viernes, 1 de agosto de 2014

CINCO BREVES, CINCO

Ya resulta trivial hablar de «ruinas» cuando se trata de la Iglesia. Se debe hablar, más bien, de ruinas sepultadas bajo varios estratos de estiércol, bajo el sucesivo avance aluvional de las heces erupcionadas por los ínferos. O quizás, si fuera que la historia está tocando de veras a su fin, de una imprevista síntesis de ambas acepciones de «escatología».

Para muestra de lo dicho, basten cinco breves (5), aunque largos de digerir. En ristra, como las sucesivas vértebras de un cadáver del que hubiera que afirmar, como antaño de aquel de Lázaro: Domine, iam foetet (Io 11,39). Y perdónesenos el laconismo: la verdad es que, ante la catarata diaria, ya no nos sentimos con ánimo de glosar nada. Ciertas cosas se comentan solas, con sólo nombrarlas.

(Para conocer las fuentes consultadas, basta con punzar el número inicial).

Vista aérea del cardenal Hummes
1- El brasileño cardenal Claudio Hummes, señalado unánimemente como uno de los purpurados más próximos a Bergoglio, consultado acerca de si Jesús viviese hoy, ¿estaría a favor del casamiento "gay"? respondió, sin que se le caiga la cara de la vergüenza: «no sé, no hago ninguna hipótesis sobre esto. Quien debe responder a esto es la Iglesia en su conjunto. Tenemos que cuidarnos de no seguir moviendo cuestiones individualmente, porque esto acaba por crearle a la gente mayores dificultades para llegar a una conclusión que sea válida».

Hay una hipótesis, sí, que cabría hacer sobre Hummes: él es el fruto -más que maduro, podrido- de una caída  imparable en el alto clero. Y aun en el clero sin más, objeto privilegiado en esta hora de las insidias del Maligno, que parece haberlo persuadido de que «el Reino de los cielos es arrebatado por los flojos», y de que «sin fe es también posible agradar a Dios».

2- Pese a los desvelos del descubridor de la misericordia y patentador del fármaco conocido como "misericordina", el apetito de revancha y las atribuciones más abusivas cunden en la Iglesia como en sus peores momentos. Al puntapié otrora recibido por Alessandro Gnocchi y el recordado Mario Palmaro, quienes debieron renunciar a sus emisiones semanales por Radio Maria (pronto seguidos por Roberto de Mattei, nueva víctima del punitivo furor), ahora se suma la denuncia contra Francesco Colafemmina, dueño del blogue Fides et Forma, por haber presuntamente difamado al padre Alfonso Bruno, fautor de la denuncia y estrecho colaborador del interventor de los Franciscanos de la Inmaculada, padre Fidenzio Volpi. Colafemmina se había limitado en su momento a dar a conocer algunos detalles vidriosos del barbárico asalto a esta Orden entonces pujante, demolida en tiempo récord con eficacia digna de mejor causa.

La novedad en este caso estriba en el recurso al brazo secular: fue la policía local quien los interrogó largamente, primero a la grávida esposa del blogger -por ser ésta la titular del contrato con la compañía telefónica y con internet- y luego a él. Aunque al momento esto no pasa de un interrogatorio, el delito de difamación está penado en Italia con seis meses a tres años de prisión, pena que se aplica rara vez, salvo en el caso de llamarse uno Guareschi. En este, como en los anteriormente citados casos de persecución, habrá que concluir con el adagio: todos los caminos conducen a Roma.

3- La arremetida vaticana contra la paraguaya diócesis de Ciudad del Este suma ahora una nueva plausible explicación -a falta de la oficial- en un diario menos afecto a la Iglesia que al Estado sionista de Israel. Se trataría, ya aventada la acusación de abusos perpetrados contra seminaristas por el actual Vicario General -jamás formalmente presentada la denuncia- de ciertos dineros que la central hidroeléctrica Itaipú habría girado al obispado con el fin de que éste, devenido (como es costumbre) una "pía ONG", los empleara para la atención de «niños enfermos de labios leporinos, niños de la calle, personas privadas de su libertad y familiares, mujeres que sufren violencia doméstica», y para «la realización de cursos de formación y capacitación de líderes, dirigentes y catequistas». El obispo decidió, como aquel administrador encomiado en el Evangelio, «hacerse amigos con el salario de la injusticia», y puso los fondos allí donde mejor iban a rendir: en el Seminario Mayor de su ciudad. «Fui facultado para adjudicar [el dinero] según las necesidades que viera. Se me daba amplia libertad porque yo no iba a aceptar lo contrario», se defendió el prelado. Y su diócesis conoció el milagro de la abundancia: en diez años pasó de ninguna a ocho capillas de adoración perpetua, de ninguna a 54 comunidades de retiro, de 14 a 83 sacerdotes diocesanos, de 9500 a 21000 bautismos, de 1200 a 6200 matrimonios, de ninguna a más de 200 personas que hacen retiros mensuales, entre otros ítems por demás de elocuentes (redondeamos las cifras grandes. Más datos, consultar aquí).

