jueves, 27 de noviembre de 2014

UN ARTE PARA LA APOSTASÍA

En tren de atenernos a la novedosa y bergogliana sustitución del concepto de Iglesia como «Cuerpo Místico» por el más aséptico y anguloso símil del «poliedro», se podría abordar la desazonante crisis eclesial desde cualquiera de los múltiples costados del cuerpo geométrico, encontrando entre ellos una diáfana coherencia recíproca. Y es que las miasmas hallan copiosa vertiente en cualquiera de los múltiples planos a escrutar: en el de la fe, en el de las costumbres, en el público testimonio. Nada que no se sepa a suficiencia: apostasía por acá, mundanización acullá; lascivia agravada por el uso contranatural en enteros seminarios; rapiña de cargos y prebendas; nepotismo o amiguismo indisimulados en la curia; «creativismo litúrgico», etc. Era sazón como para entronizar a un Hildebrando, pero los cardenales eligieron a Bergoglio.

Una de las aristas implicadas en tan descomedido desorden, como no podía ser de otra manera, es la que trata de la representación de la belleza, tan necesaria ésta para el culto. Aludimos en concreto a las artes pictóricas, a la escultura, a la arquitectura, a todo aquel apéndice sensible del mensaje evangélico que en pasadas edades (cuando la lecto-escritura era de adquisición minoritaria) inspiró aquello que se dio en llamar la Biblia pauperum.

Paradójicamente, y pese al éxito de corrientes "teológicas" como la Teología de la Liberación y afines, a los pobres de nuestros días les fue quitada la belleza de los templos -a menudo único refrigerio accesible en medio de los habituales rigores de la pobreza- a manos de quienes se dicen su defensores. El caso es que para todos, pobres y ricos, se empezó sustituyendo hace ya unos cuantos años los antiguos altares, tan bellamente labrados, por esos fríos dólmenes de factura industrial, cortados a implacable escuadra, que hoy afean multitud de basílicas y catedrales y las gravan con una nota de incomprensible arbitrariedad. Y aunque allí no haya parado todo, ya que abyssus abyssum vocat y a una defección sigue por regla un tropiezo y otro y otro, y como para que nos sintamos más que librados a la buena de Dios en este árido desierto poliédrico en que devino la Prometida del Cordero, ahí lo tenemos al cardenal Scola, papabile como el que más en el último cónclave -quizás el más próximo en orientación teológica al renunciatario Benedicto y número casi puesto, de no haber prevalecido el zorruno equipo que cabildeó a Bergoglio-, helo, pues, al arzobispo de Milán inaugurar una esperpéntica imagen de bulto -3400 kilos de mármol- comisionada al escultor Tony Cragg para ser colocada bajo uno de los arcos ojivales del célebre Duomo con el fin de acoger a los fieles en su ingreso al templo.




La imagen está inspirada, dice el autor, en la célebre Madonnina, icono de la Sede ambrosiana, cuya similitud con el mamarracho en cuestión puede apreciarse a continuación:




Aunque con vana intención encomiástica y con la jerga al uso en estos deplorables casos, quizás no podía explicarse mejor el desaguisado que con las palabras de Angelo Caloia, presidente de la Fábrica del Duomo: «contemplando la gran obra de Cragg resulta librada a cada espectador la posibilidad de vivir la misma emoción del escultor, entrando en diálogo con la forma artística en busca de una clave de lectura personal. Las líneas se desvanecen, las formas se abren: la paradoja está también en la posibilidad de hacer diversas interpretaciones». [Puede leerse más sobre el particular aquí]

Lo dijo bien redondo Gómez Dávila: el diablo patrocina el arte abstracto, porque representar es someterse. El arte abstracto confirma de manera más que convincente la banalidad de los tiempos que corren, y en el aplauso que ese vulgo semiculto que acude a los museos de arte moderno dispensa a los adefesios insípidos que le ponen delante, hurgando virtud en la nulidad, en esto se refleja la tragedia soez del arte y de los gustos modernos.

Que la regulación maquinal de la existencia llevase a la postre a esto no debe sorprendernos: lo irritante es la amistosa recepción de la Iglesia a semejantes bodrios, que podrían considerarse blasfemias más o menos solapadas. Lejos, casi como en otra era geológica, queda la condena fulminada por el Santo Oficio en 1921, en tiempos de Benedicto XV, contra la Pasión del Señor representada en clave expresionista por el artista belga Albert Servaes, de la que se consideró oportuno «prohiberi ipso iure, ideoque statim removendas esse ab Ecclesiis, Oratoriis, etc.» por el simple e irrebatible motivo de que la nueva escuela pictórica desfiguraba esas realidades eminentes que son el rostro y el cuerpo humanos. Lejos, muy lejos queda toda indagación metafísica acerca de la belleza como trascendental del ser, y por lo tanto subsidiaria de la verdad y del bien, como así también de la forma como inscrita en las perfecciones limitadas de los entes.

Con mayor o menor éxito, el arte procuró siempre adunar el talento ejecutor con la riqueza simbólica (y esto consta en el mejor arte religioso, y lo vuelve elocuente, resonante a largo, capaz de instar a gozosa admiración). Si el arte moderno se caracteriza, en cambio, por su apelación a lo deforme, a lo informe, lo clamoroso del caso es que esta misma insensata rebelión ya se aposentó en el Lugar Santo. Allí donde, para sostén doctrinal de su rabiosa iconoclasia, el Papa del fin del mundo se atrevió a oponer dialécticamente «plenitud» a «límite» en el nº 222 de ese pastiche escrito que intentó colar en el Magisterio. Todo un programa para el moderno arte religioso, mudo como aquel endemoniado del Evangelio (Mc 9,14 ss.) pero de redención menos probable, ya que rehusó los medios aprontados por el propio Dios para su cura.

jueves, 20 de noviembre de 2014

UNA PETICIÓN PARA DEFENESTRAR A FRANCISCO

Circula por la internete -con la invitación a suscribirla cuantos fieles católicos lo juzguen pertinente- una petición al Colegio Cardenalicio para que éste evalúe las graves irregularidades doctrinales de Bergoglio antes y después de su elección al Solio a los fines de su ulterior deposición. Sin más comentar, ponemos a disposición el enlace correspondiente y trascribimos aquí las tres cuestiones elevadas a los cardenales, apoyadas en pasajes tomados de la bula de Paulo IV Cum ex apostolatus officio que constituyen el criterio concreto para la imputación de ciertos graves cargos al reinante pontífice. Podrá razonablemente desestimarse la eficacia de esta solicitud para mover la conciencia de los cardenales, pero esto no porque carezca de suficiente fuerza suasoria sino más bien por la vigencia de una desviada y desvaída concepción de la Iglesia como «tiranía de faits accomplis».

Consciente de que por el decreto del papa Paulo IV Cum ex Apostolatus officio (de 21 de diciembre de 1566), el Colegio -y, de hecho, toda la Iglesia- está gravemente obligado a elegir solamente y a reconocer como válidamente electo a un hombre de la Fe Católica; y consciente de que Jorge Mario Bergoglio, tanto antes como después de su elección el 13 de marzo de 2013, se ha expresado y actuado de maneras largamente condenadas por la Sede Apostólica, les solicito humildemente -siendo yo uno entre muchos fieles- que cumplan con su deber de proteger a la Iglesia y la Sede Apostólica de la corrupción, mediante la convocatoria -en lugar que se repute conveniente- a juzgar a las preguntas acerca de:
1) si Jorge Mario Bergoglio fue elegido válidamente, en cumplimiento del decreto de Paulo IV que acabamos de mencionar, por cuanto antes de su elección promovió durante años en la Argentina la concesión de la comunión a aquellos sujetos incursos en matrimonios irregulares junto a los «curas villeros» (cf . Sandro Magister, "La revolución paciente de Francisco", Espresso on-line, 24 de octubre 2014), lo que contradice directamente la enseñanza del Concilio de Trento, Sesión 13, canon XI:

Si alguno dijere, que sola la fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía; sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente tan grande Sacramento, y por consecuencia cause muerte y condenación; establece y declara el mismo santo Concilio, que los que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por contritos que se crean, deben para recibirlo, anticipar necesariamente la confesión sacramental, habiendo confesor. Y si alguno presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o también defenderlo en disputas públicas, quede por el mismo caso excomulgado.

Si él estaba sujeto a esta censura, se sigue entonces que -de acuerdo con el decreto del Papa Paulo IV mencionado anteriormente (nº 6)- fue inválidamente elevado a la dignidad del cardenalato, y también inválidamente elegido Romano Pontífice.

