viernes, 12 de septiembre de 2014

SÍNODO: PENSAR LO PEOR

No puede cuestionarse la validez de aquellas palabras de Jaime Balmes respecto de la extendida máxima "piensa mal y acertarás": ésta, que «se propone nada menos que asegurar el acierto con la malignidad del juicio, es tan contraria a la caridad cristiana como a la sana razón. En efecto: la experiencia nos enseña que el hombre más mentiroso dice mayor número de verdades que de mentiras, y que el más malvado hace muchas más acciones buenas e indiferentes que malas», siendo la razón de esto que «el hombre ama naturalmente la verdad y el bien, y no se aparta de ellos sino cuando las pasiones le arrastran y extravían» (El criterio, VII, 2). Esto es cierto si evaluáramos cuantitativamente las acciones del hombre malvado: sus malas obras son las menos numerosas. No obstante, no puede objetarse que son justamente las más significativas y relevantes de las decisiones del protervo las que se ven informadas por la mala volición: Judas Iscariote lo comprueba con la mayor diafanidad.

En todo caso, y siéndonos imposible adentrarnos en la conciencia ajena ni anticiparnos a cuál de los actos del prójimo (por muy mala que sea su fama) estará empañado por su mala voluntad, la advertencia de Balmes conserva toda su vigencia y será un eficaz correctivo de los juicios temerarios, tan lesivos de la justicia y del orden. Valga, para ejemplo no menos clamoroso, la prejuiciosa incursión de Natanael: ¿es que de Nazareth puede salir algo bueno? Y discúlpense esta protesta y digresión para entrar finalmente en tema.

«¿Es que de este cónclave puede salir algo bueno?» nos preguntábamos hace dieciocho meses, fundados en las anómalas circunstancias de la renuncia de Benedicto y en el prontuario de algunos de los conclavistas -apenas aquellos pocos de los que teníamos noticia, de suficiente impudicia como para demudar los frescos de Miguel Ángel. Harta razón teníamos en pensar mal, que la realidad superó el más desaforado de los pesimismos. Pues bien, en este camino de escollos (escándalos) en que ha venido a parar la Iglesia de estas últimas décadas, la cuestión urgió una ulterior refórmula: «¿es que de este sínodo puede salir algo bueno?». Primero, la oportunidad de una tal convocatoria en tiempos de indisimulados zarpazos a la autoridad y al magisterio perenne de la Iglesia. Segundo, las loas públicas del propio pontífice al cardenal Kasper, el patrocinador de una enmienda a la ley divina. Luego, la difusión del Instrumentum laboris, repleto de trampas que auspician la consabida reversibilidad en boga, aquella que invita a «leer el Evangelio a la luz de la cultura contemporánea» y no al revés. Incluyendo, dentro de la "problemática de la familia", a la de los pederastas coyuntados al amparo de la jurisprudencia de Gomorra. Finalmente, la dudosísima calidad de no pocos de los participantes en la asamblea, cuyos nombres fueron ventilados hace un par de días por la Santa Sede.

Un repaso para nada exhaustivo destaca al belga cardenal Danneels, encubridor serial de pedófilos en su pais, uno de los cardenales de quienes (por este motivo) fue solicitada la exclusión del cónclave que consagró finalmente a Bergoglio, y que no sólo conservó su lugar como elector, sino que llegó a rezar una oración en la misa de entronización de Francisco como primero de los cardenales presbíteros. Pese a su sonada condición de corrupto y chanchullero, tan estigmatizadas en abstracto por el Obispo de Roma, se lo señala como uno de sus principales allegados. Monseñor Bruno Forte, secretario especial del Sínodo, es uno de esos mercenarios a los que una fortuna generosa concedió la cátedra y el báculo para proclamar, entre otras lindezas, que «el sepulcro vacío de Cristo es una leyenda» y que se burló públicamente de la carta enviada en su momento por Benedicto XVI a los obispos para instar a la aplicación del motu proprio Summorum pontificum. El cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París, supo solicitar a Roma penas canónicas para quienes celebraran la Misa tradicional. El innombrable rector de la UCA, mons. Tucho Fernández, capaz de enaltecer el léxico de los altos dignatarios de la Iglesia con giros otrora impensables bajo las mitras, como "dejémonos de joder" y otras retóricas afines. El cardenal neoyorkino Timothy Dolan, de quien se supo le concederá un lugar en la venidera procesión del día de san Patricio en las calles de su ciudad a un grupo de activistas homosexuales, aparte de otras innúmeras connivencias con el "poder rosa". El cardenal Angelo Sodano, el mismo que le ocultaba sistemáticamente a Juan Pablo II las denuncias que llegaban a Roma de abusos sexuales de parte de clérigos, entre otras aquellas que inculpaban al tristemente noto Marcial Maciel.

Parece demasiado, y debe haber mucho más de maloliente. A juzgar por el tenor de algunos de los convidados y por la dilución historicista de la doctrina católica sobre la familia, aviada con descaro por varios de los participantes, aquel slogan de «la Iglesia ante los nuevos desafíos» debe significar una sola cosa, y apostasía explícita. A los incautos obispos de latitudes lejanas que aún acudan a buscar soluciones pastorales para los arduos días que corren, y luego de explicarles sobre las fuerzas políticas que andan entre bambalinas musitándoles a los indecisos algo así como «abríos a los derechos civiles modernos y os perdonamos la vida», habría que enterarlos de lo que significa "meterle a uno el perro" en el terruño de Bergoglio (él, que supo engarzar alguna de sus memorables homilías porteñas con la sutil expresión), para luego mentar el oportuno cartel que merece presidir la sala sinodal, escrito en gruesos caracteres y en nítidos latines: CAVETE CANEM.

Tal la magnitud del perro que intentarán colar en las conclusiones
del Sínodo y en la nueva disciplina de los sacramentos