miércoles, 28 de diciembre de 2016

HOMILÍA DEL SANTO PADRE EN LA FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES

Nota: publicada originalmente en el sitio oficial de la Santa Sede, esta homilía tuvo brevísima difusión, pronto censurada por el personal encargado de reformular los discursos de Francisco cuando éstos abundan en giros demasiado comprometedores para el sensus fidei.


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos trae el recuerdo de un hecho luctuoso cuyas sombras se proyectan hasta nuestros tiempos. Recordamos a esos niños muertos por orden de Herodes, y no podemos dejar de pensar en los niños inocentes que, en pleno siglo XXI, siguen muriendo en los conflictos bélicos, o bien a causa del hambre. Vidas descartadas a raudales, cuya dignidad permanece desconocida a los ojos de los poderosos del mundo. Vidas cuyas muertes, en atención a las esperanzas ligadas a la dinámica evolutiva de la historia, nos apremian una consideración impostergable: ¿cómo es posible que todavía haya injusticias como las que sucedían hace dos mil años? Se debe respetar siempre las vidas, y más las de los niños ¡eh!

No es ésta, queridos hermanos y hermanas, la única pregunta que nos inspira la fiesta de los Santos Inocentes. Está también el problema del sufrimiento, esa piedra en la que no dejaremos nunca de tropezar, ¡válganos Dios!, en la misma medida en la que el Cielo nos siga resultando desconocido e indescifrable. Y nos preguntamos, tal vez: ¿por qué las madres de esos tiernos mártires debieron sufrir tan penosa prueba? No hay respuesta, hay un mudo y ofensivo silencio por respuesta: esto ya lo vengo repitiendo en cada oportunidad en que se me interroga por lo mismo. Pero yo os voy a confiar algo, queridos hermanos y hermanas, algo que siempre gravó los pensamientos y las esperanzas de este Papa, y que quizás sirva como aporte personal a estas cuestiones por siempre insolubles del dolor y de la muerte.

Vosotros sabéis que, nacido en Argentina, desciendo de linaje de piemonteses, un grupo étnico que se destacó en mi patria por su operosidad y por su morosa atención a las pequeñas finanzas domésticas, gente espoleada por el mandato implícito del «fare l'America», tan urticante éste que su sello sigue imprimiéndose eficazmente tres o cuatro generaciones después de haber descendido de los barcos. Fui perito químico en mi juventud; pude haber sido contador, dado mi afán congénito por medirlo todo. Pude ser agrimensor -también y por lo mismo- y sastre, pero acabé siendo jesuita. Hay en los de mi raza un cierto exceso de racionalidad, una insobornable atención a lo pequeño y mensurable, el mismo que los estudiosos dicen haber abundado en la antigua aldea palestina de Kerioth, cuna de un hombre memorable. Y nosotros, los que heredamos esa complexión, no podemos pagarnos de misterios porque sí no más. El sufrimiento es suficientemente tangible y empírico; su oposición a la dicha terrenal pertenece al orden de las primeras evidencias, por encima de las cuales no es menester remontarse demasiado. El sufrimiento, pues, debe ser rechazado, anatematizado, arrancado de la tierra de los hombres: eso es todo. Hablar del "misterio del sufrimiento" es una ofensa a los que padecen, es invocar el absurdo. ¡Ah, cuánta tirria me provocan esos aprendices del misterio, esos que suponen la realidad velada y susceptible de explicaciones definitivas, los especialistas del Logos y los que tienen siempre una respuesta para todo!

Pero volvamos a los Santos Inocentes. Vosotros sabéis que algunos toman ocasión de esta matanza para referirla como por anticipación a la práctica del aborto, hoy tan extendida. Cuando se me pone a prueba sobre el particular, a ver qué pienso, los desairo según mi estilo: no podemos seguir insistiendo en temas como el aborto. Punto. Ya llegará ocasión de decir lo contrario o poco menos. Y os digo algo más sobre los Santos Inocentes: Dios ha sido injusto con estos niños. Si, según el parecer de más de uno, bastaba una sola gota de la sangre de su Hijo para alcanzar el rescate de la humanidad caída, ¿por qué no permitió Dios que la Redención se realizara muriendo Jesús en esta sazón, como un héroe anónimo, compartiendo destino con esos desdichados «hijos de Raquel» decapitados por orden del rey? ¿Por qué debía sobrevivir a este atentado en el que murieron otros por él, y llegar así a la edad de predicar una doctrina tan exigente para nuestras facultades, si bastaba que Dios lo tronchara en germen y que, sin pronunciar palabra que pudiera comprometernos, nos diera el pasaporte a la bienaventuranza prescindiendo de nuestra odiosa libertad? ¿Por qué puso tantos requisitos? Dios sería más bueno si no nos pidiera nada a cambio, si nos concediera el honor de ser autómatas o marionetas suyas.

Y no digo nada del pobrecito de Herodes, que al fin de cuentas vio amenazado su poder y esto sembró el pánico en su alma. Sin su colaboración, que fue necesaria como la de Judas en la obra de la Redención, no habría Santos Inocentes a cuya oración encomendarse: esto solo lo hace digno de veneración. Porque convengamos, queridos hermanos y hermanas, que el elenco de los santos canonizados podría ampliarse indefinidamente hasta abarcar la totalidad de la humanidad. Las distinciones, las jerarquías, la dualidad de destinos prevista por Dios, incluso eso que llaman "amor de predilección": todo esto resulta un agravio para nuestra especie. Si todo esto se sigue, como consecuencia ineludible, de la soberanía única del Creador, tendremos que repetir con ese gran teólogo que es el cardenal Kasper que «un Dios entronizado sobre el mundo y la historia como un ser inmutable es una ofensa al hombre. Debemos negarlo por el bien del hombre, porque reclama para sí una dignidad y un honor que pertenecen por derecho propio al hombre». Lo mismo dígase del escándalo de la Cruz, del que mi querido predecesor -el primer papa jubilado- supuso que «representa a un Dios cuya justicia inexorable ha reclamado un sacrificio humano, cual es el de su propio hijo. Ante lo que no cabe sino apartarse con horror de una justicia cuya sombría cólera resta toda credibilidad al mensaje del amor».

Los Santos Inocentes nos recuerdan, al fin, la inanidad de todo sacrificio. Nosotros aspiramos a ese reino custodiado por un ángel y su espada de fuego, ni más ni menos, y hacemos votos para que la técnica humana llegue a doblegar la resistencia angélica y cierre la trayectoria de la historia con la glorificación del hombre. Nadie traiga el ejemplo de Job, tan paciente él ante las penas. Es más religioso el hombre que, abrumado por los infortunios, se hace digno de soltar una blasfemia que aquel duro de corazón que soporta todo, como dicen, "por amor de Dios". El sufrimiento no es para nosotros.

Muchas gracias.

(El pontífice se retira aplaudido. Se oye roznar entre los feligreses)

martes, 27 de diciembre de 2016

LA SORDERA Y LA CEGUERA DEL IMPÍO

por Cesare Baronio
traducción por F.I. (original aquí)

El dolor, el sufrimiento, la muerte. No es fácil, creedme, hablar de temas tan elevados sin ser invadidos por un temor reverencial. Y compulsar la Sagrada Escritura, los escritos de los Santos Padres, los documentos del Magisterio, las fuentes litúrgicas demuestra que es precisamente en el misterio del sufrimiento humano que nuestra religión se muestra en toda su inefable perfección, y se erige como la única respuesta creíble a nuestras preguntas. Pues Cristo ha cumplido la obra de la Redención a través de la Pasión y la Muerte, haciendo del dolor instrumento de salvación y de rescate, pero también motivo de esperanza.

El sentido del sufrimiento humano es un compendio de nuestro Credo, porque en el sufrimiento se cumplió el nacimiento, la vida y la muerte de Aquel que, encarnándose en el seno de la Virgen María, derrotó a la muerte del cuerpo, pero más aún la muerte del alma.