2) Si pese a esto ustedes juzgaran que fue válidamente elegido, entonces les pido que diriman si acaso no haya perdido el cargo de Romano Pontífice a causa de su negación pertinaz de la Fe y/o de su propósito manifiestamente malicioso de perseguir a los fieles apegados a las antiguas tradiciones eclesiásticas, cada una de cuyas causas viola el anatema del Concilio de Nicea, celebrado en 787: si alguno rechazare cualquier tradición escrita o no escrita de la Iglesia, sea anatema (cuarto anatema sobre las Imágenes Sagradas), entre cuyas tradiciones se cuentan la celebración del Antiguo Rito Romano y la práctica perenne de la Iglesia Católica, desde los tiempos apostólicos, de negar la comunión a los adúlteros y los pecadores públicos.
Si cae, pues, bajo esta censura de Nicea, se sigue del mismo modo que su elección resultaría invalidada por el decreto del Papa Paulo IV.

3) Por último, aunque los anatemas y cánones que el Papa Paulo IV declara válidos a perpetuidad (ibid. nº 2), no ofreciesen razón suficiente a ningún miembro del Sacro Colegio para hacer al hombre convicto de herejía o de pérfida malicia en orden a derrocar la tradición eclesiástica, persiste una verdad teológica que versa sobre la ley divina y la eclesiología, a saber: que nadie que busque dañar a la Iglesia en cosas esenciales, como Su fidelidad a la Enseñanza de Cristo, puede estar en comunión con Ella; y como por esto mismo un cismático, moralmente hablando, no puede considerarse en comunión con la Iglesia, por ello debe y tiene que ser removido de su cargo.

La petición, en inglés en original:  http://www.ipetitions.com/petition/petition2CardinalsReFrancis

lunes, 17 de noviembre de 2014

SI CAMALEONISMO O DEMENCIA, QUIÉN LO SABE

Bah, parece que a veces Francisco habla en cristiano, como en la flamante alocución a la Asociación de Médicos Católicos italianos, en la que se sirvió recordar que «la fidelidad al Evangelio de la vida y al respeto de la misma como don de Dios requiere a veces opciones valientes y contracorriente», cuestionando con pelos y señales al aborto, la eutanasia y la procreación artificial. Cuando todo hacía pensar en que este pontificado la archivaría irremisiblemente, se vio cruzar por el firmamento del Papa la estela de la Evangelium vitae, verdadero hito en el magisterio de Juan Pablo II y voz de mando para las batallas de la bioética, con miras a las cuales Francisco supo detonar algunas dicciones no esperadas: contra el aborto, como un ilícito acto de "liquidar una vida humana"; contra la eutanasia, como "pecado contra Dios"; y contra la fecundación in vitro, como "experimentos" por los que "se hacen hijos en lugar de acogerlos como don de Dios".

La cabeza de Bergoglio
En una reciente entrevista que se le hizo, Sandro Magister acierta a decir que Bergoglio «desorienta a muchos» porque «es una persona que en el arco de su vida, y ahora también como pontífice, obra contemporáneamente sobre diversos registros, dejando rendijas abiertas y, a una primera lectura, muchas contradicciones». De entre las más resonantes, entrevistador y entrevistado amontonan algunas memorables: el haberse presentado insistentemente como "obispo de Roma" para luego citar en el Sínodo los códigos del Canon que afirman el poder petrino; el haber delineado una visión "abierta" del gobierno de la Iglesia, aplicando la mordaza a enteras conferencias episcopales e interviniendo sin piedad a los Franciscanos de la Inmaculada; su apoyo a los movimientos populares con la más apodíctica afirmación del derecho al trabajo, y la contemporánea expulsión de 500 empleados calígrafos, pintores e imprenteros de la Limosnería apostólica; las posiciones penales ultragarantistas y la decisión de encarcelar preventivamente al ex nuncio de Santo Domingo en espera del juicio por pedofilia; su atención a los casos más personales e irrelevantes, evidenciados hasta en el uso del teléfono para dirimir cuestiones atinentes a la disciplina de los sacramentos, y su silencio sepulcral en relación a casos como el de Asia Bibi, o el de las muchachas nigerianas raptadas, o el de los cónyuges cristianos asados vivos en Pakistán.

Habrá que advertir, para no alentar la ilusión de una recóndita identidad católica en Bergoglio a despecho de sus impíos exabruptos habituales, que sus últimas bioeticistas declaraciones también encuentran su clamorosa antítesis en aquellas de que hizo confidente hace poco más de un año al padre Spadaro S.J. cuando sostuvo, para solaz del mundanal mundo, que «no podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos». Dígase, sin temor a juzgar con temeridad, que todo esto: 1- o es una estratagema pendular, destinada a acumular poder a expensas de hablarle a cada interlocutor según su gusto (aplicación concreta del loquimini nobis placentia que satirizaba el profeta); 2- o bien de confundir, buscando mover a estupefacción a los oyentes, descolocándolos y escamoteándoles toda clara exposición de su programa concreto y sus propósitos; o 3- es un índice clamoroso de demencia.

Esta última posibilidad, en vista de la catarata de desvaríos de Francisco, debiera ser atentamente analizada por los psiquiatras. Pues en caso de presumirse razonablemente una tal patología mental, ésta podría constituir una causal incontrovertible para la pérdida de jurisdicción del pontífice, cuya elección al frente de la Iglesia ya acumula una frondosa lista de denuncias de irregularidades más o menos consistentes en orden a echar sombras sobre su legitimidad. No obstante, y revelándose la de Bergoglio una personalidad lo bastante opaca como para sacar de ella conclusiones incontrovertibles, nos limitaremos a describir lo que se ve, que ya es suficiente para admitir el enorme daño que puede seguir sembrando este pontificado a cada nuevo día que le otorgue la celestial paciencia.

Venga en nuestro auxilio, para comprobar la antigüedad de estos dúplices manejos, lo que Antonio Caponnetto detallaba en La Iglesia traicionada (Ed. Santiago Apóstol, Bs. As., 2010, pp. 151 ss.) a propósito de la actuación del entonces cardenal Bergoglio en lo relativo a la sanción de la ley llamada de «matrimonio igualitario». Hubo un momento, en efecto, en que el Primado
abandonó temporariamente su medianía en la materia, tuvo una misteriosa epojé en su ininterrumpida heterodoxia, y dio a luz una misiva «A las monjas carmelitas de Buenos Aires», fechada en 22 de junio de 2010.
Resulta que la carta en cuestión
dice cosas gratamente disonantes con el magisterio irenista de Su Eminencia. Dice, por ejemplo, que la iniciativa oficial del "matrimonio homosexual" es "la pretensión destructiva del Plan de Dios". Que "no se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una 'movida' del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios". Que es una manifestación de "la envidia del Demonio", quien "arteramente pretende destruir la imagen de Dios" [...] Al fin, y al modo de un encomiable corolario, la  carta termina pidiendo el apoyo sobrenatural de la Sagrada Familia, para que sus miembros "nos socorran, defiendan y acompañen en esta guerra de Dios" y en "esta lucha por la Patria".
Era demasiado. Demasiado por donde se lo mire, gritar este manojo de verdades rotundas y dar un puñetazo en la infausta mesa del diálogo para hablar, siquiera una vez, el lenguaje inequívoco de las definiciones tajantes. 
Pero entonces arreciaron las críticas de la prensa, los partidos políticos y aun de hombres de la Iglesia, siendo la propia presidenta Kirchner
quien se llevó las palmas de la interpretación de la misiva bergogliana [...] El 12 de julio, desde Pekín, les dijo a los medios: "este discurso (el de Bergoglio) es agresivo y descalificador. Sobre todo proveniente de aquellos que deberían instar a la paz, la tolerancia, la diversidad y el diálogo, o por lo menos eso es lo que siempre dijeron en sus documentos".
Tiene razón la perdularia, y es más que comprensible su desconcierto y enojo. El Cardenal y los suyos llevan décadas emitiendo documentos baladíes, con las consabidas e infaltables idolatrías a la diversidad, el diálogo y cuanta memez haya acuñado el lenguaje postconciliar. ¿A qué viene ahora sobresaltar la cómoda concordia progresista con alusiones a la guerra de Dios, la lucha por la Patria y la presencia del mismísimo Mandinga en un bando de la reyerta? ¿Qué bicho le picó repentinamente el Monseñor de las reconciliaciones imposibles, para andar pidiendo conflagración y sable desenvainado?
Para mayor descrédito del Primate, no tardó en llegarle a éste la hora de redactar el comunicado oficial con el que dio al traste con toda la artillería desplegada unos días antes. Entonces reincidió con creces en su acostumbrada verba: "no queremos juzgar a quienes piensan y sienten de un modo distinto", "en una convivencia social es necesaria la aceptación de las diferencias", "la aprobación del proyecto de ley en ciernes significaría un real y grave retroceso antropológico", en cuyo rechazo, con todo, instaba con apremio a que "no haya muestras de agresividad ni de violencia hacia ningún hermano". La conclusión es sabida de todos: la repugnante ley se sancionó casi sin la menor resistencia, siendo que mientras duraron las discusiones previas -según así lo comprobaron las más diversas fuentes- Bergoglio supo manifestarse favorable al reconocimiento de derechos a las yuntas sodomíticas en tanto la figura jurídica a aplicar fuera la de «unión civil» y no «matrimonio». Era una mera cuestión de palabras la que había despertado por cinco minutos al guerrero dormido.