Aranda, Pombal et alii, redivivos, parecen meter nuevamente la zarpa en aquellos reductos guaraníticos saqueados, para mayor desgracia de nuestra historia, en el lejano 1767. Y Clemente XIV, hoy paradójicamente vuelto jesuita, acude solícito a confirmar el despojo.

4- Amplias repercusiones tuvo la entrevista concedida por Francisco a una revista de su país. Los secuaces de Freud, peste difícilmente extirpable por nuestros lares, se relamieron recordando las enseñanzas de su mentor acerca «del chiste y su relación con el inconsciente». Y entonces notaron que cuando el pontífice se excusa, a propósito de una posible suya nominación para el premio Nobel, que éste «es un tema que no entra en mi agenda [...] Ni se me ocurre pensar qué haría con esa plata», la chacotera alusión a la plata descubriría el deseo inconfesable. Los genealogistas, apuntalando la especie, se sirvieron recordar el linaje piamontés de Bergoglio, y por si acaso trajeron a cuento a los fenicios, a los zíngaros barateros y a los judíos. ¿O acaso el Papa no ha mostrado suficiente afinidad con estos últimos?

A decir verdad, no es creíble que Bergoglio, a su edad y en su cargo, desee ávidamente el dinero. Sí, en todo caso, lo que éste simboliza: bien se puede despreciar a Mammon y honrar, en cambio, a Maozim.

Por lo demás, se supo que la sueca Academia de Ciencias, conquistada por las icásticas maneras del Obispo de Roma, se ha propuesto otorgarle el premio Nobel de la Humildad, instituido especialmente para él. Aunque la colusión de política y religión, insospechada consecuencia de la separación de ambas esferas propiciada por el liberalismo, lo haría más bien digno del Óscar al Mejor Actor de Reparto (los protagónicos son para el poder financiero, el civil, etc.).

Más aún: en viendo la celeridad que han cobrado últimamente los procesos, no sería de extrañar su canonización en vida. Y su proclamación como Doctor de la Iglesia, Honoris Causa.

5- En la misma entrevista Francisco ofrece un clamoroso remedo del Decálogo, más bien propio del Vesubio que no del Sinaí. Una porquería, para decirlo sin remilgos, de esas que llevan su inconfundible sello.

No faltaron quienes, leída la bergogliana retahíla, notaron la total ausencia del nombre de Dios en todas y cada una de sus líneas. Aun así, tal vez lo más alarmante sea la sentencia que encabeza la decena: viví y dejá vivir, una transposición porteña del laissez faire, laissez passer, aquel plácido principio egoísta que consagra el peor de los indiferentismos.

Pero hay una nota más alarmante, si cabe, y tiene que ver con la ligereza ciega con la que los hombres se avienen, llegado el tiempo, a encarnar las profecías más funestas. Ahí están las palabras de Ana Catalina Emmerich para corroborarlo: «vi en una ciudad, una reunión de eclesiásticos, de laicos y de mujeres, los cuales estaban sentados juntos, comiendo y haciendo bromas frívolas, y por encima de ellos una nube oscura que desembocaba en una planicie sumergida en las tinieblas. En medio de esta niebla, vi a Satán sentado bajo una forma horrible y, alrededor de él, tantos acompañantes como personas había en la reunión que ocurría debajo [...] Estas personas estaban en un estado de excitación sensual muy peligroso y ocupado en conversaciones ociosas y provocantes. Los eclesiásticos eran de esos que tienen como principio: hay que vivir y dejar vivir...» (Emmerich, Profecías sobre: I- Los demoledores; II- El misterio de iniquidad; III- La gloria crepuscular de la Iglesia, en pdf aquí).