Pero justamente porque el sufrimiento está íntimamente ligado a los misterios de nuestra fe -la Santísima Trinidad, la Encarnación, la Pasión, la Resurrección-, no es posible dar una respuesta a la espontánea pregunta del hombre sin involucrar todas las verdades de la Fe, ya que todos los dogmas -incluso los que pueden parecer más marginales- expresan su razón propia y su necesidad. Negar sólo uno de los dogmas de nuestra fe supone socavar todo el edificio católico, pero aun antes supone profanar aquel corpus orgánico perfectísimo que la infinita Sabiduría de Dios ha colocado como único instrumento de salvación eterna para el hombre corrompido por el pecado. Significa, en última instancia, negar cuanto nuestro Señor nos enseñó no para instruirnos intelectualmente sino para permitirnos -aunque indignos de ello- restaurar el orden admirable que por nuestra culpa hemos roto en Adán. Significa atentar contra el mismo Cristo, siendo Él mismo la Verdad, el Verbo eterno del Padre. 

Las religiones falsas -y con ellas las sectas heréticas- son intrínsecamente malvadas y odiosas a los ojos de Dios justamente porque corrompen y vuelven instrumento de condenación eterna incluso lo que en ellas puede haber de verdadero, del mismo modo como un veneno emponzoña el agua en el que se diluye. Así el concepto del Dios único, cuando legitima la idolatría islámica o la perfidia judía negando la Santísima Trinidad; así la unicidad del Divino Mediador, cuando es tomada por los luteranos como pretexto para negar la mediación de la Iglesia o de la Virgen Santísima; así la veneración hacia las antiguas comunidades apostólicas entre los heterodoxos de Oriente, cuando se utiliza para negar el primado del Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia de Roma, o la infalibilidad del Vicario de Cristo. He aquí porqué el verdadero celo cristiano,0 en el trato con los adeptos de las supersticiones o de las idolatrías, o con los seguidores de la herejía y el cisma, no puede buscar lo que une al Santo con el errante, sino por el contrario lo que separa a este último de la Verdad, que es única y no fragmentada. Que no admite jerarquías entre lo que es más verdadero que otra verdad. La Verdad es tal en su integridad: sustraerle incluso una parte infinitesimal es imposible, ya que la Verdad es divina, ya que ella es Dios mismo, y en Dios todo es divino e igualmente adorable. 

Hablar del dolor y de la muerte implica en primer lugar hablar del pecado original. Supone explicar que la falta cometida por Adán fue transmitida a toda la humanidad, y que esta culpa fue infinita porque Dios es infinito, ofendido por el pecado del Protopariente. Hablar del dolor y de la muerte implica aceptar que hay una Justicia divina que exige reparación, y que a la infinita Majestad de Dios ofendida por Adán tenía que corresponderle una reparación infinita, posible sólo de parte de Aquel que, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, podía llevar a cabo un sacrificio infinitamente reparador en nombre de cada hombre. Hablar del dolor y de la muerte implica admitir la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que Lucifer no quiso comprender cegado por el orgullo. Significa aceptar que la muerte, la enfermedad, el sufrimiento, la ignorancia son el justo castigo por un crimen que en Adán todos hemos cometido. Significa creer que Jesucristo dio pruebas, con sus milagros, de ser verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías que los profetas habían anunciado. Significa comprender el sacrificio de Cristo en la Cruz, que no sólo ha redimido la culpa de Adán sino cada pecado de cada hombre, desde Adán hasta el fin del mundo. Hablar del dolor y de la muerte implica acoger el Bautismo no como la admisión a una comunidad, sino como el baño que en la Sangre del Cordero nos purifica del pecado original y nos hace dignos de ser hijos de Dios; implica aceptar la Confesión como un Sacramento que, por los méritos infinitos de Cristo, nos hace nuevamente dignos de merecer el cielo y, en esta tierra, de recibir el Cuerpo del Señor; implica acoger el inefable misterio de la Santísima Eucaristía, que hace al Rey de Reyes presente en nuestros altares para renovar de manera incruenta su Sacrificio, por el ministerio de los Sacerdotes, cumpliendo de manera perfecta un acto de adoración, de acción de gracias, de expiación y de súplica a la Divina Majestad a través del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo; implica acoger todos los Sacramentos como vehículos de la Gracia divina. Hablar del dolor y de la muerte obliga a reconocerse parte de la Comunión de los Santos; nos insta a creer en la necesidad de los Sufragios, en el tesoro de las Santas Indulgencias, en la intercesión de la Virgen y de todos los santos, y por consiguiente en el deber de rendirles culto de veneración. Supone prestar fe y obsequio a la palabra de la Iglesia, que en los Sucesores de Pedro está llamada a salvaguardar infaliblemente y sin defecto la enseñanza de Cristo, patente en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición. Hablar del dolor y de la muerte supone también creer en el Juicio particular y en el universal, en la pena eterna del Infierno, en la bienaventuranza eterna del Paraíso, en la purificación transitoria del Purgatorio, en la condición de las almas incapaces de vida sobrenatural confinadas en el limbo, y por ello en la necesidad del Bautismo como medio de salvación eterna, por lo que la Iglesia está llamada a predicar a todas las naciones y a bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Hablar del dolor y de la muerte nos lleva a entender la necesidad de someter el intelecto a Dios revelante, en el acto de Fe; a confiar que el Señor nos concede los medios para mantenernos en Su Gracia, en el acto de Esperanza; a amar a Dios y al prójimo por amor de Dios, en el acto de Caridad. A practicar la virtud, a rehuir el vicio, a tender a la perfección. A unirnos, miserables tal como lo somos, a la Cruz de Cristo, dando precisamente un sentido al dolor y a la muerte, aceptando a ésta y a aquél en reparación por nuestros pecados, y por nuestros seres queridos, y por los pecadores, y por los difuntos.

Y esta fe es capaz de ser sondeada tanto por la inteligencia del sabio como por el sensus fidei del simple, ya que ambos saben que Dios no puede engañarnos. Esta fe está animada por el Santo Temor de Dios, para que no presumamos salvarnos sin méritos ni desesperemos de la salvación eterna.

El sordo no oye, y no sabe lo que son los ruidos, los sonidos, la música. No puede comprenderlos. El ciego no ve, y no sabe lo que son los colores, no puede imaginarse la luz ni los matices de un crepúsculo. Del mismo modo, en las cuestiones espirituales hay sordos y ciegos: no entienden y no pueden imaginar la armonía de la Verdad, su relación íntima con la Caridad -ya que ambos son atributos divinos- y no pueden captar los matices delicadísimos de la Gracia. A éstos, auténticos desventurados, la Redención obrada por Cristo y perpetuada a través de los siglos por su Iglesia les entreabre los ojos, les abre los oídos y los restaura admirablemente en la antigua perfección, añadiendo algo que la Creación no les había dado: los infinitos méritos de Nuestro Salvador, conquistados en el madero de la Cruz.

Pero también hay sordos que no quieren oír y ciegos que no quieren ver, porque el orgullo luciferino los vuelve tales, y les impide inclinarse, doblar sus rodillas, invocar: ¡Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí!  Éstos frustran el Sacrificio de Cristo, y al pecado original y a sus pecados personales añaden también el desprecio de Dios que, sumamente Misericordioso, en el dolor y en la muerte de su Hijo ha aplacado su ira. 

Estos sordos y ciegos no quieren aceptar que el dolor y la muerte, justo castigo por el pecado, se han convertido en Cristo en instrumento de salvación eterna. No tienen respuestas. No quieren tenerlas, y a su vez no saben darlas. 

Es por eso que lo que leemos con horror -a saber: que Dios ha sido injusto, ya que mandó a morir a su Hijo- es una blasfemia. Y es tanto más grave cuanto que, lejos de dar un sentido al sufrimiento, y más aún el de los inocentes -que, uniéndose espiritualmente al Cristo sufriente, pueden penetrar en el Cielo e invocar gracias para la Iglesia- los escandaliza, vuelve estéril su dolor, frustra su pequeño o gran sacrificio, y ultraja de nuevo, en los pequeños, al mismo Cristo. Se atreve a acusar a Dios Padre de ser injusto -¡es para temblar de horror!- siendo que la Cruz de Cristo es el acto de suprema Justicia, y al mismo tiempo de infinita Misericordia, de los cuales sólo Dios es capaz.

