jueves, 30 de octubre de 2014

ARLEQUINES MALÉFICOS

En las penas de los réprobos, tal como se las describe en la Divina Comedia, concurre la llamada «ley del contrapaso» (de contra - patior, que supone infligir a los condenados una pena contraria a su culpa, o fundada en alguna analogía irónica con la misma). Así, por ejemplo, los que nunca tuvieron un ideal en esta vida se ven conminados a correr eternamente detrás de una bandera; los avaros y los pródigos, bajo la mirada de Plutón, arrastran pesadas cargas con el pecho en opuestos semicírculos, en cuyos puntos extremos se encuentran para lanzarse recíprocos reproches.

Era admisible que a nuestra sociedad de la banalidad y las satisfacciones epidérmicas, tan ganosa de sorpresas, le llegara un pregonero de un Dios-de-las-sorpresas a la más cabal medida de la mediocridad ambiente. Pues, como lo recuerda  el padre Petit de Murat, el nuestro «es un siglo de sorpresas, no de admiraciones. La sorpresa lleva al acostumbramiento y al hastío. En cambio, la admiración es siempre nueva». La admiración corresponde, en todo caso, a la contemplatio, esa forma sobreeminente de actividad que la sociedad moderna trocó por el activismo ciego. Ese afán inmoderado de sorpresas que embarga a nuestros contemporáneos es el que explica tantas patologías sociales recurrentes, desde la toxicomanía hasta el divorcio.

Pero como un mal arrastra siempre a otro, no era suficiente castigo éste de la avidez de novedades y de la entronización consecuente del popular bufo Francisco, intérprete consumado de esta universal flaccidez del espíritu y surtidor incansable de sorpresas verbales sapientes haeresim, male sonantes, suspectae, impiae, blasphemae, temerariae. Si a este expositor urticante de un evangelio que no conocíamos le cabe inmejorablemente aquello que el Apóstol fulmina en Gálatas 1,8 («aun cuando nosotros o un ángel del cielo os anunciase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema»), admítase al menos cambiar el lema de su escudo papal por aquel más pertinente de non nove, sed nova, suficientemente expresivo del carácter oracular que la vasta tribuna le ha concedido al neopontífice.

Pero volvamos, ¡ea!, que estábamos en que no era éste suficiente flagelo. Si había una sorpresa indeseable para degustar, era ésta de los payasos maléficos que están creando una psicosis en Francia, donde mucha gente evita salir de noche por temor a ser asaltada por algunos de estos arlequines armados de barretas de hierro y hachas que salen a vapulear los cráneos de los viandantes. Se teme que la aborrecible moda de festejar Halloween provoque el próximo 31 una exacerbación de esta manía, y que las cosas se salgan de su quicio irreparablemente, con víctimas y destrozos a raudales.

En sazón tan coincidente, la analogía con Francisco resulta inevitable, casi un fenómeno de reciprocidad o feedback. Porque es el mismo papa que acepta vestir la nariz de payaso, jugar con pelotitas en sus audiencias o ser enlazado por la oreja con un rosario el mismo que luce ferocísimo a la hora de castigar despóticamente a quienes -o por fidelidad a la Tradición o por probidad en sus respectivas funciones- caen en sus desaprensivas garras. Al paso que las sorpresas no cejan, y que un orden episcopal compuesto casi íntegramente por fautores del mundo al revés se muestra dispuesto a otorgar los sacramentos del «bautismo, reconciliación, eucaristía y confirmación» a quienes los soliciten, incluyendo «todas las situaciones pastorales [de] uniones de personas del mismo sexo, así como [de] cambio en la identidad de género», con sólo solicitar «la licencia escrita del Ordinario del lugar» (El acompañamiento pastoral de los fieles que han hecho cambio civil de género. Consideraciones canónicas-pastorales, documento de los obispos argentinos encabezados por monseñor José María Arancedo y la puta madre que los parió). En tanto, según la amenaza que pesa sobre los fieles de la italiana diócesis de Albano, la sola participación a la Misa y a los sacramentos celebrados por sacerdotes de la FSSPX ha sido considerada causal de excomunión por el obispo local (ver el reporte de Magister aquí).

Arlequines maléficos, payasos homicidas, bromistas letales, simpaticones sicarios que han acaparado Solio y Sedes, y que en el Inferno dantesco, vestidos con bonete de circo y cotillón, y entre esputos y coces, podrían ser interpelados sin pausa por aquellos usurpadores de la cátedra de Moisés que al menos tuvieron una caída más decorosa.