lunes, 15 de junio de 2015

A 60 AÑOS DE LA QUEMA DE LAS IGLESIAS

Profanación del Sagrario en la Catedral de Buenos Aires
La responsabilidad de Perón -nunca más consonante con Nerón que aquella noche- debiera estar fuera de toda duda. La quema de los templos y la curia porteña durante la madrugada del 16 de junio de 1955 podría, en el mejor de los casos, no tenerlo por instigador directo -según protestan no pocos peronistas contumaces, fundándose en aquellas presuntas palabras del jefe a los hombres del Ejército: «tomen medidas, porque éstas son bandas comunistas que están quemando las iglesias, y después me lo van a atribuir a mí» (entre paréntesis, no importaba en primer lugar atajar el sacrilegio, sino salvar la propia fama). Pero la comprobada participación del vicepresidente Tessaire (masón para más señas, a cuyas órdenes partieron desde el Ministerio de Salud Pública y otros edificios del gobierno varios grupos hacia los templos luego siniestrados) no exime al General de suficiente incumbencia en lo que vino. La inacción de los bomberos y las fuerzas públicas que hubieran podido destacarse para ahogar las hogueras acabó de estamparle la firma al estropicio. Por lo demás, el propio Perón, años más tarde desde su exilio madrileño, se encargó de pedirle al arzobispo local el levantamiento de la excomunión fulminada en el tiempo de los hechos por hallarse "sinceramente arrepentido" de los mismos. De lo que cabe indirectamente colegir su dirección: nadie puede estar arrepentido de aquello que no hizo.

Con todo, si hubiera que atribuir la quema de los templos a enemigos de Perón que hubiesen querido involucrarlo en unos hechos cuya gravedad dañara irremisiblemente su nombre, lo cierto es que se buscó perpetrar algo que fuera verosímil atribuirle. Los ataques sacrílegos, con o sin la autoría de Perón, fueron precedidos de parte del gobierno por una escalada de medidas claramente lesivas de la identidad católica de la nación: supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, sanción de la ley del divorcio vincular, convocatoria a una reforma constitucional para imponer la separación de la Iglesia y el Estado. Para desafiar más groseramente a la autoridad eclesiástica y corromper la moralidad pública, no se dudó incluso en ordenar la reapertura de los prostíbulos, clausurados por décadas.

Así, luego de haber sumido a las masas en perdurable infantilismo por el recurso del culto al líder, Perón sumó a su causa a todos aquellos elementos supérstites o herederos de la marejada anarco-socialista y anticlerical que habían llegado a la Argentina desde las últimas décadas del XIX a expensas del programa masónico-liberal, y logró que proyectasen muy avante su furor anticristiano. Que bien lo dijo Desiderio Fierro en aquellas coplas: de Uropa nos vino todo / lo malo como lo güeno. Hoy queda, como fruto, una infeliz postración y una total amnesia de nuestro patrimonio espiritual, coronada no sólo por la definitiva corrupción de la política sino también -cruel ironía- por la insospechada irrupción de la figura del Papa peronista, exponente perfecto de las más aborrecibles cualidades de su mentor.

Cuando hace diez años un grupo de católicos de bien se resolvieron a conmemorar el cincuentenario del múltiple sacrilegio y ofrecer la debida reparación visitando una por una las iglesias antaño incendiadas, las puertas de las mismas (pese a la lluvia y el frío invernal) les fueron cerradas sincronizadamente, de manera que no les fue posible orar ante los respectivos Sagrarios. Era arzobispo el cardenal Bergoglio. Este año, cumpliéndose sesenta del artero ataque, se ha lanzado pareja convocatoria de la que queremos hacernos eco desde acá. Que el Señor llene los corazones de los asistentes con el santo celo de su Gloria.