Frente a este abismo de ceguera y sordera espiritual, nuestro corazón no sólo se indigna sino que se quiebra de dolor. Porque vemos una distancia insalvable, un negro abismo que se abre ante el infierno. Ninguna esperanza, ninguna respuesta. Un silencio oscuro y sombrío. Una desesperación honda que esconde, detrás de la presunción de salvarse sin mérito, un pecado que clama venganza ante Dios, una culpa que ni siquiera Dios puede perdonar. El pecado de Lucifer. 


martes, 13 de diciembre de 2016

FRANCISCO, COMUNISTA Y EXCOMULGADO

porAlejandro Sosa Laprida
(puede leerse en formato pdf aquí)

Misa pontifical en la plaza de la Revolución, en La Habana, 
con Jesucristo junto al Che Guevara

« Francisco », el actual ocupante del Trono de San Pedro y supuesto Vicario de Cristo, concedió una nueva entrevista el 7 de noviembre pasado a su confidente y portavoz oficioso, el periodista italiano laicista y abortista Eugenio Scalfari, el cual fue publicado, como de costumbre, en el cotidiano izquierdista La Repubblica[1], del cual Scalfari fue uno de los  fundadores y el primer director. Uno ya ha perdido la cuenta de los reportajes, entrevistas y conferencias de prensa en los que « Francisco » ha sembrado el caos y la confusión entre los católicos con su pseudo magisterio mediático, y la verdad es que no le quedan ya a uno ni ganas ni energía para continuar analizándolos y denunciándolos públicamente.

Y esto, por dos motivos principales. En primer lugar, porque se trata sin cesar del mismo discurso naturalista archiconocido que busca transformar el catolicismo en una ONG laica y derecho-humanista en conformidad con el objetivo de la masonería. En segundo lugar, porque uno supone que quien todavía no haya abierto los ojos, tras casi cuatro años de aberraciones bergoglianas al por mayor, difícilmente lo hará por leer una enésima crítica de su enésima entrevista. Si, a pesar de esto, me he decidido a hacerlo, es porque en ésta queda establecida sin atenuantes la adhesión de Bergoglio al ideal socialista, por la cual incurre en la excomunión automática -latae sententiae- según declara el decreto de la Congregación del Santo Oficio del 1 de julio de 1949, que citaré más abajo, luego de las palabras de Bergoglio afirmando que « son los comunistas los que piensan como los cristianos »[2] A continuación transcribo una parte de la entrevista:

Scalfari:  Santidad -le pregunté- ¿qué opina de Donald Trump?

Francisco: « Yo no opino sobre las personas ni los políticos, sólo quiero entender qué sufrimientos provocan con su manera de actuar a los pobres y excluidos. »


Amigo de los enemigos de Cristo y de la Iglesia, 
Francisco sostiene públicamente al tirano comunista Fidel Castro
                                                                                                                                
« Francisco » pretende no opinar sobre los políticos pero, de hecho, los condena de manera tajante por, supuestamente, provocar sufrimiento en « los pobres y los excluídos ». Querer preservar la identidad de un país y cuestionar la doxa multiculturalista e inmigracionista dominante, es objeto del inmisericorde escarnio bergogliano, mientras que reivindicar desvergonzadamente la contranatura,  es merecedor de un indulgente y complaciente« ¿quién soy yo para juzgar? ». Recordemos,a este respecto,sus palabras sobre Donald Trump en la conferencia de prensa aérea luego de su visita a México: « Una persona que sólo piensa en hacer muros, sea donde sea, y no construir puentes, no es cristiano[3]. »

No nos detengamos, en aras de la brevedad, en el aspecto desopilante del Mandamiento Nuevo bergogliano (« construir puentes y derribar muros »), completamente ajeno tanto a la revelación divina como a la doctrina y a la práctica bimilenarias de la Iglesia, sino en el grado de enjuiciamiento y de condena inapelables que pronuncia contra aquellos que se oponen a las invasiones migratorias en sus países respectivos, a los que recusa, lisa y llanamente, el título de cristianos. Es verdad que, para Bergoglio, el mundialismo inmigracionista, multiculturalista y ecologista es más importante que los mandamientos de la ley de Dios y los preceptos de la Iglesia, sin duda insuficientemente « misericordiosos » e « inclusivos »…

Scalfari: ¿Cuál es pues, en este momento tan difícil,  su principal preocupación?

Francisco: « Los refugiados y los inmigrantes. Sólo una pequeña parte son cristianos, pero esto no cambia la situación en lo que a nosotros respecta. Sus sufrimientos y sus angustias. Las causas son muchas y hacemos todo lo posible para eliminarlas. Desgraciadamente, con frecuencia se trata de medidas rechazadas por la gente que tiene miedo a perder el trabajo o a que disminuya su salario. El dinero está en contra de los pobres, y además en contra de los inmigrantes y los refugiados, pero también están los pobres de los países ricos, que temen que se acoja a sus similares provenientes de los países pobres. Es un círculo vicioso que hay que detener. Hay que derribar los muros que dividen: intentar aumentar el bienestar y hacer que sea más difundido, pero para lograr esto necesitamos derribar esos muros y construir puentes que permitan disminuir las desigualdades y aumentar la libertad y los derechos. Más derechos y mayor libertad. »

Resulta pues que, en un mundo totalmente descristianizado, en el que la violación de la ley de Dios se ha vuelto la norma (aborto, « matrimonio » homosexual, adopción « homoparental », pornografía, divorcio, contracepción, eutanasia, ateísmo e indiferentismo religioso masivos, « educación » sexual en las escuelas y un larguísimo etc.), lo que más preocupa a « Francisco » es que las corrientes migratorias de masa hacia los países occidentales no sea interrumpida ni detenida, en perfecta consonancia con los designios mundialistas y multiculturalistas de las Naciones Unidas. Los calificativos de « grotesco » y « absurdo » se quedan cortos, ya que nadie ofende a Dios ni se condena por buscar regular, y en caso de necesidad, por impedir, el flujo migratorio hacia su país, lo que sí es el caso de las aberraciones morales arriba mencionadas…
Según Bergoglio, entonces, lo más importante es aumentar y difundir el « bienestar », « derribar muros y construir puentes », fomentar indefinidamente la consecución de nuevos « derechos » y « libertades » que satisfagan los reclamos caprichosos y las reivindicaciones interminables de una sociedad apóstata e inmoral que no busca sino satisfacer sus bajos instintos y sus pulsiones más perversas de manera ilimitada y, sobre todo, que puedan hacerlo con total impunidad y tranquilidad de conciencia…

Scalfari: Le pregunté al papa Francisco si tarde o temprano se acabarían las causas que obligan a las personas a emigrar. Es difícil comprender por qué un hombre, una familia, y comunidades y pueblos enteros quieren abandonar su tierra, los lugares donde nacieron, su idioma.- Usted, Santidad, a través de los puentes que se construirán facilitará el reagrupamiento de los desesperados, pero las desigualdades nacen en los países ricos. Hay leyes que tienden a disminuir esto, pero no tienen mucho efecto. ¿Nunca va a terminar este fenómeno?

Francisco: « Usted ha escrito y hablado a menudo sobre este problema. Uno de los fenómenos que las desigualdades fomentan es el movimiento de muchos pueblos de un país a otro, de un continente a otro. Después de dos, tres, cuatro generaciones, esos pueblos se integran y su diversidad tiende a desaparecer del todo. »

Scalfari: Yo lo llamo un mestizaje universal, en el sentido positivo del término. 

Francisco: « Muy bien, es la palabra correcta. No sé si será universal, pero será más generalizado que hoy en día. Lo que queremos es luchar contra las desigualdades, este es el mayor mal que existe en el mundo. El dinero es lo que las crea y lo que está en contra de las medidas que tienden a nivelar el bienestar y favorecer, por lo tanto, la igualdad. »

Búsqueda del « bienestar », supresión de las « desigualdades » sociales, positividad del « mestizaje universal »: nos hallamos ante el falso evangelio bergogliano expuesto en toda su crudeza naturalista y su horizontalidad inmanentista…

Scalfari: Hace tiempo me dijo Usted que el mandamiento « Ama a tu prójimo como a ti mismo » tenía que cambiar debido a los tiempos oscuros que estamos atravesando, y convertirse en  « más que a ti mismo. » Así que anhela Usted una sociedad dominada por la igualdad. Como Usted sabe, ése es el programa del socialismo de Marx y después, del comunismo. ¿Piensa, por lo tanto, en una sociedad de tipo marxista?