Perplejidades similares jalonan la insospechada y meteórica carrera de este hombre que se diría poco dotado aun para ejecutar tareas de ordenanza en la vaticana Sede. Algún secreto poder reside en la irritante fatuidad del quidam capaz de alcanzar semejante pináculo, y un poder presumiblemente tenebroso. Pero para no meternos en abismos que nos resultan indescifrables, queremos sí llamar más modestamente la atención de los fabricantes de souvenirs y baratijas, que tienen en Francisco un potencial todavía no explotado en un rubro al alcance de todos.

Se trata del higrómetro, ese dispositivo que muda de color a instancias de la humedad ambiental a partir de reacciones químicas provocadas por la absorción de la misma. Los hay que representan seres vivos, como hipocampos o lobos marinos, e incluso imágenes religiosas, como Nuestra Señora de Luján o de Itatí, y que viran del tono celeste -cuando cunde el buen tiempo- al rosa -cuando debe esperarse lluvia, pasando por el intermedio violeta que denota inestabilidad. Se los vende en locales comerciales e incluso en puestos de venta callejeros, y gozan de simpatía como adornos capaces de deparar una cierta nota de novedad, esa volubilidad impropia de objetos inertes. Nuestros paisanos gustan adornar sus repisas con estos tornadizos ejemplares, limitándose a menudo a afirmar que "va a llover" -sin necesidad de otear el horizonte o tantear el viento- simplemente porque el coso se puso rosa.

Francisco hizo méritos para que se lo represente en un higrómetro, y es increíble que todavía ningún fabricante lo haya tenido en cuenta.

sábado, 15 de noviembre de 2014

LA CONTRAIGLESIA Y EL ANTICRISTO (II y III)

II

La santa aversión de la Iglesia Católica al plan satánico encuentra su antítesis en la aversión impía de la contraiglesia a la obra de la Redención. Y la Simia Dei sabe muy bien que debe utilizar -pervirtiendo su fin- los mismos medios que la Iglesia para lograr su propósito, si no de derrotar a Dios -algo impensable de lo cual ella es, con todo, consciente- al menos de condenación para el mayor número de aquellos que Él ha redimido con Su Sangre. Y de profanación de Cristo en sus Especies Eucarísticas, en las cuales Él se halla prisionero, expuesto a los escupitajos y a los ultrajes como cuando fue atado a la columna y azotado por los verdugos.

Sólo puede ser comprendido desde esta óptica aquello que León XIII escribió en su exorcismo: enemigos llenos de astucia han colmado de oprobios y amarguras a la Iglesia, esposa del Cordero inmaculado, y sobre sus bienes más sagrados han puesto sus manos criminales. Aun en este lugar sagrado, donde fue establecida la Sede de Pedro y la cátedra de la Verdad que debe iluminar al mundo, han elevado el abominable trono de su impiedad con el designio inicuo de herir al Pastor y dispersar al rebaño.

Hoy asistimos a esta serie de amarguras, a esta embriaguez de ajenjo, mientras en Roma se asientan inexplicablemente dos Papas, para escándalo de los justos y aplauso de los impíos. Un Papa renunciatario que sigue residiendo en la Alma Urbe vestido como Papa, y otro Papa reacio a ser llamado tal, que depuso muchas de las insignias de su dignidad específica, pero que utiliza el poder papal y el ascendente mediático del que goza para formular afirmaciones en marcado contraste con aquel Depositum Fidei que él debiera, por el contrario, defender y custodiar. Uno calla tímidamente, apareciendo en circunstancias oficiales, casi haciéndose garante de su propio homólogo: ambos reducidos a su mitad, el primero, por haber abdicado al gobierno pero no al nombre, y el otro, que teoriza desviaciones doctrinales inconcebibles, hablando sin freno y sin coherencia para el deleite de los enemigos de Cristo. Un desdoblamiento irreverente contra  la praxis milenaria de la Iglesia y contra el mandato divino: diarcas de una potestad que, por esa misma razón, resulta desacreditada, empobrecida y humillada ante el mundo. Asistimos -desconcertados los unos, desaforadamente entusiastas los otros- a la paradoja de una casi sedevacancia justo en el momento en el que, Papas, hay dos. Las palabras de la beata Catalina Emmerich a propósito de los dos Papas y de las dos Iglesias hubiesen resultado increíbles hasta hace apenas dos años, y nos involucran en esta universal confusión a nuestro pesar.

Y en estos días nos enteramos, gracias a la denuncia de Antonio Socci y por el silencio cómplice de la Curia y de los Cardenales, que en lo secreto del Cónclave se habrían cumplido abusos y gestiones tales como para afectar la validez de la elección de Bergoglio, después de las anomalías no menores en la abdicación de su predecesor. Sin embargo, estas revelaciones no hieren en lo más mínimo el descaro del jerarca argentino, tan ansioso por complacer al mundo cuanto hábil para deshacerse de cualquier voz disidente: desde los fastidiosos Franciscanos de la Inmaculada a los varios Prelados más o menos refractarios al nuevo curso, como Piacenza, Burke, Cañizares y muchos otros menos conocidos.

Reina la confusión: prerrogativa de todo lo que viene del Demonio. Y la señal inequívoca de que en toda esta sucesión de novedades inauditas y de desorientación doctrinal, moral, disciplinaria y espiritual no hay nada de bueno, nada de santo, nada de católico. Dios ama el orden, la armonía del silencio, el recogimiento, la claridad inconfundible de Su Palabra, palabra del Padre que ama a Sus hijos y los quiere salvos sin engaños, sin trampas, sin equívocos.

Ahora está claro que en la confusión reina Satanás, tan adverso al silencio cuanto acostumbrado se halla a los gritos de desesperación de los condenados, a quienes inflige, por cuenta de la Justicia divina, el suplicio eterno. Es comprensible que aquel estrépito infernal sea la figura que señala también su momentáneo triunfo sobre esta tierra, y su ascenso al poder universal. Análoga confusión se ha introducido también en el Santo de los Santos, donde a la contemplación adorante de la Liturgia Romana le sustituyó el alboroto indecoroso del Novus Horror: la Iglesia de Cristo celebra el culto divino entre las volutas de incienso, mientras la Sinagoga de Satanás adora al hombre deificado con alborotos tribales. Miserable simia Dei; y más miserable que él, miserables aquellos que se arrojan a sus pies para servirlo, no sólo en las instituciones civiles, en los tribunales, en las escuelas, en los bancos, en los hospitales, en los medios de comunicación y en todo ámbito del consorcio civil, sino también desde los púlpitos, desde las cátedras episcopales, desde la Curia romana y, quod Deus avertat, desde el Solio.

Sabemos que estas afirmaciones pueden sonar piis auribus muy fuertes. Pero, ¿cuándo hemos oído jamás a un Papa estigmatizar, como también recuerda con admirable lucidez Alessandro Gnocchi, a los jefes del pueblo, a los malos pastores que cargan sobre los hombros de la gente pesos insoportables que ellos no mueven siquiera con el dedo, no para denunciar la hipocresía de la Sinagoga (con la que él mantiene indecorosas relaciones), sino para condenar a aquellos Obispos que se niegan a malvender la Doctrina y deshojar la Moral para secundar el espíritu mundano y anticristiano del momento presente?

¿Cuándo hemos oído alguna vez a un Papa teorizar la necesidad de cambiar la Ley divina, concediendo a los divorciados acercarse a la Comunión y haciéndolos así añadir, al sacrilegio del vínculo sagrado del Matrimonio, aquel otro horrible del profanar la Santísima Eucaristía y la Confesión? Y a más, ¿podemos apenas concebir a un Papa que se haga responsable de llenar el infierno, después de que sus inmediatos predecesores vaciaron iglesias, seminarios y conventos? El mundo ha cambiado y la Iglesia no puede cerrarse en las supuestas interpretaciones del dogma, delira el Obispo de Roma. Pero hubo un tiempo en el que el mundo fue capaz de cambiar gracias a la Iglesia, en el que Reyes y naciones hincaron la rodilla ante la Cruz de Cristo, en el que las leyes reconocían la Realeza universal de Nuestro Señor. El mundo no cambia sin que haya quien pilotee y dirija los cambios: la contraiglesia conciliar ha cambiado también al mundo, descristianizándolo en pocos años, y ahora Bergoglio finge no saber que la situación actual es el fruto de un goteo continuo de discursos papales, de documentos conciliares, de ejemplos escandalosos, de encuentros ecuménicos, de abrazos impuros con los enemigos de Dios.

