- ¿Mi sabiduría, mi modestia y mis virtudes? ¿Cómo, Raúl? ¿Sos lisonjero, o acaso irónico? |
En esta confusa sazón, aparte de los consabidos favores del capital financiero para con la propaganda cultural marxista, caben otras paradojas aún más chirriantes: «soy comunista y como saben en el pasado uno no podía ser miembro del Partido Comunista si era católico», según Castro, haciendo implícitamente notar que en el presente sí se puede ser comunista y católico. En el pasado, ciertamente, León XIII podía calificar al comunismo como «mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte», y Pío XI no atendía a respetos humanos al referirse al bolchevismo como a «satánico azote» portador de «una idea aparente de redención» al que «un pseudo ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo satura toda su doctrina y toda su actividad con un misticismo falso que halaga a las masas». Ni el elocuente magisterio de sus predecesores ni el saldo histórico de cien millones de muertos a instancias del marxismo bastaron para que Bergoglio dejara de encontrar a éste llevadero e incluso benéfico, ni hicieron temblar su mano al momento de quemar su acostumbrado grano de incienso a la corrección política.
Como aquel flautista del cuento, que con sus melodías conducía engañadas a las ratas que infestaban el pueblo para que se lanzasen al río a morir, era menester arrastrar las multitudes al puente que se yergue sobre la Gehenna, término de su ilusión antropolátrica. Nada mejor que un pontifex para tal cometido, un flautista bien compenetrado con su labor, dispuesto a lanzarse él también a las aguas letales: el mismo que últimamente estuvo telefoneando a una conocida activista italiana pro-aborto, enferma de cáncer, para alentarla en "su lucha".
Los carbonarios del siglo XIX podrán al fin jactarse de que sus desvelos alcanzaron fruto. El naturalismo, largamente abonado desde los días de la Ilustración, ya logró abatir los últimos bastiones. Sobrada razón tenía Donoso Cortés al proyectar las falaces doctrinas bogantes en su tiempo, con sus consecuencias harto multiplicadas, en un presente cada vez más parecido al nuestro: «es imposible no echar de ver en ellas el signo misterioso, pero visible, que los errores han de llevar en los tiempos apocalípticos. Si un pavor religioso no me impidiera poner los ojos en esos tiempos formidables, no me sería difícil apoyar en poderosas razones de analogía la opinión de que el gran imperio anticristiano será un colosal imperio demagógico, regido por un plebeyo de satánica grandeza, que será el hombre de pecado».
Los carbonarios del siglo XIX podrán al fin jactarse de que sus desvelos alcanzaron fruto. El naturalismo, largamente abonado desde los días de la Ilustración, ya logró abatir los últimos bastiones. Sobrada razón tenía Donoso Cortés al proyectar las falaces doctrinas bogantes en su tiempo, con sus consecuencias harto multiplicadas, en un presente cada vez más parecido al nuestro: «es imposible no echar de ver en ellas el signo misterioso, pero visible, que los errores han de llevar en los tiempos apocalípticos. Si un pavor religioso no me impidiera poner los ojos en esos tiempos formidables, no me sería difícil apoyar en poderosas razones de analogía la opinión de que el gran imperio anticristiano será un colosal imperio demagógico, regido por un plebeyo de satánica grandeza, que será el hombre de pecado».