Francisco: « Se ha dicho a menudo y mi respuesta siempre ha sido que, en todo caso, son los comunistas los que piensan como los cristianos. Cristo habló de una sociedad donde fueran los pobres, los débiles, los marginados, quienes decidieran[???]. No los demagogos, no los Barrabás, sino el pueblo, los pobres, independientemente de que tengan o no fe en el Dios trascendente, es a ellos a los que debemos ayudar para que logren la igualdad y la libertad. »

Bergoglio, afirmando que los comunistas piensan como los cristianos, contradice formalmente el magisterio eclesial en la materia, legitima esta ideología anticristiana y antinatural y hace pública profesión de fe comunista al reivindicar su ideal utópico y revolucionario de una sociedad igualitaria, sin que importe en lo más mínimo que sus miembros « tengan o no fe en el Dios trascendente »[!!!]…

Estamos hablando de la sociedad sin clases marxista, del « paraíso en la tierra » comunista, de la utopía revolucionaria bolchevique, laica e internacionalista, sin religión ni fronteras, al estilo de la célebre y subversiva canción Imagine de John Lennon : « Imagina que no hay países, no es difícil hacerlo. Nada por lo que matar o morir, ni tampoco religión. Imagina a toda el mundo viviendo en paz […] Imagina que no hay posesiones, […] una hermandad de hombres.»

Ése es el ideal bergogliano, el de un mundo unificado, sin distinción de clases y exento de desigualdades sociales, un falso paraíso terrestre de una humanidad supuestamente « reconciliada » y « fraterna », viviendo en paz, sin que nada le falte a nadie,  pero huérfana de Dios y construída por el esfuerzo humano, de un modo puramente natural e inmanente, mediante la « cultura del encuentro », la « inclusión » y el « diálogo », el « construir puentes » y el « derribar muros » y la integración social de las « periferias existenciales »...

El ideal de « Francisco » coincide perfectamente con el de Karl Marx y el de John Lennon, situándose en las antípodas de la revelación divina y del magisterio de la Iglesia, los cuales nos enseñan, por un lado, que la paz y la fraternidad humana son utópicas, falaces y perversas si se persiguen prescindiendo de Dios, y, por el otro, que la Jerusalén Celeste, en la que ya no habrá más « lágrimas y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor » (Ap. 21, 4), es un don gratuito y sobrenatural recibido directamente de manos Dios a través de su intervención personal y manifiesta en el desarrollo de la humanidad…

Cito ahora el decreto del Santo Oficio de 1949 declarando la excomunión automática de los adherentes a la doctrina comunista, y muy principalmente, de quienes la difunden:

« A esta Suprema Sagrada Congregación le ha sido preguntado lo siguiente: […] Cuarto: los fieles que profesan la doctrina comunista y principalmente los que la defienden y propagan, ¿incurren ipso facto en la excomunión reservada especialmente a la Sede Apostólica, como apóstatas de la fe católica? Contestación de la Congregación del Santo Oficio: [4]. »

Con lo cual queda claro que « Francisco » no profesa la fe católica, dado que, en virtud de sus doctrina heterodoxa en relación al comunismo, ha  incurrido en excomunión latae sententiae, es decir, automática, sin que se requiera la declaración previa de una autoridad eclesiástica para que se haga efectiva.

Me apresuro a aclarar que, en realidad, este nuevo episodio en la lista interminable de herejías bergoglianas no añade ninguna información substancial ni modifica en absolutamente nada su situación eclesial, harto conocida por quienes seguían con atención su escandalosa trayectoria en la Argentina y también, desde hace casi cuatro años, en el Vaticano. No, ésta no es sino una más de las innumerables pruebas de la no catolicidad de Bergoglio, la cual es, por cierto,muy anterior a su elección al pontificado en 2013[5], pero que, no obstante, considero útil destacar, pues podría ayudar a que algunos desprevenidos pudieran por fin abrir los ojos con respecto al falso profeta argentino…[6]

[…] Scalfari: Nos despedimos con un abrazo muy cariñoso. Le dije que descansara de vez en cuando, y él me contestó: « Usted también tiene que descansar porque un no creyente como usted tiene que mantenerse lo más lejos posible de ‘‘la muerte corporal’’. »

La impiedad de esta última frase es sencillamente incalificable. En vez de preocuparse por la salvación eterna de su impío interlocutor, en lugar de invitar al ateo Scalfari a convertirse a Jesucristo, realizando una verdadera obra de misericordia espiritual, Bergoglio, dando muestras de un cinismo a toda prueba y de un humor negro que produce escalofríos, simplemente lo incita a diferir lo más posible el instante de su muerte y, por consiguiente, el de su condenación eterna. Estas palabras, saliendo de la boca de un supuesto Sucesor de San Pedro y Vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra, son, lisa y llanamente, diabólicas…


Francisco recibiendo sonriente el crucifijo comunista 
de manos del presidente boliviano Evo Morales





[2] No es la primera vez que Bergoglio miente desvergonzadamente sobre la cuestión del comunismo, procurando hacer creer a la gente que esta ideología diabólica y anatematizada sin cesar por la Iglesia coincidiría, en sus lineamientos fundamentales, con el mensaje evangélico : « Tuve una profesora de la que aprendí el respeto y la amistad, era una comunista ferviente. A menudo me leía o me daba a leer textos del Partido Comunista. Así conocí también esa concepción tan materialista. Recuerdo que me dio el comunicado de los comunistas americanos en defensa de los Rosenberg que fueron condenados a muerte. La mujer de la que le hablo fue después arrestada, torturada y asesinada por el régimen dictatorial que entonces gobernaba en Argentina. » -¿El comunismo lo sedujo? - « Su materialismo no tuvo ninguna influencia sobre mí. Pero conocerlo, a través de una persona valiente y honesta me fue útil, entendí algunas cosas, un aspecto de lo social, que después encontré en la Doctrina Social de la Iglesia . » Entrevista con Eugenio Scalfari el 24 de septiembre de 2013,  publicada el 1 de octubre en La Repubblica.
[6] Presentar de manera exhaustiva los documentos magisteriales que condenan sin miramientos el comunismo es algo que excede el marco de esta nota. Se recomienda vivamente, cuando menos, la lectura integral de la encíclica Divini Redemptoris de Pío XI, de la cual transcribimos el siguiente pasaje a modo de ilustración, para convencerse definitivamente de la incompatibilidad radical existente entre la enseñanza de la Iglesia y las elucubraciones bergoglianas: « Condenaciones anteriores. 4. Frente a esta amenaza, la Iglesia católica no podía callar, y no calló. No calló esta Sede Apostólica, que sabe que es misión propia suya la defensa de la verdad, de la justicia y de todos aquellos bienes eternos que el comunismo rechaza y combate. Desde que algunos grupos de intelectuales pretendieron liberar la civilización humana de todo vínculo moral y religioso, nuestros predecesores llamaron abierta y explícitamente la atención del mundo sobre las consecuencias de esta descristianización de la sociedad humana. Y por lo que toca a los errores del comunismo, ya en el año 1846 nuestro venerado predecesor Pío IX, de santa memoria, pronunció una solemne condenación contra ellos, confirmada después en el Syllabus. Dice textualmente en la encíclica Qui pluribus: « [A esto tiende] la doctrina, totalmente contraria al derecho natural, del llamado comunismo; doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana ». Más tarde, un predecesor nuestro, de inmortal memoria, León XIII, en la encíclica Quod Apostolici muneris, definió el comunismo como  « mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte », y con clara visión indicaba que los movimientos ateos entre las masas populares, en plena época del tecnicismo, tenían su origen en aquella filosofía que desde hacía ya varios siglos trataba de separar la ciencia y la vida de la fe y de la Iglesia. Documentos del presente pontificado. 5. También Nos, durante nuestro pontificado, hemos denunciado frecuentemente, y con apremiante insistencia, el crecimiento amenazador de las corrientes ateas. Cuando en 1924 nuestra misión de socorro volvió de la Unión Soviética, Nos condenamos el comunismo en una alocución especial dirigida al mundo entero. En nuestras encíclicas Miserentissimus Redemptor, Quadragesimo anno, Caritate Christi, Acerba animi, Dilectissima Nobis. Nos hemos levantado una solemne protesta contra las persecuciones desencadenadas en Rusia, México y España; y no se ha extinguido todavía el eco universal de las alocuciones que Nos pronunciamos el año pasado con motivo de la inauguración de la Exposición Mundial de la Prensa Católica, de la audiencia a las prófugos españoles y del radiomensaje navideño. Los mismos enemigos más encarnizados de la Iglesia, que desde Moscú dirigen esta lucha contra la civilización cristiana, atestiguan con sus ininterrumpidos ataques de palabra y de obra que el Papado, también en nuestros días, ha continuado tutelando fielmente el santuario de la religión cristiana y ha llamado la atención sobre el peligro comunista con más frecuencia y de un modo más persuasivo que cualquier otra autoridad pública terrena. »                                                                                                                                                     http://w2.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_19370319_divini-redemptoris.html