Se objetará que Bergoglio no ha cambiado todavía la disciplina católica, o que al final lo único que quiere es aggiornar la pastoral sin cambiar el dogma. Pero, ¿qué pastoral -cuyo objetivo debiera ser el traducir en actos morales la adhesión del intelecto a la doctrina- puede contradecir los presupuestos teóricos de los que debe estar informada y las finalidades para las que existe? Son cosas que desalientan, y que preanuncian desastres mucho más atroces, que van más allá de las más oscuras perspectivas de los profetas de desventuras de la época de Roncalli.

Y  más: aun admitiendo que no se llegara a la concesión de la Comunión para los pecadores públicos, ¿no es acaso éste un hecho hoy ya practicado sin ninguna reserva con el consentimiento del bajo Clero y de una buena parte de los Obispos? La Iglesia niega los sacramentos a quien, con sus propios actos, libre y conscientemente, se pone fuera de la misma, rechazando a Cristo y a Su Ley: divorciados y concubinarios, suicidas, abortistas, comunistas y ateos practicantes, masones, herejes y cismáticos. Ahora bien, ¿no es acaso cierto que a todos ellos -¡a todos!- se los admite a los Sacramentos, les son concedidos funerales religiosos, pueden ser padrinos de Bautismo o testigos de bodas, participan en Misas y celebraciones, y, finalmente, se los invita a intervenir en conferencias católicas o a escribir en revistas y diarios católicos? ¿Qué excomunión se aplica a ellos, si de facto ellos representan a esta altura una parte integrante de la vida de la contraiglesia, desde las parroquias más remotas a los Pontificios Consejos o a las Comisiones Vaticanas, con la aprobación extática de Scalfari y Ravasi?

Hay que recordar que esta praxis no es reciente, y que encuentra su base ideológica en desviaciones que tienen décadas de antigüedad, fruto del Vaticano II: la simple afirmación de la bondad intrínseca de la laicidad del Estado -condenada por el Magisterio Infalible pero aun así afirmada y defendida por Juan Pablo II y Benedicto XVI- implica un reconocimiento del matrimonio civil, que ante Dios no es más que una arrogante réplica laica del Matrimonio Católico, y que contempla asimismo el divorcio como legalmente sancionado por la ley civil. ¿Hemos oído alguna vez aunque sea a un Obispo postconciliar pronunciarse en contra del matrimonio civil, recordando que ello conlleva para los católicos la excomunión latae sententiae, o no hemos más bien escuchado a algunos Prelados afirmar impunemente, y sin ninguna censura vaticana, que esto es preferible a la legalización de las uniones de hecho? ¿No se ha podido leer por estos días la alucinación del Prepósito General de los Jesuitas, que afirmaba haber más amor cristiano en muchas parejas irregulares que en muchas parejas regularmente casadas por iglesia?

No está fuera de lugar mencionar que sería no sólo conveniente, sino incluso obligado poner como ejemplo y paradigma de referencia para los esposos católicos la Sagrada Familia, y no las parejas divorciadas: el hombre tiene necesidad de nobles ideales a los que aspirar, no de escuálidos compromisos o de mezquinas mediocridades. Y aún otro rasgo característico de la contraiglesia: el deseo de considerar siempre y de todos modos a los fieles como indignos de la magnificencia de los ritos, del esplendor del arte cristiano, de las excelsas cumbres de la espiritualidad católica, de las profundidades de la teología, en nombre de una simplicitas calvinista, de un pauperismo de limosna, de una ignorancia que ellos quieren imponer desde lo alto, casi para evitar que se pueda comprender el gran engaño perpetrado desde el Vaticano II en adelante.

En vez de elevar al pobre de la miseria, se anulan por vía de autoridad las riquezas de las que éste se halla privado; en vez de elevar al simple al conocimiento de la Verdad, se banaliza la doctrina y se empobrece la moral; en vez de indicar la santidad heroica, se la disminuye. A la elección del camino real de la Cruz y de la mortificación se prefiere el cómodo sendero de una  falaz alegría autorreferencial. No más Cuaresma: sólo pascuas privadas de sentido. Desde esta óptica, ¿por qué dos esposos tendrían que pedir a Dios que les conceda la Gracia a través de la cual afrontar y superar las pruebas? Si de todos modos se es salvo, y si se salvan también los mahometanos polígamos, ¿por qué vivir el matrimonio como una cruz bendita gracias a la cual se merece el cielo?

Por supuesto, más allá de las decisiones reales del Sínodo que se celebra en estas semanas, el daño ya está hecho: la opinión pública tuvo su contramagisterio de parte de la prensa, siempre diligente en la difusión del error y en el pilotear ideológicamente a las masas. El magisterio líquido en el que sobresale Bergoglio, habilísimo en la formulación de juicios ambiguos, pero de los cuales los medios ofrecen la interpretación auténtica, que parece perfectamente coherente con la mens del inquilino de Santa Marta. Y no es casualidad que el Sínodo haya sido blindado, en desafío a la tan cacareada parresia, para impedir a los Obispos hacer oír su propia voz católica contra las directrices ultraprogresistas del lobby bergogliano encabezado por el cardenal Kasper, patrocinado también en sus indigestos libelos ad usum delphini.

Claro, es fácil proponer ofertas de fin temporada doctrinales en nombre de una adecuación a las nuevas y complejas realidades del pueblo cristiano, pero ¿quién es el responsable de estos malos hábitos generalizados, si no el Clero? ¿Dónde estaban todos estos Pastores cuando se desertaban las Misas dominicales, cuando los matrimonios católicos mostraban signos de peligrosa disminución, cuando las separaciones y los divorcios se multiplicaban? ¿Dónde estaban cuando las vocaciones menguaban drásticamente, cuando las Órdenes religiosas contaban más defecciones que nuevos profesos? Ah sí, estaban ocupados -absit injuria verbo- en putanear con los reyes, en recibir en audiencia a los masones, judios y perseguidores de los cristianos, en hacer eucaristía, en decidir nombramientos y ascensos en sus camarillas. Y los párrocos que lanzaban señales de alarma eran señalados como fanáticos; aquellos que rechazaban la admisión de los indignos al matrimonio eran amonestados en la Curia y repudiados en público por su Obispo. Marchaba todo bien, tenía que marchar todo bien, incluso contra toda razón: era la formidable primavera conciliar, y quien levantaba dudas era culpable de derrotismo. Era la época en la cual, al igual que otras manifestaciones oceánicas no menos miserables del pasado reciente, nos contentábamos con un Papa que sabía reunir a su alrededor a miles de jóvenes, debiendo luego confiar a los barrenderos la recolección de miles de preservativos dejados por esos jóvenes en los campamentos después de las Jornadas Mundiales de la Juventud, prueba tristísima de la inanidad de aquellos entusiasmantes consensos.




III

Hechas estas consideraciones, es evidente que la contraiglesia no puede hoy negarse a sí misma después de haber extendido las premisas doctrinales de la descomposición moral de la que ella es artífice y principal responsable. Sólo gracias a la Dignitatis Humanae se plasmaron generaciones de católicos vueltos ideológicamente eunucos en la confutación de cualquier error, primero sobre la base de una presunta tolerancia, luego en la plena aceptación de las sectas y, finalmente, en el reconocimiento de un indebido respeto hacia las más absurdas idolatrías: al punto de ver al Vicario de Cristo besar el Corán o hacerse marcar en la frente con la señal de Shiva (Juan Pablo II), y a su digno sucesor recibir la bendición de un exaltado carismático, de un sedicente «obispo» anglicano o de un pastor valdense. Arrodillado o inclinado, humillando ante un hereje la suprema dignidad apostólica que él detenta. Dignidad ya postrada por Paulo VI cuando depuso la tiara, de la que él era sin dudas indigno, pero de la que, sin embargo, Dios le había ceñido la cabeza para que fuese el Vicario, y no el apóstata.

