jueves, 10 de abril de 2014

¿SÍNODO O TIFÓN?

Desde el día de su convocatoria, hace ya unos meses, el próximo Sínodo Extraordinario sobre la Familia viene señalando un horizonte borrascoso. La encuesta preparatoria a las diversas diócesis del mundo sobre asuntos que, en muchos casos, no tienen nada de opinable, parece más una estratagema para modelar la moral evangélica sobre el consenso de época que otra cualquier cosa más santa. Se ventiló, mientras tanto, el contenido de cierta introducción leída por el cardenal Kasper en el consistorio del pasado febrero, texto alabado públicamente por Bergoglio, en el que se pretendía "abrir puertas" a la readmisión de los divorciados (en nueva y no canónica unión) a la comunión eucarística.


Estando a lo que dice Sandro Magister en su lacónico pero resonante estilo, quien intervino ahora es Giovanni Cereti, autor de un libro titulado Divorcio, nuevas bodas y penitencia en la Iglesia primitiva, en el que se habría inspirado Kasper para su relación escrita. Refiriéndose a la Iglesia de los primeros siglos y al presunto uso que entonces se hiciera de un período más o menos prolongado de penitencia -luego de la ruptura matrimonial y formalización de nueva pareja- como remedio suficiente para ser readmitido al sacramento (tesis fundamental de su trabajo, destrozada recientemente por el alemán cardenal Brandmüller como «carente de pruebas»), Cereti tronó esta terrible advertencia: «me acompaña la esperanza de que ninguno de cuantos se oponen al giro pedido por el papa Francisco pase a una posición novaciana, negando el poder de la Iglesia de perdonar todos los pecados y arriesgando así el salir de la comunión eclesial».

Casi desde aquel célebre discurso de apertura del Vaticano II, en el que Juan XXIII precisó que «en nuestro tiempo... la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad», confiado, con inexplicable optimismo, en que los errores doctrinales «se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley» (juzguemos, entre paréntesis, la clarividencia de aquel papa por la mole de los hechos sucesivos que lo contradicen), casi desde entonces, decimos, que no se oye una tan solícita apelación al anatema y a la excomunión. Cincuenta años de blandura para con la peste de todas las pamplinas teológicas lograron el prodigio de que la doctrina común pasase a ser llamada "novacianismo", y la vara para castigar repose finalmente en manos heréticas.

No sabemos qué es lo que canonizarán próximamente en Juan Pablo II, pero ciertamente no aquello que fue su mejor legado: el magisterio de la Familiaris consortio, en el que el tema principal que hoy pretende debatirse había sido ya resuelto y definido; el de la Evangelium vitae, sobre cuestiones de bioética de las que hoy quieren hacer revisión para mejor conformarse a los dictámenes del siglo. Cuanto a aquel sofisma de Cereti, que pretende que el poder de la Iglesia de perdonar todos los pecados se extiende a la contumacia actual, a la bigamia o adulterio no enmendados, el propio papa polaco también fue lo suficientemente terminante en una alocución a la Rota Romana en el año 2000, recordando ser cosa enseñada como definitiva por el Magisterio que «la potestad del Romano Pontífice no se extiende a los matrimonios ratos y consumados».

Mons. Dagens, el obispo que quería
 ser agente inmobiliario 
En el entrevero pre-sinodal, como si no fuesen suficientes los sustos, asoma ahora también la estampa del galo monseñor Claude Dagens, quien el año pasado se destacó por haber estigmatizado como a "ultras" y "oscurantistas" a sus connacionales católicos que se manifestaron públicamente contra la aprobación del connubio sodomítico. Resulta que por estos días salió a decir, tomando dardos prestados por Francisco contra los defensores de la doctrina católica sobre matrimonio, divorcio y aborto, que «estamos en plena guerrilla ideológica y me rehúso a entrar. Como yo digo no a los discursos sociologizantes que reducen a la nada al cristianismo, rechazo la instrumentación ideológica de un catolicismo que ya no es más verdaderamente cristiano [...] Con aquellos que se encomiendan a un catolicismo duro, implacable, intransigente, nosotros no tenemos el mismo Dios».

Todo como para adelantar el clima de pulseada, de capitulación doctrinal y de fractura que envuelve al malhadado Sínodo ya desde antes de su celebración. Un Sínodo que, para decirlo con un pleonasmo un tanto urticante pero veraz, vino malparido de entrada.