martes, 29 de noviembre de 2016

ADVIENTO


«Señales son del Juicio...»

¿Qué es este desvariar sino un barrunto
del Juicio preterido y de su adviento?
¿Qué tanto reconcomio? ¿El elemento
en que arden Malo y reos todo junto?

Este acrecido y sí ruinoso asunto
de voces sin palabra y sin acento,
¿qué anuncia sino el trágico momento
en que caerá aquel lazo en el conjunto?

El hombre que no sabe y sólo siente,
cuyo derecho sigue a su talante
y cuya volición es su regente,

desdeñará adorar al Dios infante
que en el misterio augusto de Belén, te-
rrena humillación vuelve radiante

y, a cambio, con los ojos de su mente
y sus sentidos todos, y el semblante
más pávido que nunca y más doliente,

reclamará cobijo a mar y monte
ante la tempestad, que no relente,
del Juez invicto como el horizonte

que viene a interpelar a toda gente.


Fray Benjamín de la Segunda Venida

lunes, 21 de noviembre de 2016

FRANCISCO, MAESTRO DE LA SOSPECHA

Fue Paul Ricœur quien acuñó la inmejorable expresión «maestros de la sospecha» para que reuniera en un mismo haz a Marx, Nietzsche y Freud, los tres grandes objetores no de conciencia sino de la conciencia, esto es: de todo cuanto es afirmado por el hombre allende su atorbellinado sustrato animal y sus proyecciones. No fueron éstos, sin dudas, los primeros teutones en difundir aquella peste que encuentra su asiento propicio entre las neblinas hiperbóreas, pero fueron el coronamiento del idealismo (vale decir: del autismo), los amasadores del más cínico alegato contra la adecuación del intelecto con la cosa, columbrando siempre un motivo inconfesable detrás de todo acto de asentimiento intelectual y de expresión del mismo apertis verbis. Con ellos (y con sus  divulgadores, siempre intelectualmente modestísimos) se ha ido mucho más allá del escepticismo: se ha difamado el raciocinio, haciendo del hombre y sus empresas histórico-culturales un caso indescifrable, el eslabón que enlaza a la zoología con el nonsense.

Ya se sabe: Marx, bochado en metafísica, pretendió que la materia determinaba a la forma y, por consecuencia inevitable -nos resistimos a decir que «lógica»-, hizo de la religión una "superestructura" que escondía la única monista realidad de la dominación de clase; Nietzsche, que del cristianismo sólo conoció su perversión protestante, hizo de la moral evangélica -pese a sus sobrehumanas exigencias- un pretexto de inferiores resentidos para imponerse; Freud, para quien del ombligo para arriba no residía pensamiento alguno, creyó interpretar a la religión en clave de "represión" de la libido o de "sublimación" de lo venéreo. Este expediente calumnioso y soez, en cualquiera de sus variantes -o, a menudo, en todas juntas-, vino a salpimentar la embestida política de la Ciudad del Hombre contra el cristianismo, surtiendo un oprobio fácil contra todo testimonio de moral cristiana: había libreto y ángulo para elegir por dónde atacar, y un puñado repetitivo de objetos verbales arrojadizos según los gustos. Así, hoy día, uno de los más frecuentes y maliciosos barruntos que se suele blandir es el de la presunta "homosexualidad reprimida" de quienquiera rechace explícitamente la sodomía, disolviendo toda apelación a la norma -al nomos- en la ubicuidad absoluta de su contrario. Piensa el ladrón que todos son de su condición: la rarefacta mentalidad moderna no tolera el imperio de la naturaleza sobre los accidentes, no admite el anclaje de lo mudable en la realidad inconmovible que le sirve de asiento y aun de parámetro. Es el caos como estilo, como oriente y como hábitat; es la divagación ininterrumpida de la mente por la superficie untuosa de las cosas -y, al modo de las cucarachas, casi siempre de las más viles.

Si este fácil expediente para deslegitimar toda certeza resulta tan reciente como la tríada aludida más arriba (cien o cientocincuenta años de contagioso desarrollo, muy a lo más: ni siquiera Voltaire se había animado a tanto), lo que constituye seguramente una novedad es que el capcioso recurso pase a ser operado por un pontífice, y en el exacto mismo sentido con el que lo emplea el enemigo: como un argumento contra la fe. No es la primera vez que Bergoglio, el escrutador de las conciencias, descubre algo turbio detrás de la adhesión personal a una doctrina invariable o a una práctica cultual que se pretende perimida. Recientemente, a propósito de la asistencia de jóvenes a la Misa de siempre, destiló que
trato siempre de entender qué hay detrás de estas personas que son demasiado jóvenes como para haber experimentado la liturgia preconciliar y sin embargo aún la desean [...] A menudo me he encontrado ante una persona muy rigurosa, con una actitud de rigidez, y me pregunté: ¿por qué tanta rigidez? Escarba, escarba, esta rigidez esconde siempre algo, inseguridad o incluso algo más... (fuente aquí. Los subrayados son nuestros.)
Pocos días después, abundó en el mismo desatino con la periodista de Avvenire que quiso sonsacarle el baldón para quienes lo acusan de malbaratar la doctrina y "protestantizar" a la Iglesia:
No me quita el sueño. Yo sigo el camino de quien me precedió, sigo el Concilio. Cuanto a las opiniones, es menester distinguir siempre el espíritu con el que éstas se vierten. Cuando no hay mal espíritu, ayudan a caminar. Otras veces se ve pronto que las críticas [...] no son honestas, están hechas con mal espíritu para fomentar división. Se ve pronto que ciertos rigorismos nacen de una falencia, del querer esconder bajo una armadura la propia triste insatisfacción.
El psicoanálisis de magacín, de suplemento dominical, toda esa brujería de divulgación que de las universidades infestadas declina a la televisión y de éste al almacén, pudo asegurarse el más inopinado de los triunfos: la cátedra de Pedro está ahora al servicio de ese submundo polimorfo y líquido que puja por suplantar definitivamente a la diafanidad de la verdad, y el sumo pontífice resulta apenas un chamán que, airado contra el misterio de la Encarnación y sus implicaciones, manda todas las lealtades humanas al magma de las vergüenzas no declaradas y evoca el infierno inmanente del psiquismo inferior para conjurar las definiciones dogmáticas, esas patrañas.

La verdad es que hubiera sido preferible que las rabietas de Francisco se desbordaran en un alud de puteadas y maldiciones, que no de esta manera sibilina a la par que ulcerosa: la dignidad del cargo, ya suficientemente hollada, no se habría visto más agraviada por ello. El título de «maestro de la sospecha», pues, le cabe a Bergoglio sin atenuantes. Pero a veces, por su simpatía notoria por el caos, nos parece más oportuno suponerlo la pesadilla encarnada de algún hebreo cabalista de hace seis o siete siglos, la prole errabunda a través de los siglos de un Abulafia o cualesquier falso mesías amamantado por la Sinagoga siempre hostil contra la Iglesia, la criatura más disforme que podía irrumpir del delirium tremens de un numerario de la Alta Vendita después de una tenebrosa noche de exceso báquico...