En perfecta armonía con el indiferentismo religioso profesado por el Sanedrín romano, los Estados han hecho propia la tolerancia hacia cualquier culto. Alguien temió entonces que cundiera el riesgo de que, llevado a las extremas consecuencias este principio, se llegara a conferir el derecho de ciudadanía incluso a satanistas -y fue inmediatamente tildado como exagerado. Sirvió para entender, justo por estos días, que la celebración de una misa negra en el Centro Cívico de la ciudad de Oklahoma es perfectamente legal y que la Iglesia no tiene ninguna potestad para intervenir pidiendo la prohibición, dado que el Estado es laico y no quiere meterse en disputas teológicas. Pero bien vistas las cosas, ¿a quién le debemos la abolición de la Religión de Estado en naciones católicas, desde Italia a España, si no a la obra diplomática de Secretarios de Estado y de Nuncios Apostólicos, bajo mandato de los Papas del  postconcilio? ¿De qué se lamentan ciertos Prelados? ¿No querían la libertad de religión? Ahora pueden invitar a Asís, aparte de los adoradores de ídolos, a los servidores del Maligno y los celebrantes de misas negras. Por otro lado, con sólo conocer los rituales de Kiko Argüello o el modo en el que se administra en casi todas las iglesias del orbe la Santa Comunión, no puede dejar de notarse que el sacrilegio de las Especies Eucarísticas está tan presente en los ritos conciliares como en los de los cultos satánicos, con la diferencia de que mientras los satanistas creen en la Presencia Real y la profanan deliberadamente, muchos sacerdotes no creen en la transubstanciación, y no pocas veces consagran inválidamente.

Incluso los venerables ritos de la Iglesia han sido parodiados por la secta conciliar: escuálidas liturgias copiadas casi literalmente de aquellas de los peores herejes, con los altares extirpados, paramentos à la mago Otelma, cánticos profanos, salvajes en danza, contaminaciones paganas. Y como en el culto divino el Rey Sacramentado está en el centro de la adoración, así en el culto conciliar es el hombre el ídolo obsceno celebrado por sus falsos sacerdotes. La Santísima Virgen, los Ángeles, los Santos Apóstoles, los Mártires, los Doctores y los Confesores de la Fe, las Vírgenes y las Viudas de la Liturgia católica han sido sustituidos por nuevos santos conciliares, en un nuevo calendario, como antes lo hicieron otros herejes y luego los revolucionarios de los últimos siglos, al punto de cambiar la toponomástica de nuestras calles y plazas a golpes de calle Mazzini, avenida Garibaldi, plaza Togliatti y paseo Mártires de la Libertad. Simia Dei.

En el fondo de todo esto, la constante es una y sólo una: la perversión de la fe, la pérdida del sentido de lo sagrado, la sustitución de una visión trascendente iluminada por la Gracia por una visión horizontal miserablemente humana que frustra -es más: impide- cualquier impulso espiritual y confina el anhelo de esperanza de la felicidad eterna a un mezquino espejismo de solidaridad y de fraternidad de inspiración revolucionaria, masónica, y de inequívoca matriz luciferina.

En la babel conciliar no se omite eliminar el santo temor de Dios, precisamente porque éste es initium sapientiae, principio de la sabiduría. ¿Qué importa si los divorciados concubinarios profanan la Santísima Eucaristía autorizándolos a comulgar? ¿Qué importa si los delirios del Sínodo causan su condenación, con el placet papal? ¿Qué importa si admitiendo a las celebraciones a herejes y cismáticos se ofende a Dios? ¿Qué importa si llamar hermanos mayores a los deicidas es una afrenta a la Pasión del Salvador? Todo se resuelve horizontalmente, casi como si la divina Majestad no tuviese parte alguna en las decisiones de Sus sedicentes ministros. Pero, ¿quién piensa en la cólera de Dios, en la terrible venganza que están llamando sobre sus cabezas y, ¡ay!, incluso sobre la nuestra? ¿En el castigo que les espera, en tanto pastores infieles, mercenarios y traidores? Para esta contraiglesia todo es bueno, todo es santo, todo es loable mientras no lleve traza alguna de catolicidad. Por eso aman el hedor del rebaño, más que el perfume del divino Pastor, y no se avergüenzan de admitirlo. Es más: ¡los enorgullece!

No sabemos si el Anticristo se sienta ya en Roma, o si otros están preparando aquel Solio para él, tal como el Precursor precedió y preparó al pueblo judío para la venida del Salvador. Pero no podemos simular que la revolución en acto que afecta a los vértices de la Iglesia Católica no tenga nada que ver con lo que la Sagrada Escritura anunció para los últimos tiempos.




viernes, 14 de noviembre de 2014

LA CONTRAIGLESIA Y EL ANTICRISTO (I)

por Cesare Baronio
(traducción por F.I.)

Ofrecemos, en dos entregas sucesivas, este extraordinario texto publicado originariamente en tres partes (accesibles aquí, aquí y aquí) durante los días de la celebración del Sínodo.


I

El demonio es Simia Dei, mono de Dios. Y aquello que en las perfecciones de Dios es la manifestación más perfecta de la Verdad y del Bien, en las perversiones satánicas es prueba de la Falsedad y el Mal. Mientras que por un lado la Revelación es camino seguro para conocer la única Religión, por otro la herejía y el error son la marca de las idolatrías y las supersticiones inspiradas por el Enemigo. Simia Dei. Un espíritu de inteligencia perfecta, rebelde a su Creador por toda la eternidad, endurecido por siempre en el odio desesperado hacia la Santísima Trinidad, y hacia aquellos seres indignísimos, imperfectos y limitados que en Adán, la Serpiente había empujado a la caída y que en Cristo, encarnado en el seno de la Santísima Virgen, habían sido redimidos en el madero de la Cruz.

Este maldito mono, cegado por el orgullo, desde la noche de los tiempos supo crearse una pseudo-revelación, parodia impía del mensaje salvífico de Dios; reunió en torno a sí un pueblo elegido para ser conducido través de los siglos a la condenación eterna; enredó a Israel induciéndolo a la idolatría y alejándolo de la fidelidad al Señor; trató de matar al Redentor desde que éste vistiera pañales, encontrando un cómplice en Herodes; intentó varias veces hacer lapidar a Nuestro Señor contando con la envidia de los fariseos; inspiró la conspiración de los sumos sacerdotes contra Él, llegando a hacerLo condenar injustamente y a hacerLo crucifícar: justamente con este supremo acto de violencia sacrílega, qui in ligno vincebat, in ligno quoque vincebatur: creyendo aplastar a Cristo en la cruz, con esa cruz Lucifer pronunció su propia e irrevocable y definitiva derrota.

Jamás saciado de violencia y sangre, Satanás intensificó sus propios ataques contra la Iglesia, el nuevo Israel fundado por el Salvador para extender la salvación a todas las naciones. Sembró el odio, haciendo matar a los Apóstoles y a los Mártires. Instó a la división entre ellos, esparciendo la herejía y el error. Debilitó la santidad de los santos, asaltándolos con mil tentaciones e induciéndolos al pecado para alejarlos de la Gracia reconquistada. Instruyó a sus seguidores para que demoliesen el templo de Dios erigido en nuestras almas, del mismo modo que armó la mano impía de Sus enemigos para abatir las iglesias y revesar los altares. Entrenó a los herejes y sectarios de todos los siglos para debilitar a la nueva Jerusalén, y sedujo a los individuos para anular el Sacrificio de Cristo en sus frutos.

Tal como la Providencia había rescatado de las tinieblas a enteras naciones a través de la obra de misioneros celosos y de la sangre de miles de mártires, así Satanás trató de sumergir nuevamente en la oscuridad a los pueblos alejándolos de Dios, gracias a la complicidad de los heresiarcas, al escándalo de los corruptos y a la violencia de los tiranos.

En el otro frente, la Santa Iglesia libraba desde siempre el bonum certamen contra los emisarios del Enemigo, protegiendo en lo interior de sus propios bastiones espirituales a los fieles, adversus principes et potestates, adversus mundi rectores tenebrarum harum, contra spiritualia nequitiae. Ni las guerras, ni las persecuciones, ni las miserias de sus propios miembros han permitido jamás a la Iglesia ceder a los ejércitos de Lucifer: hecha fuerte por el estandarte de la Cruz y por las armas poderosísimas de la Gracia que se derrama a través de los sacramentos, ella ha sobrevivido y se ha regenerado hasta el momento de la gran tribulación: Satanás ha sido capaz de lanzar el ataque final.

Un ataque que el Todopoderoso, en sus inescrutables designios, había detenido hasta aquel momento. En la visión de León XIII, el Maligno le pide a Dios poder desencadenarse contra la Iglesia (nuevo Job), y sus cadenas han sido momentáneamente sueltas, como las mismas cadenas que sujetaban a los poderes infernales en la víspera de la Pasión. Pero la ceguera satánica que ayudó a sancionar su propia derrota en el momento en que, ebrio de odio eterno, lograba clavar al Verbo de Dios en el instrumento de ignominia reservado a los esclavos, será la misma que hundirá al Enemigo en el infierno cuando éste crea haber completado su obra, crucificando también al Cuerpo Místico del Salvador. Este orgullo ciega incluso a la inteligencia más perfecta, haciéndola cooperadora inconsciente de la victoria final de Dios sobre el Demonio.

