lunes, 15 de diciembre de 2014

AQUEL GRAVOSO AYUNO EUCARÍSTICO

No será un maestro de la polisemia como Quevedo, pero lo cierto es que Francisco logra a menudo agolpar tal cantidad de desmanes en una sola frase que obliga a reconocerle dotes poco usuales. Tanto, que si un venturo Von Pastor se diera a componer la historia de los papas de nuestro oscuro período podría anteponer a los dicta y a los acta Francisci  el virgiliano horresco referens  a mo' de acápite, pudiendo aderezarse la analecta con gárgolas y toda una siniestra imaginería a mo' de guardas. Morisquetas con vida propia, capaces de morder los dedos del lector o de escupirle tinta a la cara: tal el complemento más adecuado a una colección de este tenor.

Un mérito tiene, en todo caso, este pontificado, y cumple en buena ley enunciarlo: el de venir a ser como el sumidero de todos los topicismos típicos del fofo clero conciliar. La paciente acumulación de alusiones insípidas, de desleídas verdades que pueden pasar también por sus contrarias, toda esa inane abundancia de lugares comunes y palabras sin nervio fundadas en la mera adhesión sensible (sensiblera) a Cristo, esa fe afirmativa pero con ruido a hueco propia de la impostura modernista (tan parecida a su medio hermana, la sola fides luterana), todo este inerte montón propalado durante décadas desde casi todas las diócesis del mundo ha venido a confluir, al fin, en ese imprevisto foco de efervescencias que es la lengua de Francisco, señaladamente fértil en estupideces, en vulgaridades, en errores y aun en blasfemias más o menos manifiestas. Como si un furor oculto, escondido -pero capaz de hacer incontenible acto de presencia en el curso de un sermón o una entrevista-, acabara por dar al traste con tan calculado disimulo y exhibiera al cabo el sulfuroso genio de la Contraiglesia.

La más reciente de las erupciones orales del Santo Padre, en todo caso, luce como una de las más horrísonas en estos veintiún meses de extravío, y es mucho decir. Resulta que en el curso de una de sus homilías diarias, luego de ensayar el consabido "tiro al blanco de la moral católica" y luego de insultar por enésima vez a la ley de la Iglesia por su dolosa comparación con las prescripciones farisaicas, el Obispo de Roma tuvo a bien acotar que

«Pío XII nos liberó de aquella cruz tan pesada que era el ayuno eucarístico. Tal vez alguno de ustedes lo recuerdan. Ni siquiera se podía beber una gota de agua. ¡Ni siquiera! Y para lavarse los dientes, se tenía que hacer sin tragar agua. Yo mismo de joven fui a confesarme de haber hecho la comunión, porque creía que una gota de agua había ido dentro. Es verdad ¿o no? Es verdad.»

Sin dejar por ello de mesarse las barbas ante lo espantoso de la enseñanza, el buen lector podrá comprobar sin esfuerzo que hay tres o cuatro agravios contra la fe de la Iglesia condensados en tan breve pasaje, a saber:

1- «...nos liberó de aquella cruz tan pesada...». No es de católicos cabales asociar la cruz, signo e instrumento de nuestra redención, a la mera idea de «carga» o «fardo», sin más. El Señor no habla nunca de liberarse de la cruz, sino de lo contrario: si quis vult post me venire, abneget semetipsum et tollat crucem suam (Lc 9, 23). Bergoglio ve a la cruz con ojos profanos, con mal disimulado rencor.

2- «...que era el ayuno eucarístico». Era cosa asaz pesada, según Francisco, el ayuno eucarístico de tres horas. Pero el Señor recuerda que «la reina del sur vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y acá hay uno que es más que Salomón». ¿Qué esfuerzo puede ser excesivo comparado con la excelsitud de un tal Objeto que lo reclama?

3- «Ni siquiera se podía beber una gota de agua». Acá o falsifica a sabiendas con tal de fortalecer la desventurada tesis, o habla con grosera ignorancia, pese a haber conocido en su juventud el régimen entonces en vigor. Lo detalla el nº 635 del Catecismo de San Pío X al prescribir para el ayuno eucarístico la abstención «de alimento sólido o bebida alcohólica tres horas antes de comulgar, y de alimento líquido o bebida no alcohólica, una hora antes de la comunión. El agua natural puede tomarse a cualquier hora y en cualquier caso», pues ésta no rompe el ayuno. [Nota: sobre este punto, recomiendo leer el aporte de Martin Ellingham más abajo, en la casilla de comentarios]

Este pasaje, pronunciado para fustigar a los "rígidos" que mantienen que "la disciplina no se toca, es sagrada" en el contexto siempre latente de las presiones por extender la comunión a los re-casados, redondea así su sentido y aviesa intención. Habría que recordarle a Bergoglio y a su gota de agua que la única disposición vital que permite comprobar experimentalmente aquello de que «mi yugo es suave y mi carga ligera» es la plena centralidad de Dios y no la del hombre: entonces los mandatos divinos se hacen cumplideros y se gruñe menos. Lo dice el Tridentino en su decreto sobre la justificación: Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas, y pidas lo que no puedas, y ayuda para que puedas.