Magnum Chaos, taracea del coro de la basílica 
de Santa María la Mayor, por Capoferri y Lotto (s. XVI)

martes, 15 de noviembre de 2016

MÁS SOBRE TRUMP

Con esmerado acento en la demencia senil que parece aquejar a la modernidad (si es que ésta no nació vetusta, como en aquel Relato de las edades del mundo de Hesíodo, donde se habla de unas postrimerías en que los niños nacerían con las sienes cubiertas de canas), el triunfo de Trump sigue concitando una marea de inconsecuencias a cuál más clamorosa. Los mismos que en el último tramo de la campaña electoral le reprochaban a éste el que no se manifestara dispuesto a reconocer una eventual derrota -de presumirse fraude en tal caso-, ahora vocean «not my president» sin advertir la incoherencia en la que incurren. No faltó, en un mundo que se jacta de negar la existencia del demonio para ponerlo en la jefatura del Tercer Reich, la grotesca caricaturización de Trump con el bigote de Hitler, y los pluralistas más acérrimos andan echando espumarajos de rabia por el ascenso de la "derecha".

Tal como ocurrió en Inglaterra con el Brexit, votado por pescadores y productores rurales, es un hecho que Trump fue el preferido de una devastada clase productora, de aquellos que aún se ganan el pan con el anacrónico recurso del sudor. Podría decirse -con ulterior y vibrante paradoja para la mitología política en vigor- que el candidato de derechas fue el más ampliamente respaldado por la clase obrera.  

Entonces habría que destapar un subsiguiente equívoco: aquel lumpenproletariat denostado oportunamente por Marx como "carente de conciencia de clase", rejuntado -al decir de aquél- de entre todos aquellos «vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos -en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème» y que hicieron causa común con Luis Bonaparte en los sucesos parisinos de diciembre de 1851 «a costa de la nación trabajadora», ese lumpen-proletariado que es el subproducto más vil de la Revolución es el mismo que en nuestros días deglute con el embudo toda la verborrea ecologista-feminista-igualitaria que le destilan los medios para luego apoyar en masa a la candidata del establishment, la misma que, a fuer de secretaria de Estado, comandó desde el escritorio la invasión de Libia por el petróleo y promovió en contante y sonante las sucesivas revueltas conocidas como «primaveras árabes», de oleoso beneficio para la plutocracia orbital.

El paladar no los engaña a estos zánganos teledirigidos: ellos, absueltos de las exigencias del sentido común, están para ser tropas de choque de los usureros. Como con acierto señala Agostino Nobile, los alientan, en su infatuado afán, aquellos que «emotivamente concentrados en sí mismos, egocéntricos a la máxima potencia, en la mayoría de los casos no se percatan de los efectos devastadores que sus productos, palabras y comportamientos pueden engendrar en el público», aquellas estrellas del cine y del rock que «están dispuestos a todo con tal de alcanzar éxito y de mantenerlo: viven, comen, caminan y duermen sólo para este fin» y que, junto con la otra categoría aun más peligrosa de los periodistas, «que venden montañas de mentiras con el único fin de alterar el juicio de los electores», son quienes «sostuvieron hasta el final la campaña de Hillary Clinton, una mujer que había prometido legalizar el aborto hasta el noveno mes y perseguir legalmente a las diócesis que se opusieran al "matrimonio" homosexual», entre otras lindezas. Así, el triunfo inopinado de Trump asestó un golpe de realidad a tantos integrantes de la generación llamada snowflake («cristal de nieve», por lo suave y frágil). Las Universidades que los prohíjan ya andan ofreciendo espacios seguros e incontaminados por el germen xenófobo y machista de Trump, asistiendo al alumnado con terapias post-trauma consistentes en bebidas templadas y alimentos soft y dándoles a calmar el insoportable stress «pintando, aplicándose a programas creativos, dialogando y reflexionando». Entre otras, la Illinois State University «recuerda a sus estudiantes que el instituto dispone de un servicio de asistencia psicológica "donde el consultor puede ayudar a verbalizar vuestros sentimientos, transformar vuestra angustia en acción y auto-consolaros". Entre las técnicas de auto-consolación (self-soothing) se indican: succionar un caramelo duro, mirar las nubes o tomar un baño caliente» (fuente aquí).

El retrato del adicto al clan Clinton resulta, así, patente, como también las íntimas contradicciones que taran todo el organismo psíquico y conceptual de esta viscosa generación progre destinada a la autodestrucción. Recuérdese el ruido que hizo una reciente novela de Houellebecq, quien preveía para una Francia próxima en pocos años un voto masivo de las izquierdas al candidato musulmán contra Marine Le Pen, y la consiguiente islamización de la nación gala, con la sharia aplicada en todo su rigor y abolidas por lo mismo las veleidades libertarias. Queda claro que, consumado el connubio entre la Escuela de Frankfurt y la alta finanza, todo resto de humanidad impermeable a la ideologización compulsiva debía quedar arrinconado por la tiranía de lo «políticamente correcto»; en el caso norteamericano, la novedad inaudita en este ostinato de propaganda liberal-democrática ha sido la epifanía insospechada del hombre acorralado por no comer vidrio -y esto debe decirse cumpla o no Trump con sus promesas, merezca o no merezca algún crédito.


«No juzgo sus políticas, pero quiero entender el sufrimiento que puede causar a los pobres y excluidos», se apresuró a aclarar Francisco respecto del sorpresivo ganador de los comicios. De Bergoglio no podía esperarse más, siendo acaso el único del frente mundial progre que no entró en contradicción flagrante, siquier consigo mismo (con la doctrina católica ya lo hizo hasta la náusea). Era de entender que quien considera superfluo denunciar el crimen del aborto se desentienda de censurar a Hillary Clinton, y quien presiona con el ascendiente de su potestad a los gobiernos europeos para que abran las fronteras a la migración masiva financiada por Soros se preocupe, después del triunfo de Trump, por «la situación de los refugiados y los inmigrantes», cuyos «sufrimiento y angustia» es a menudo «causado por personas pobres que tienen miedo de perder su trabajo o ver reducidos sus salarios» -vale decir, por los votantes del odioso de Trump, que no por las políticas devastadoras del saliente Obama. 

martes, 8 de noviembre de 2016

OTRO REVÉS ELECTORAL PARA FRANCISCO

Uno que podría vestir el manto y la muceta
que Bergoglio rechaza por humildad
No somos nadie para presagiar cómo serán las cosas bajo Trump, pero nos place ver vindicada la justicia más elemental al paso que el progre-clericalismo de Bergoglio experimenta su enésimo traspié, el de resonancias las más orbitales. Un papocesarismo redivivo en tan impropia hora, y en figura tan anodina, merecía ser desmentido en todas sus insolentes injerencias por aquel que el propio pontífice llamó, con rusoniano ditirambo, «el soberano» -supuesto el caso de que perviva ese sujeto colectivo que por inercia aún llamamos "pueblo" en este hacinamiento de átomos humanos. Se recordará que Bergoglio, fiel a su estratagema de zaherir sin nombrar, se había entreverado meses atrás en la puja electoral estadounidense fustigando a quienes -como Trump- proponen construir muros, que no puentes, y aquel que retiñe el consabido estribillo del "no juzgar" no dudó en descalificar como "no cristiano" al candidato que se oponía sin complejos a la invasión migratoria patrocinada por las élites financieras.