He aquí, pues, a Satanás sentándose a través de sus seguidores en el Lugar Santo. Helo recibiendo las Órdenes y ascendiendo en la jerarquía católica. Helo revistiendo las vestiduras de los Prelados y la púrpura de los Cardenales. Simia Dei. Helo ocupado en instruir a sus ministros acerca de las maniobras a adoptar en las comisiones del Concilio. Helo chantajeando a los corruptos para obtenerles beneficios y obligarlos a convertirse en cómplices de sus maniobras. Helo seduciendo a los ignorantes, inspirando a los orgullosos, moviendo a los perversos. Y como la Gracia divina sabe cómo hacer que la naturaleza humana le sea dócil, llevándola hacia Dios, así la influencia maligna de Satanás obra en sus adeptos para hacerlos cooperar con el plan infernal.

Allí donde rige el desprecio por el poder, prevalece el celo por la causa de Dios; donde rige el amor a los cargos, prevalece infaltablemente la inclinación a la corrupción y al orgullo. Allí donde rige el amor por la Verdad y la fidelidad a la Doctrina, crece el conocimiento de la Verdad y la práctica del Bien; donde en cambio reina la ignorancia o el espíritu de rebelión intelectual, prolifera la herejía y la insubordinación al Magisterio. Allí donde la penitencia, la mortificación y la oración constituyen una firme defensa contra el pecado, florecen la virtud y la santidad; donde los placeres y el espíritu mundano relajan las costumbres y alejan del recogimiento, el vicio acostumbra al alma a la lejanía de Dios y abre las puertas a todo tipo de pecados. Donde la celebración devota de la Misa y el rezo del Breviario alimentan el alma del sacerdote con el Manjar eterno y la proveen contra los asaltos del Maligno, se multiplican las bendiciones celestes y los frutos de apostolado; donde las obligaciones canónicas ceden a los compromisos y a las reuniones, he aquí la descuidada celebración de eucaristías concelebradas sin decoro y la omisión del Oficio Divino. Donde el hábito clerical constituye una santa armadura contra las lisonjas del siglo, se alimenta la humildad, el hombre desaparece y se hace visible como Ministro de Dios; donde el clergyman o el hábito secular disimulan la Unción recibida y complacen a los espíritus mundanos que no soportan ningún rastro de lo sagrado en la sociedad, he aquí elevarse orgulloso el ego tristísimo del hombre con todas sus miserias y desaparecer el sacerdote. Y por último, para ser claros hasta el fin: allí donde el amor por el Señor lleva naturalmente al deseo de conocerLo más para amarLo mejor, fluye del corazón también el celo apostólico por la conversión de los equivocados y los pecadores; pero donde habita el apego al vicio y la pérdida habitual del estado de Gracia, la Verdad suena como un reproche intolerable que no puede tener como consecuencia inmediata sino la tolerancia para con el mal, con el error, con la herejía, con el pecado. Tolerancia que se manifiesta en la negación de la Doctrina o incluso sólo en callarla, prefiriendo el diálogo ecuménico a la apologética, los encuentros interreligiosos a la oración ante el Tabernáculo, la complicidad con el error a la defensa de la Verdad, bajo las apariencias de una mal entendida misericordia.

No se necesita una inteligencia angélica para entender estas cosas: la Santa Madre Iglesia las ha recordado siempre a sus hijos, advirtiéndoles de los peligros a los que se podían exponer si bajaban a la arena para pelear la batalla espiritual sin armas, sin escudo y sin casco. Pero justamente también por esto sabe Satanás que, para ganar una guerra sin tregua, debe desarmar al enemigo, desgastar sus fuerzas, corromper su integridad. Y tal vez llevarlo a la traición, a la deserción, y adquirirlo para su causa alistándolo en sus propias filas.

Es entonces increíble que tantos Ministros sagrados, aun aleccionados por el cuidado amoroso de la Esposa de Cristo, hayan podido hacerse responsables de una tal rendición incondicional al enemigo. Esta derrota del estado mayor de la Iglesia, que ha tenido también como consecuencia la deserción de los soldados en sotana o sayo, sólo se comprende si se identifican las causas remotas y próximas que la determinaron.

Es inútil negar la evidencia: Satanás se está apoderando de la Iglesia para hacer de ella una parodia blasfema, para crear una contra-iglesia infernal encarada a la condenación eterna de sus fieles, así como la verdadera Iglesia de Cristo ha sido querida por Él para la salvación eterna de Sus hijos. Aquello que en los siglos el Enemigo obtuvo pervirtiendo a los individuos, quiere ahora conseguirlo pervirtiendo a la sociedad espiritual que los reúne bajo la dirección del único Pastor. Pero para lograr el propósito no basta con enredar a los fieles o al bajo Clero: es indispensable llegar a alistar también a los Prelados e incluso al Papa. Cosa inconcebible hasta los años cincuenta, y que incluso en la siguiente década fue agudamente temida por algunos Prelados no ofuscados por el espíritu del mundo y por el afán de complacer a la mentalidad profana.

Que el Anticristo deba venir, es doctrina de fe. Que él seducirá a la mayoría de las personas, está descrito en las Sagradas Escrituras. Pero a qué lugar va él a aspirar, a qué cargo universal pueda querer ascender para dominar el mundo, es fácil intuirlo: no a los tronos de las naciones, abatidos por las revoluciones; no a la presidencia de las confederaciones mundiales, demasiado democráticas para asegurar un poder directo e inmediato sobre la humanidad. El Anticristo, instruido por su padre Satanás, ambiciona el Trono de Pedro, el Solio del Vicario de Cristo, desde donde imponerse al mundo como nuevo Mesías, como liberador de los hombres del yugo intolerable de la Ley divina, llegados a un nivel de corruptela sin igual en la historia. Un anti-Papa, en una contra-iglesia, con toda una jerarquía sometida a él y dedicada a la perdición de los hombres. Simia Dei, de hecho. Y las palabras de Nuestra Señora en La Salette suenan claras sobremanera: Roma se convertirá en la sede del Anticristo.



lunes, 10 de noviembre de 2014

EL ANTINOMISMO DE BOBOSCA

Gracias a sendas réplicas que suscitó en Infocaótica y The Wanderer vinimos en conocimiento de un artículo publicado en La Nación por Roberto Bosca, ex decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral, en el que el susodicho descubre la férrea resistencia que Francisco ha sabido criar a la sombra de sus desatinos. En ambos sitios está todo suficientemente dicho acerca del muelle opugnador del «núcleo duro tradicionalista» (que así lo llama), por lo que a estos mismos sitios remitimos, evitándonos mayores fatigas. Pero nos permitiremos retomar fugazmente un argumento aquí tratado hace pocas semanas, del que Bosca se hace eco en su esperpéntico alegato pro Francisco.

Así como Wanderer reconoció la cita implícita de un artículo suyo de parte del charlatán supernumerario, no hemos podido evitar el ingrato honor de sentirnos alcanzados por otra alusión tácita del mismo, para más precisar en aquel pasaje de la nota en el que se indica que Francisco

es acusado por los grupos conservadores (y esto afloró con ocasión del reciente sínodo) de incurrir también él en la herejía del antinomismo, que con el nombre de adamismo constituyó una antigua doctrina de los primeros siglos, originaria del norte de África. Ella ha conseguido pervivir hasta hoy a lo largo de la historia en diversos movimientos y escuelas como el gnosticismo, según lo muestra el amplísimo desarrollo actual de la New Age. 
El antinomianismo o antinomismo consiste en sostener que la misericordia del amor divino exime del cumplimiento de la regla moral o más ampliamente de la ley en materia religiosa. Los conservadores apuntan al Papa y lo acusan de promover una religión anómica, desvitaminizada y enferma de facilismo, que desde una actitud casi puramente pietista y emocionalista transmite una falsa y demagógica euforia de libertad.
El reciente texto nuestro que trató el tema del antinomismo y su relación con el pontífice reinante puede leerse aquí. Explícitamente aludimos allí al falso mesías hebreo Sabbetai Zeví, que vivió en el siglo XVII y que procuró una síntesis engañosa de judaísmo e Islam, «siempre sin abandonar la herejía antinomista que informó todas sus acciones», y que sus herederos doctrinales llevaron al culmen, viviendo en un constante desafío de toda ley moral.

