martes, 7 de enero de 2014

OTRA AGACHADA DEL VICARIO

A nadie le gusta hacer el aguafiestas en la fanfarria de los bobo-católicos (los que reciben la comunión en la mano y se percatan tardíamente, ahora que les llega el turno, de las bondades de la obediencia perinde ac cadaver), ni a nadies le complace andar desentonando a toda hora con los aduladores gentílicos del Papa, los "transexuales una cum Papa nostro". Pero el embudo de estos tiempos que no elegimos nos precipitó en este difícil menester, que no se pretende vocacional sino apenas eruptivo e indomeñable. Micro-caniches del Anticristo adveniente, estos simuladores de normalidades inexistentes pujan por corregir toda ortodoxia, a la vez que decretan la llegada de tiempos inmejorables, de beata simbiosis entre Iglesia y mundo, del que ya no habría que temer ninguna persecución ni al que habría que urgir -¡pecado de intolerancia, resabio medieval!- a la conversión.

Darían ganas de hablar de aquellas buenas cosas que están saliendo a cada momento de las manos del Creador y que, como en el relato del Génesis, son buenas porque son: la flor de la pasionaria o mburucuyá, de sutilísimos pliegues y diseño, cuyo fruto -globuloso y purpúreo por dentro, como la granada- hay que disputárselo a las golosas calandrias; el colibrí, que los conquistadores recién llegados a nuestras latitudes llamaron "pájaro mosca", por no saber si era lo uno o lo otro, y que al volar, malgrado su impalpable fragilidad, produce un ronquido semejante a la voz del cerdo; la pradera de vario verde, hendida como por rayo por la fuga de la liebre asustadiza. Darían ganas de hablar del murmullo nocturno del río, cuando las bestias callan, y de la aurora y el ocaso en azoradas llamas... Darían ganas, si no de glosar largamente el «Cántico de las Creaturas» del de Asís, al menos de balbucear la admiración que se sorbe por los ojos llenos. A la rebelión de la nada se la desmiente con la fidelidad al orden y la afirmación del ser; a la futilidad de los esquemas ideológicos del hombre prometeico se le opone la fertilidad inagotable de lo creado y nuestra esperanza incorruptible, que apunta a lo Increado. Pero hete aquí que, vibrante siempre el concierto vivo de los seres (seres ajenos al conocimiento del mal), la conciencia tocada de ese pasmo feliz se ve una vez más conminada por la alarma, dote del homo viator. Ahora hay que habérselas -como si no fueran demasiadas las consecuencias del profesar la fe en Cristo en nuestros días- con la continua deposición verbal del Papa abriboca, que prorrumpe en una nueva palabrota cada vez. Culmen y acabose del ya prolongado desquicio eclesiástico, dice el extracto noticioso que toma palabras del pontífice en un encuentro con religiosos el pasado mes de noviembre, transcritas por la malfamada «Civiltà Cattolica», que

...el Papa Francisco considera que las distintas realidades personales que se dan en la sociedad actual, como la existencia de hijos que conviven con parejas homosexuales, suponen un desafío educativo nuevo para la Iglesia Católica, sobre todo a la hora de anunciar el Evangelio.
Y ya se interrumpe el efable curso de la Creación y de los admirables seres cuando es el propio pontífice quien demuestra desconocer que, abolida radicalmente la ley natural, ya no es posible "anunciar el Evangelio". ¿O habrá que entender, según todo lo indica, que se refiere a otro Evangelio? (Tenemos, para prevenir un tal peligro, el pasaje de Gálatas I, 8 ss. «aun cuando nosotros o un ángel del cielo os anunciase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema»). El pecado de Sodoma, que clama al cielo, ¿puede merecerle acaso tan especiales miramientos, cortesías tan ajenas al común sentir católico? ¿Qué pretende con esta escalada de turbiedades, infamia de la misión docente de la Iglesia, chancro creciente que amenaza con trocar el rostro de la Esposa de Cristo en una pura pústula?

Alguien, en un sitio digital del Viejo Mundo, de profanidad petulante y volteriana inspiración, se refirió recientemente a SS Francisculus -y no en alusión a este último desplante al que aludimos, sino a su ya inconfundible estilo, a toda la agobiante retahíla de su "magisterio líquido"- diciendo poco más o menos que «al fin de cuentas es un sudamericano. Como la puta cubana que musita obscenidades en los oídos del turista escandinavo a los fines de atraérselo al camastro». Y lo peor es que tiene razón. Acá estaba el riesgo implícito en el proyecto conciliar de aproximación amistosa al mundo, apurado al fin por Bergoglio y sus programadores. Su procedencia peronista -ya que no castrista- convierte al momentáneo actor de este drama (que es entremés) en un instrumento apto para tales comercios. Lo que el crudo verismo del comentador seguramente desconocía -y de ahí que sea doble su acierto- era el capítulo 17 del Apocalipsis, con la descripción de la Gran Prostituta que fornica con los reyes de la tierra, ebria de la sangre de los santos y de los mártires y odiada visceralmente por aquellos sus mismos compañeros de juergas, que «la despojarán de sus vestiduras, toda desnuda, comerán sus carnes y la quemarán». La Iglesia, por corrompida y adúltera, no deja de ser detestada por sus enemigos de siempre, que reconocen en ella como el vestigio de un carácter imborrable, aunque traicionado y voluntariamente oculto. Y hacia ella apuntarán sus iras, sin importárseles un bledo de sus contemporizaciones y agachadas.

Le pedimos a Dios, si no está en sus planes concedernos por el momento algo mejor, que al menos permita more en Bergoglio -a trueque del demonio locuaz- aquel demonio mudo que Jesús expulsó en Lc. 11, 18. Que lo vuelva silente y taciturno como una tapia, quedo como un muelle. Saturnino, adusto, mudo como una ruina en la que el musgo y la hiedra cumplen su oficio, y que el Evangelio pueda entonces ser anunciado a todas las creaturas, conforme al mandato inexcusable del Señor.