Mejor trato recibió de Francisco la candidata derrotada, maguer ésta se declarara a favor del aborto y la ideología de género, a más de amenazar con intervenir a "las religiones" para des-dogmatizarlas y a pesar de que recientemente se ventilara, con ocasión del llamado Wikileaks, la participación de su jefe de campaña en repugnantes happenings regados con efluvios humanos (sangre, esperma, leche materna), no menos que las incursiones de Hilaria con Bill su consorte en el escabroso mundo de la pedofilia a bordo de jets privados. Todo esto sin contar las decenas de muertes accidentales de allegados que sabían más de lo conveniente, y las evidencias bastante avanzadas de la práctica del satanismo. Diríase un menú que, revirtiendo sobre la figura de un complaciente Francisco, exhibe en éste -a falta del carisma de infalibilidad, que los papas "pastoralistas" del Vaticano II no han querido comprometer- la indefectibilidad de sus preferencias personales, siempre adscritas a lo peor de la marea gnóstica que está llevando al mundo a la irremontable locura y al suicidio.

De este hombre que gusta de hablar con su rostro, podemos imaginar aquel que compondrá, con arte y primor inigualables, con ocasión de la foto con el flamante presidente norteamericano cuando éste lo visite, apenas traspuestas las murallas vaticanas.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

«EL PROSELITISMO ES PECADO»

(LA ÚLTIMA MENTIRA DE BERGOGLIO)
por Alejandro Sosa Laprida
(accesible en formato PDF aquí)


« Y acercándose, Jesús les habló, diciendo: ‘‘Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’’. »
(Mt. 28, 18-20)

Francisco junto a una estatua de Lutero en el Vaticano

VATICANO, 28 Oct. 16 / 02:10 pm (ACI).- El pasado 24 de septiembre el Papa Francisco concedió una entrevista al director de la revista jesuita sueca Signum, P. Ulf Jonsson, que ha sido publicada hoy en la revista jesuita La Civiltà Cattolica.

https://www.aciprensa.com/noticias/texto-entrevista-del-papa-francisco-con-la-civilta-cattolica-antes-del-viaje-a-suecia-84744/

« Lutero ha dado un gran paso para poner la Palabra de Dios en las manos del pueblo. Reforma y Escritura son las dos cosas fundamentales que en las que podemos profundizar mirando la tradición luterana. »

Es decir que, según Francisco, antes de Lutero, la Iglesia no enseñaba a los fieles la Palabra de Dios. Es más, Francisco avala implícitamente la acusación luterana según la cual la Iglesia habría constituído un obstáculo para que los creyentes conociesen la historia sagrada y pudiesen instruirse en las verdades reveladas. Y las palabras de Francisco implican también que Lutero y los protestantes son legítimos intérpretes de la Palabra de Dios, aunque hayan sido excomulgados, la interpreten en un sentido distinto del católico y a pesar de que todas las tesis luteranas hayan sido condenadas por el Concilio de Trento, es decir, por el magisterio infalible de la Iglesia. Pretender que se pueda « profundizar » la comprensión de la Sagrada Escritura gracias a la hermenéutica luterana y que la Iglesia pueda « reformarse » inspirándose en el cisma protestante es un delirio de proporciones inauditas. Cualquier sacerdote u obispo que hubiese tan siquiera sugerido semejantes dislates con antelación a Vaticano II hubiese sido considerado ipso facto sospechoso de herejía y suspendido inmediatamente en su ministerio…

« Hay una cuestión que debemos tener muy clara en este caso: hacer proselitismo en el ámbito eclesial es pecado. Benedicto XVI nos dijo que la Iglesia no crece por el proselitismo, sino por la atracción. El proselitismo[1] es una actitud pecaminosa. Sería como transformar a Cristo en una organización. Hablar, rezar, trabajar juntos: ése es el camino correcto por el que debemos avanzar. »

Francisco nos está diciendo que intentar explicar a un protestante que la Iglesia católica es la única Iglesia verdadera, fundada por Nuestro Señor Jesucristo, y a la cual debería convertirse para vivir su cristianismo de manera plena y verdadera, no está bien, no es una obra de misericordia espiritual, sino que es algo moralmente condenable. Resulta pues que procurar hacer regresar al redil a las ovejas extraviadas es considerado como una falta y un motivo de escándalo por aquel que no vacila en afirmar que Lutero no se equivocó en relación a la doctrina de la justificación[2] y que su aporte espiritual al cristianismo es digno de encomio…

Se trata de una afirmación tan grotesca y tan contraria a la enseñanza del magisterio de a Iglesia (anterior a Vaticano II, huelga decir), que tamaño disparate no requiere ningún tipo de refutación. Quien la necesitara sería, o bien en razón de una ignorancia supina, remediable fácilmente leyendo cualquier catecismo anterior a Vaticano II, o bien a causa de una mala fe notoria y de un enceguecimiento voluntario…

Que no se produzca una reacción pública e inmediata de cientos de sacerdotes y de obispos en el mundo entero ante declaraciones tan agraviantes para la fe católica es algo que resulta sencillamente aterrador, signo inequívoco de que nos hallamos de lleno en el período escatológico conocido como la « gran apostasía » anunciada por Nuestro Señor y por San Pablo. Cabe añadir que dicha apostasía universal de la fe católica es uno de los principales signos escriturísticos anunciadores del advenimiento del Hombre de Pecado, de quien no puede excluirse la posibilidad de que Francisco sea el Precursor y el Falso Profeta, cuya misión consistirá precisamente en allanarle el camino…


Las religiones pueden ser una bendición, pero también una maldición. Los medios de comunicación a menudo comunican noticias de conflictos entre grupos religiosos en el mundo. Algunos afirman que el mundo sería más pacífico si las religiones no existieran. ¿Qué responde a esta crítica?

« ¡Las idolatrías que están en la base de una religión, no la religión! Hay idolatrías que están unidas a las religiones: la idolatría del dinero, de las enemistades, del espacio superior al tiempo, la codicia de la territorialidad del espacio. Existe una idolatría de la conquista del espacio, del dominio, que ataca las religiones como un virus maligno. La idolatría es una falsa religión, es una religiosidad equivocada. Yo la llamo “una trascendencia inmanente”, es decir, una contradicción. Sin embargo, las religiones verdaderas son el desarrollo de la capacidad que tiene el hombre de trascenderse hacia lo absoluto. El fenómeno religioso es trascendente y tiene que ver con la verdad, la belleza, la bondad y la unidad. Si no hay esta apertura no hay trascendencia, no hay verdadera religión, hay idolatría. La apertura a la trascendencia entonces no puede de ninguna manera ser causa de terrorismo, porque esta apertura está siempre unida a la búsqueda de la verdad, de la belleza, de la bondad y de la unidad. »

Estas palabras demuestran que Francisco no sólo no es católico: él no es ni siquiera cristiano. Hablar de « religiones verdaderas » es una aseveración tan grotesca que no precisa comentario alguno. Es algo tan contrario a lo que la Iglesia a enseñado siempre, tan opuesto incluso al más elemental sentido común, que se hace difícil concebir que semejante falsedad pueda sostenerse públicamente sin provocar ninguna reacción en la abrumadora mayoría de los católicos. No poder identificar ni comprender esta anomalía teológica flagrante en el discurso bergogliano, que debería ser evidente y manifiesta para cualquier cristiano medianamente instruído, es un signo inequívoco de una profunda y preocupante enfermedad del espíritu…

Cabe añadir que, como buen modernista (es decir, como buen gnóstico), para Francisco Dios, la revelación divina, la gracia sobrenatural, la Iglesia, etc., no son realidades externas al hombre, que le son presentadas y a las que debe adherir en vistas a alcanzar la salvación. La « trascendencia », entendida como potencialidad sobrenatural salvífica, es una cualidad inherente a la persona, la cual debe desarrollar la capacidad que tiene de « trascenderse hacia lo absoluto ». Esto es inmanentismo y gnosticismo puro, en la línea de su maestro panteísta, el jesuita evolucionista apóstata Pierre Teilhard de Chardin. Por último, al decir que « hay idolatrías que están unidas a las religiones », Francisco da por sentado que, en sí mismas, no existen las « religiones idolátricas », el aspecto « idolátrico » » sería un mero añadido exterior y accidental, del cual pueden y deben purificarse. Así pues, no se puede decir, por ejemplo, que el hinduísmo, el jainismo o el budismo sean cultos idolátricos, ni sus partidarios idólatras, en la medida en que dichos « cultos » permiten al hombre desarrollar su capacidad de « trascenderse hacia lo absoluto »…

Es por ello que siempre insisto en el mismo punto al analizar los discursos bergoglianos: nos encontramos ante un universo mental completamente extranjero al cristianismo y a la revelación bíblica, aunque engañosamente disimulado bajo un lenguaje cristiano, tenemos que vérnoslas con el universo de la gnosis panteísta y evolucionista, en su variante teilhardiana, la cual ha logrado tomar las riendas del Vaticano desde el CVII y, dando la impresión de continuar el catolicismo, no persigue otro objetivo que el de realizar la unión de todas las religiones, superando las « diferencias dogmáticas » que « dividen », ya que todo ser humano sería una « chispa » de la divinidad, y la redención consistiría en la toma de conciencia de ese hecho capital, para el cual las « religiones » serían instrumentos más o menos adecuados, en tanto y en cuanto ayudan al hombre a « trascenderse hacia lo absoluto ».