Desconocemos si las antinomias vitales de B-bosca, suficientemente denunciadas en los sitios que citamos más arriba (destacándose su actuación como funcionario en el último gobierno militar para luego convertirse en un campeón de la democracia, en que supo pegarse como la hiedra al muro de uno y otro sucesivos gobiernos) lo definen como un simpatizante del antinomismo, o apenas como un desvergonzado oportunista. Lo cierto es que lo que le endilgamos a Francisco no es sólo el promover una religión «enferma de facilismo» que «transmite una falsa y demagógica euforia de libertad», como nuestro escriba cándidamente supone (lo que no sería poco, sin dudas). Lo que se le señala con horror es de una protervia más honda y dañina, de mayor bulto aun que el luterano convite al pecca fortiter. Y es, en todo caso, la multiplicación de gestos, palabras, silencios e insinuaciones que miran a cuestionar toda ley moral no sólo evangélica, sino aun natural. Como su vistoso paseo "de la manita" con el prete sodomita de Don Ciotti, o el besamanos a otro sacerdote promotor de las aberraciones sexuales, Michele de Paolis. O el más que presunto espaldarazo al simiesco padre Ignacio Peries para que éste ponderara por televisión las bondades de la inversión sexual. O su explícita negativa a condenar el pecado nefando, lo que redundó en una catarata de bautismos de niños adoptados por homosexuales, o en parodias de matrimonios sacramentales contraídos por travestis, todo en el ámbito de diócesis cuyos ordinarios gozan de reconocida amistad con Francisco. Y esto en medio de una campaña hábilmente urdida para extender la administración de los sacramentos a quien sea, sin importar las disposiciones requeridas y aun desafiando la grave advertencia del Señor: nolite dare sanctum canibus. 

Si alguien ha dicho alguna vez que detrás de toda herejía se esconde un problema de bragueta, la coincidencia de ambas caídas en tantas y tan ostensibles notas de este papado confirma la tesis del modo más gráfico posible. La lenidad beata de Babosca debe abrir los ojos ante este abismo.

viernes, 7 de noviembre de 2014

...Y EL OBISPO CANTÓ LAS CUARENTA

Ya venía siendo demasiado unívoco en Roma el culto a Venus y a Pluto, cuando la aparente paz de los embaucadores se vio conmovida por la irrupción del Dios de los ejércitos que venía a reclamar los honores a él debidos. Y la molicie y los chanchullos y el oprobioso silencio que les servía de manto, sufrieron todos la inesperada detonación servida por aquel cañonero que no dormía, uno de los pocos firmes en su puesto.

Mons. Athanasius Schneider: ¡duro con el báculo!
El Sínodo por el que se pretendió dar sanción legal al desorden y a la traición, ya muy avanzados en la práctica, terminó por ofrecer un espectáculo del que casi nadie guardaba memoria: un puñado de hombres de la Jerarquía hablando en cristiano y rechazando categóricamente las variaciones contrarias al derecho divino y natural que se pretendía imponer.

El más reciente testimonio es digno de enmarcar, y sus palabras debieran ser memorizadas y voceadas a coro por los fieles al oído de sus componenderos obispos. Son de monseñor Athanasius Schneider, y vale aclarar que la pólvora por él empleada contra los farsantes huele a rosas de este lado, y el estruendo de cañón se trueca acá en música, y de la buena. Van unos fragmentos de la entrevista publicada íntegra por Rorate Coeli en traducción de Infocatólica, con algunos pasajes omitidos por éstos y que nos decidimos a incluir:

♦ Durante el Sínodo, hubo momentos de evidente manipulación por parte de algunos clérigos con puestos clave en la estructura editorial y rectora del Sínodo. El informe provisional (Relatio post disceptationem) era claramente un texto prefabricado sin referencia alguna a las efectivas declaraciones de los padres sinodales. En las secciones sobre homosexualidad, sexualidad y los «divorciados vueltos a casar», el texto representa una ideología neo-pagana radical. Esta es la primera vez en la historia de la Iglesia que un texto por el estilo haya sido efectivamente publicado como documento de una reunión oficial de los obispos católicos bajo la guía de un papa, aunque el texto tuviese sólo un carácter preliminar.
♦ Gracias a Dios y a las plegarias de los fieles de todo el mundo, un número considerable de padres Sinodales rechazaron decididamente esa agenda. Es una agenda que refleja la moralidad general corrupta y pagana de nuestra época, que está siendo impuesta mundialmente mediante la presión política y a través de los casi todopoderosos medios de comunicación oficiales, leales a los principios de la ideología mundial de género. Este documento sinodal, aunque sólo fuera provisional, constituye una auténtica vergüenza y una indicación de la medida en que el espíritu del mundo anticristiano ha invadido niveles importantes de la vida de la Iglesia.
♦  El intento de someter a votación la verdad divina y la Palabra de Dios es indigno de los que, como representantes del Magisterio, deben transmitir celosamente, como siervos buenos y fieles (cf. Mt 24, 45) el depósito divino. Al admitir a los «divorciados vueltos a casar» a la Sagrada Comunión, esos obispos establecen una nueva tradición por su propia voluntad, vulnerando con ello el mandamiento de Dios, como Cristo reprochaba a los fariseos y a los escribas (cf. Mt 15,3). Y lo que es peor es el hecho de que esos obispos intentan legitimar su infidelidad a la Palabra de Cristo mediante argumentos como la «necesidad pastoral», la «misericordia», la «apertura al Espíritu Santo». No tienen reparo ni escrúpulo en pervertir de forma gnóstica el verdadero significado de esas palabras, denostando a los que se oponen a ellos y defienden el inmutable mandato divino y la verdadera Tradición como rígidos, escrupulosos o tradicionalistas.
♦  En este tiempo extraordinariamente difícil, Cristo está purificando nuestra fe católica, de modo que, a través de la prueba, la Iglesia brille aún más y sea realmente luz y sal para un mundo neo-pagano insípido, gracias a la fidelidad y a la fe simple y pura en primer lugar de los fieles, de los pequeños de la Iglesia, de la «ecclesia docta» (la Iglesia que aprende), que en nuestros días fortalecerá a la «ecclesia docens» (la Iglesia que enseña, es decir, el Magisterio), de forma similar a lo que ocurrió con la gran crisis de la fe en el siglo IV.
♦  Me alegró comprobar que algunos periodistas católicos y blogueros de Internet se comportaban como buenos soldados de Cristo y alertaban de la agenda clerical que buscaba socavar la doctrina perenne de Nuestro Señor. Los cardenales, obispos, sacerdotes, familias católicas y jóvenes católicos tienen que decirse: me niego a ajustarme al espíritu neo-pagano de este mundo, aunque sean obispos y sacerdotes los que lo difundan; no aceptaré su uso falaz y perverso de la misericordia divina y del «nuevo Pentecostés»; me niego a ofrecer granos de incienso ante la estatua del ídolo de la ideología de género, ante el ídolo de los segundos matrimonios, de la cohabitación; aunque mi obispo lo haga, yo no lo haré; con la gracia de Dios, elegiré sufrir en lugar de traicionar la verdad plena de Cristo sobre la sexualidad humana y el matrimonio.
♦  Es el testimonio lo que convencerá al mundo, no los maestros, como dijo el Beato Pablo VI en Evangelii nuntiandi. La Iglesia y el mundo necesitan urgentemente testigos intrépidos y francos de la verdad plena de los mandamientos y de la voluntad de Dios, de la verdad plena de las palabras de Cristo sobre el matrimonio. Los fariseos y escribas clericales modernos, esos obispos y cardenales que ofrecen granos de incienso ante los ídolos neo-paganos de la ideología de género y la cohabitación, no convencerán a nadie para que crean en Cristo y ofrezcan sus vidas por Cristo.

Queda suficientemente claro que aún quedan pastores dispuestos a patearles el tablero a los personeros mitrados del Maligno. ¡Que sea alabado el Señor de las batallas, que no nos dio la vida como un armisticio, y que nos sirve la lucha para nuestro refrigerio! ¡Y que nos admita como infantería de los nuevos Atanasios, varones dispuestos a ofrecer un testimonio íntegro de la fidelidad al Verbo, cuya ley es una e inmutable!