A 60 AÑOS DE LA QUEMA DE LAS IGLESIAS

por Antonio Caponnetto


                                                                                                  "En lo alto la mirada
luchemos por la patria redimida"

Iglesia de San Ignacio tras el ataque sacrílego
       
La noche del 16 de junio de 1955, varios templos porteños fueron incendiados y profanados, amén del Palacio Arzobispal, Santo Domingo y San Francisco, la Capilla de San Roque, San Ignacio, La Merced, San Miguel Arcángel, La Piedad, Nuestra Señora de las Victorias, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, San Nicolás de Bari, San Juan Bautista, y la misma Catedral Primada.

“Noche de la Pasión de Jesús en Buenos Aires”, fue llamada aquélla. Noche trágica del sacrilegio, de la blasfemia, de la destrucción y del pecado.

Junto a la Eucaristía pisoteada, los sagrarios rotos, los altares mancillados, los cálices ultrajados, las imágenes sacras deshechas y vejadas, no pocas reliquias patrias sufrieron el mismo y endemoniado castigo. Desde las tumbas de los héroes hasta las banderas nacionales y los trofeos de guerra.

Perón y su gobierno; Perón y sus secuaces, por acción y omisión, fueron los responsables directos de esta grave iniquidad, corolario maldito de una política anticatólica explícitamente alimentada por la masonería.

Política anticatólica, antinacional y masónica –quede en claro- que continuaron con las mismas culpas quienes desde 1956 se adueñaron de la caída del peronismo. A nosotros no nos engañan ni los "nacionales y populares" ni los "libertadores". Detrás de los dos bandos asoma el mismo amo.

Pocos, lo presentimos con dolor, querrán recordar los 60 años de aquella jornada odiosa y envilecedora. Pocos querrán tener frente al aniversario un gesto expiatorio, devocional y orante. Pocos querrán dejar siquiera un cirio ante el Santísimo, en señal de desagravio, u ofreciéndose penitencialmente al pie de las imágenes de Nuestra Señora.

Tal vez callen los prelados, enmudezcan los templos, y queden amnésicos algunos o muchos de quienes fueron entonces protagonistas del drama. Tal vez no -y lo deseamos- si el Espíritu Santo sostiene con sus dones a quienes están obligados a hablar. Empezando por el Papa que, como argentino, debería pronunciar al respecto una palabra justa y veraz, en vez de recibir complacientemente a los herederos de los incendiarios.

Sea como fuere, nosotros recordaremos y rezaremos con renovada fidelidad a Jesucristo. Y hemos de pedirle al Dios de los Ejércitos que nos conserve la lucidez para comprender y el coraje para resistir. Comprender que los ataques a la Iglesia no han cesado. Las llamas y los destructores del presente son tan dañinos como aquel fuego que carbonizó las estatuas y convirtió en cenizas los misales y los atriles.

Los saqueadores de hoy –herederos ideológicos y partidarios de los de ayer- hacen de la Iglesia el blanco predilecto de sus insidias y persecuciones. Esta vez, para mayor penuria, con la indiferencia y la docilidad de la misma jerarquía eclesiástica. Resistir, entonces, sigue siendo la consigna, librando el buen combate que nos pidiera el Apóstol una vez y para siempre.

A quienes la noche del 16 de junio de 1955 se contaron entre los bienaventurados que fueron perseguidos por causa de su amor a la Cruz, y están vivos para atestiguarlo. A sus descendientes memoriosos y leales. A los católicos argentinos todos, convocamos a visitar simbólicamente, como en el ejercicio cuaresmal del Jueves Santo, algunos de aquellos históricos templos otrora escarnecidos. Dentro o fuera de los mismos, según las circunstancias, elevaremos nuestras plegarias.

Será un acto de merecida reparación, pero será también un juramento. La promesa invicta e intacta, después de seis décadas, de que la mirada está puesta en lo Alto y la voz de la esperanza amanecida.

¡CRISTO VENCE!

16 de junio, 18 hs.

Salida: San Miguel Arcángel, Bartolomé Mitre 886.
Llegada: Santo Domingo, Belgrano 422.