente, después de añares infinitos, para encontrarse con la fidelidad intacta de la esposa; tan intacta como su esperanza y su presentimiento del regreso, razones por las cuales no había vuelto ella a casarse, ni él a conocer tálamo alguno.

En la iglesia franciscana de Nancy, una lámina mortuoria ha inmortalizado este gesto de recíproca observancia marital. Es la que recuerda a Hugo I de Vaudemont y a su esposa Ana, íntimamente abrazados, después de diecisiete años sin verse. Él retorna de las Cruzadas. Ella lo aguardaba firme y devota como si hubiera partido anoche. Él y ella son dos creaturas católicas, con un ideal teológico, que no les pareció en absoluto demasiado abstracto. Por el contrario; llevaba la gravitación de la carne, el impulso de la materia consagrada, el dinamismo y la fuerza, el arrebato y el entusiasmo de todas las fibras crispadas que laten al unísono entre dos bautizados que se aman. Fueron concavidades y convexidades que se necesitaban la una a la otra, hasta que la muerte los separe. Que lo diga mejor Gerardo Diego:


“Quisiera ser convexo
para tu mano cóncava.
Y como un tronco hueco
para acogerte en mi regazo
y darte sombra y sueño.
Suave y horizontal e interminable
para la huella alterna y presurosa
de tu pie izquierdo
y de tu pie derecho.
Ser de todas las formas
como agua siempre a gusto en cualquier vaso
siempre abrazándote por dentro.
Y también como vaso
para abrazar por fuera al mismo tiempo.
Como el agua hecha vaso
tu confín - dentro y fuera - siempre exacto”.