jueves, 16 de enero de 2014

ACERCA DEL INSULTO COMO DOCENCIA

Notable cambio de ruta iba a denotar, para la Iglesia, aquel discurso inaugural del Concilio Vaticano II en el que Juan XXIII, recordando la severidad con la que el magisterio hubo siempre condenado los errores, propuso para «nuestro tiempo [...] usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad». La increíble razón de este viraje la expuso el propio Papa a continuación: «no es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que [se] precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos».

La experiencia posterior dio acabada cuenta de cuán prestos se hallan los hombres para condenar por sí solos el error. La Iglesia infestada, que no ya el mundo, señala el tenor de la clarividencia de este Papa, próximo a ser elevado a los altares. Pero el objeto de esta nota no es quitar las motas del ojo de Roncalli sino, comprobada la solícita aplicación del programa expuesto por aquél en todo el magisterio posterior -que conoce menos de anatemas que un bacalao las altas cumbres-, constatar, bajo Francisco, un tan inopinado como nervioso "retorno al viejo estilo". Entiéndase: no es que Bergoglio se muestre dispuesto a repetir, con Gregorio XVI, ni la menor acusación contra «aquel falaz sistema de filosofía, ciertamente reprobable, no ha mucho introducido, en el que por temerario y desenfrenado afán de novedades, no se busca la verdad donde ciertamente se halla, y desdeñadas las santas y apostólicas tradiciones, se adoptan otras doctrinas vanas, fútiles, inciertas y no aprobadas por la Iglesia...» (Enc. Singulari nos, DZ 1617), ni a embestir con León XIII a la masonería, previniendo a los fieles contra la apariencia de honestidad de algunos de los adscritos a la misma: «puede, en efecto, parecer a algunos, que nada exigen los masones que sea contrario abiertamente a la santidad de la religión y de las costumbres; mas como la razón y causa toda de la secta está en el vicio y la infamia, justo es que no sea lícito unirse con ellos» (Enc. Humanum genus, DZ 1859). Ni el objeto de los ataques del Neopapa es afín al usitado, ni el lenguaje que emplea se parece en nada al de los Papas de antaño. Pero con Bergoglio, cosa perimida desde el advenimiento del «Papa bueno», vuelve la artillería oral por sus fueros.

Así lo demuestra, por si nuestros oídos no se hubieran aún percatado, la jocosa iniciativa de un inglés que hace honor al sense of homour de los de su raza. No bien comenzado el último Adviento, adelantó la salida para Navidad de un «Pequeño libro de los insultos del Papa Francisco» al costo de 6,99 libras esterlinas, pero con la posibilidad de obtener un 20% de descuento si se osara apostrofar al cajero de la librería con alguno de los insultos consignados abajo:

¡Vieja camarera!
¡Promotor de coprofagia!
¡Especialista del Logos!
¡Contador de Rosarios!
¡Funcionario!
¡Ensimismado, prometeico y neo-pelagiano!
¡Restauracionista!
¡Pelagiano!
¡Don y doña Quejido!
¡Triunfalista!
¡Cristiano líquido!
¡Momia de museo!
¡Príncipe renacentista!
¡Obispo de aeropuerto!
¡Ideólogo del Logos!
¡Cortesano leproso!
¡Ideólogo!
¡Cara larga, lúgubre cristiano de funeral!
¡Gnóstico!
¡Obispo carrerista!
¡Amargado!
¡Simulador!
¡Obsesivo de la liturgia!
¡Decidor de oraciones!
¡Autoritario!
¡Elitista!
¡Pesimista quejumbroso y desilusionado!
¡Cristiano triste!
¡Niños! ¡Temerosos de bailar! ¡Llorones! ¡Temerosos de todo!
¡Requeridor de certezas en todo!
¡Cristiano cerrado, triste, atrapado, no un cristiano libre!
¡Cristiano pagano!
¡Pequeño monstruo!
¡Cristiano derrotado!
¡Recitador del Credo, cristiano papagayo!
¡Cristiano de fe aguada, débil de esperanza!
¡Golpeador inquisitorial!
¡Seminaristas que aprietan los dientes y aguardan terminar, observan reglas y sonríen, revelando la hipocresía del clericalismo -uno de los peores males!
¡Ideólogo abstracto!
¡Fundamentalista!
¡Adorador de sacerdotes, zalamero!
¡Devoto del dios Narciso!
¡Cura vanidoso como mariposa!
¡Cura chanchullero!
¡Cura magnate!
¡Religioso que tiene un corazón ácido como el vinagre!
¡Patrocinador del veneno de la inmanencia! 


Por supuesto que hay muchos más, que extenderían la lista fatigosamente. Importa advertir, con el compilador, que este volumen no debe ser confundido con «El pequeño libro de los indultos del Papa Francisco», a editarse en el curso del corriente año, primero en Alemania y luego en el resto de Europa.