Las divergencias teológicas deben por consiguiente relativizarse, quedar en segundo plano, ya que no son sino expresiones subjetivas y relativas de la « experiencia religiosa » de los « creyentes ». Esto es, huelga aclararlo, modernismo en estado puro, basta con releer la encíclica Pascendi de San Pío X para convencerse de ello, en donde se define el modernismo como la « síntesis de todas las herejías ». Pues bien, la Iglesia, desde JXXIII en adelante, está gobernada por modernistas, cuyo hilo conductor es el « ecumenismo » y el « diálogo interreligioso », y sus más emblemáticas expresiones, las cinco reuniones « multireligiosas » celebradas en Asís por iniciativa de los « papas » JPII, BXVI y del mismo Francisco, en septiembre pasado. Entiendo que ésta es una constatación muy difícil de asumir, pero me parece que seguir negando el problema no es una alternativa razonable…


« Es verdad que las Iglesias jóvenes[3] tienen un espíritu más fresco y, por otro lado, hay Iglesias envejecidas, Iglesias un poco adormecidas, que parecen estar interesadas solamente en conservar su espacio. En estos casos no digo que falte el espíritu: existe, sí, pero está cerrado en una estructura, en un modo rígido, temeroso de perder espacio. En las Iglesias de algunos países se ve que falta frescura. En este sentido la frescura de las periferias da más lugar al espíritu. Se necesita evitar los efectos de un mal envejecimiento de las Iglesias. »

Francisco parecería ignorar que en la tierra no hay más que una sola Iglesia de Cristo, por El fundada hace casi dos milenios, la Iglesia católica, la cual, a su entender, formaría parte de las « Iglesias envejecidas », mientras que las diversas sectas nacidas de la « reforma » protestante serían las « Iglesias jóvenes », menos rígidas, menos apegadas a estructuras de poder, más maleables y dóciles al « espíritu »…

En su visita a Suecia llegará a uno de los países más secularizados del mundo. Una buena parte de su población no cree en Dios, y la religión juega un papel muy modesto en la vida pública y en la sociedad. Según usted, ¿qué se pierde una persona que no cree en Dios?
« No se trata de perderse algo. Se trata de no desarrollar adecuadamente la capacidad de trascendencia. El camino de la trascendencia da lugar a Dios, y en esto los pequeños pasos son muy importantes, incluso para los agnósticos o los ateos. Para mí, el problema surge cuando uno está cerrado y considera que su vida es perfecta en él mismo, y por lo tanto permanece encerrado en sí mismo sin la necesidad de una trascendencia radical. »

No abundaremos en mayores comentarios al respecto, pues está dicho que para un modernista la religiosidad surge de la propia subjetividad del individuo que toma conciencia de su « trascendencia radical » y luego desarrolla por sí mismo su capacidad de « trascenderse hacia lo absoluto ». Lo que el ateo se « pierde », según Francisco, no es algo que le sea « extrínseco » (la revelación divina, la gracia sobrenatural, etc.), sino la posibilidad de realizar por sí mismo el desarrollo de su « trascendencia radical », la toma de conciencia salvífica de que somos todos, por naturaleza (no por adopción, mediante la gracia de Dios y la fe en Jesucristo), « hijos de Dios »[4]. Y es por eso que el « proselitismo » es un obstáculo insalvable y « pecaminoso » en el camino del « ecumenismo » conciliar[5], pues es fuente de división « dogmática » allí donde lo único que cuenta es la unidad resultante de la común experiencia religiosa que conduce a todos los hombres hacia lo « absoluto », hacia la « trascendencia radical » que reside en lo más recóndito de su ser. De ahí la noción de salvación universal[6] que profesa el impostor argentino…


NOTAS:

[1] « El proselitismo es una solemne necedad, no tiene sentido. Es necesario conocerse, escucharse y hacer que el conocimiento del mundo que nos rodea crezca. A mí me pasa que después de un encuentro quiero tener otro porque nacen nuevas ideas y se descubre nuevas necesidades. Esto es importante, conocerse, escuchar, ampliar el marco de los pensamientos. […] Nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de los deseos, de las desilusiones, de la desesperación, de la esperanza. Debemos devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, abrirnos hacia el futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Debemos incluir a los excluidos y predicar la paz. » Entrevista con Eugenio Scalfari el 24 de septiembre de 2013, publicado el 1 de octubre en La Repubblica.
[2] https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2016/06/27/entrevista.html «Creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas -respondió Francisco- era un reformador; puede que algunos métodos no fueran acertados, pero en aquel tiempo la Iglesia no era precisamente un modelo a seguir: había corrupción, mundanidad, apego al dinero y al poder. Y por eso protestó. Era inteligente y dio un paso hacia delante para justificar por qué lo hizo. Y hoy luteranos y católicos, protestantes y todos, estamos de acuerdo en la Doctrina de la Justificación: en este punto tan importante no se había equivocado. [Lutero] elaboró un medicamento para la Iglesia, que después se consolidó en un estado de cosas, en una disciplina, una forma de creer, una forma de hacer, una forma litúrgica. »
[3] « Las Iglesias jóvenes logran una síntesis de fe, cultura y vida en progreso diferente de la que logran las Iglesias más antiguas. Para mí, la relación entre las Iglesias de tradición más antigua y las más recientes se parece a la relación que existe entre jóvenes y ancianos en una sociedad: construyen el futuro, unos con su fuerza y los otros con su sabiduría. El riesgo está siempre presente, es obvio; las Iglesias más jóvenes corren peligro de sentirse autosuficientes, y las más antiguas el de querer imponer a los jóvenes sus modelos culturales. Pero el futuro se construye unidos. » Entrevista con el Padre Antonio Spadaro s.j. director de la Civiltà Cattolica el 19, 23 y 29 de agosto de 2013.
[4] « Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica y otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios. » Bendición silenciosa dada a los periodistas presentes en la Sala Pablo VI del Vaticano, en la primer audiencia pontifical con los medios de prensa, el 16 de marzo de 2013.
[5] « Para las relaciones ecuménicas es importante una cosa: no sólo conocerse mejor, sino también reconocer lo que el Espíritu ha ido sembrando en los otros como don también para nosotros. » (…) - Intento captar cómo ve el Papa el futuro de la unidad de la Iglesia. Me responde: « Tenemos que caminar unidos en las diferencias: no existe otro camino para unirnos. El camino de Jesús es ése. » Entrevista con el Padre Antonio Spadaro s.j. director de la Civiltà Cattolica el 19, 23 y 29 de agosto de 2013.
[6] « Dios es luz que ilumina las tinieblas y que aunque no las disuelva hay una chispa de esa luz divina dentro de nosotros. En la carta que le escribí recuerdo haberle dicho que aunque nuestra especie termine, no terminará la luz de Dios que en ese punto invadirá todas las almas y será todo en todos […] El Señor a todos, a todos nos ha redimido con la sangre de Cristo: a todos, no solo a los católicos. ¡A todos! ‘‘Padre, ¿y los ateos?’’. A ellos también. ¡A todos! ¡Y esta sangre nos hace hijos de Dios de primera clase! ¡Hemos sido creados hijos a imagen de Dios y la sangre de Cristo nos ha redimido a todos! » Entrevista con Eugenio Scalfari el 24 de septiembre de 2013, publicado el 1 de octubre en La Repubblica.