San Atanasio, campeón de la divinidad de Cristo

P.S.: La similitud entre la crisis que aflige a la Iglesia en nuestros días y la de los tiempos del arrianismo, a la que alude monseñor Schneider fundándose en unas jugosas páginas del beato cardenal Newman, no estriba sólo en la defección generalizada del clero (especialmente de los prelados) y al hecho de que la fe resulte custodiada casi exclusivamente por grupos de fieles no consagrados, situación más o menos común a ambas crisis. Hay una nota no tan evidente de suyo, pero que establece una profunda comunidad de carácter entre una y otra apostasía. Y consiste en que, si los seguidores de Arrio negaban abiertamente la divinidad de Nuestro Señor, los actuales traidores al ministerio sagrado la niegan implícitamente, al negar la validez perenne de las prescripciones manadas de los labios del mismo Jesucristo. Si la muda en las costumbres y los usos sociales tiene más vigor que las enseñanzas de Aquel que dijo «cielo y tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35), debe necesariamente deducirse que, revocable esta divina lección a instancias del tiempo, Cristo no puede ser ya tenido por Dios. Tal es la trágica afinidad en la caída de unos y otros.

jueves, 6 de noviembre de 2014

COPLILLAS A UNA MEMA

Sin dudas el abandono casi universal de las reglas del discurrir con la razón es un dato altamente significativo del carácter de nuestros días, un verdadero «signo de los tiempos». Lo preveía Belloc al hablar de «aloguismo» (de a-logos); lo señaló hace mucho Lope en los versos que encabezan esta página: señales son del Jüicio / ver que todos le perdemos...

No digamos cuánto cunde esta demencia en la Iglesia, donde el post-concilio trajo una marea de movimientos (carismáticos, neo-pentecostales, focolarinos, etc.) difícilmente reconducibles a la nota de unidad que adorna a la Iglesia desde su fundación. Doctrinas nuevas que anulan la perenne, praxis aberrantes, anarquía, en suma, que agravan el daño ya suficientemente acarreado por el extendido modernismo. Pues bien, una de estas locas floraciones de la crisis puede hallarse en una página digital cuyo nombre hemos afortunadamente olvidado, que cuenta con un favicono o emblema consistente en un corazón más bien del tipo de los que promocionan casas de citas (o "de tolerancia") que de un sitio católico. La tónica de la página en cuestión está dada por el ataque a Francisco desde un emotivismo pre-racional, desde el erizamiento epidérmico, que no desde la razón y la fe, capaces de alentar rechazos mejor fundados. Y el ataque lo extienden a todos aquellos que, no disponiendo (como ellos mismos no disponen) de potestad para juzgar a la Sede Apostólica, siguen llamando Papa a Francisco, pese a las justas y aceradas críticas que al mismo le mueven. Se basan en supuestas revelaciones privadas, de las que exigen poco más o menos el mismo asentimiento que debemos a las dos fuentes de la Revelación y, no obtenido este asentimiento de parte de sus ocasionales adversarios, pasan a ejecutar un ataque como de toro enceguecido contra los mismos, no aceptando la comparecencia de ninguna razón y confundiendo su patente ignorancia con la fuerza argumentativa de la que carecen.

En su locura, se obstinan en desconocer a Bergoglio como al producto de una prolongada crisis de la que fueron en buena parte responsables sus predecesores en el Solio, como si aquél hubiera sido consagrado obispo, creado cardenal y electo papa ex nihilo. El más cerril de los sedevacantistas resulta, así, infinitamente más coherente y sensato que estos nenes caprichosos. Es su papolatría, de sabor claramente herético, la que los hace confundir infalibilidad con impecabilidad: al presentárseles el problema de un papa visiblemente repleto de lunares y caídas, simplemente lo desconocen. En realidad, la anomalía de la situación actual y las diversas irregularidades en la elección de Francisco, que urgen a cualquiera a plantearse prudentes dudas sobre la validez de la misma, ellos las resuelven por el atajo del voluntarismo más agresivo.

Por estos días uno de los ejemplares salidos de ese hervidero, verdadera harpía de la blogósfera, se lanzó, en la casilla de comentarios de una página vecina, a atacar con temeraria saña a la memoria de monseñor Lefebvre. Y de paso, demostrando su afán de tirarle a todo lo que se mueve y emulando muy de lejos a los héroes homéricos, la emprendió -a causa del solo Bergoglio- contra una entera nación. No quisiéramos gastar ni un gramo de tinta en estos que asimilan la noción de «converso» a la del desquiciado sin más, pero tampoco queremos dejar de prestar nuestro humilde espacio al gentil colaborador que nos envía su aporte en verso para escarmiento de estas fieras. Por razones del todo pertinentes, el autor quiso firmar sus coplas con el nombre de un personaje del Quijote (señalado en sus páginas como "embustero y grandísimo maleador"), a quien se supone antepasado de la destinataria de sus versos. Cabe reconocerle, de paso, a nuestro espontáneo vate, aquellas dos bondades de las que carecen notoriamente sus adversarios: espíritu de indulgencia (coloca a la protagonista de sus versos en el purgatorio) y humor.



COPLILLAS A UNA MEMA
por Ginés de Pasamonte

(Filomema llega al purgatorio, donde la reciben los santos papas Juan XXIII, Juan Pablo II, y el beato Pablo VI. Éstos, a causa de su reprensible desempeño al timón de la Barca de Pedro, se ven obligados a remar como galeotes hasta la Parusía, a bordo de un trirreme. A Filomema, por no haber sabido refrenar la lengua en esta vida -y por no haberse avenido a revocar los previos desafueros de su lengua, a la que no osaba contradecir, que en ella tenía vida propia- se le impone la pena de remar en compañía de los pontífices, pero no con los remos sino con la lengua. Éste es el coloquio entre la misma y Juan Pablo II)


- Rema, rema
Filomema.
Rema, y no te aflija tanto
no avistar la costa cerca,
pues acá es pagar remando
hasta la última moneda.
Y, bien visto, no es tan caro
el rescate a tus tonteras.
Rema, rema
Filomema.

Con el músculo que urgías
tan sonoras desvergüenzas,
mece el mar y sus ardores,
refrigerio dale, y cuenta
hasta cien antes de herir
el buen aire con vilezas.
Rema, rema
Filomema.

- Pues, ¿qué, Santo Padre? Fuisteis
tan honrado por mí, cierta
de vivir disimulando
vuestros yerros en la tierra,
y sólo apunté a Francisco,
encubriéndoos con mi lengua.
¿No tendréis de mí piedad?

- Calla, calla, implume necia.
Acreciste mis tormentos
con tus inanes zalemas
que, al resonar de este lado,
dilataban la marea.
Ora cúrvate hacia el agua,
rózala con furia, ¡ea!
Rema, rema
Filomema.

«Mulier taceat in ecclesia»
lo escribió, para que sepas,
el Apóstol, ya previendo
la irrupción de tales hembras
que hablan donde no las llaman,
de lo que ignoran berrean.
Rema, rema
Filomema.

Y Santiago, por ventura,
¿no advirtió sobre la lengua
como de azote sin freno,
de mortal veneno llena?
Lengua de fuego llamóla,
mas no como las que ardieran
en Pentecostés: estotra
asciende de la Gehenna.
Rema, rema
Filomema.

- ¡Santo Padre, que me rindo,
que ya me duele la jeta!

- Más te doliera en el mundo
tu memez, la Filomema.
Y agradece estar a salvo.
Bate y bate con la lengua
sin descanso, hasta que alcances
la decisiva ribera.
Ni el oso hormiguero es dueño
de tan prominente antena,
por cuanto ¡zus! ¡más aprisa!
no cejes en tu tarea.
Más vale entrar mudo al Reino
que conservar esa lengua
y ser arrojado al horno
del llanto y de la blasfemia.
Rema, rema, y no te canses.
Rema, rema
Filomema.


lunes, 3 de noviembre de 2014

LA VICTIMIZACIÓN DEL LOBO Y LA IGLESIA AVANT-GARDE

Anda circulando por la internete, a través de correos electrónicos, un texto que podría tenerse por conmovedoramente ingenuo si no fuera porque evidencia más bien la avidez por encubrir, con las peores artes, la escala del daño que Francisco y sus cómplices están infligiéndole a la Iglesia. Según muy previsible esquema, pretende revelar la existencia de una conspiración de carcamanes contra el Papa, intentos a mezclarle al pontífice algún poco de estricnina en el mate y despacharlo al más allá, como se supone que ocurrió otrora con Juan Pablo I. El pasquín es demasiado torpe como para reproducirlo íntegro: mala y vulgar redacción, pésima secuencia de las ideas, etc. Baste con traer las ideas principales. A saber, que 
sectores radicales conservadores de la Iglesia Católica Romana han iniciado duras críticas y feroces ataques contra el Papa Francisco, a través de medios de comunicación, sitios web y redes sociales por su actitud reformista
imputándosele, en primerísimo lugar, el haber violado el rito romano
al realizar el lavado de pies del jueves Santo fuera de los muros vaticanos, en la prisión de menores "Casal del mármol" en Roma, incluyendo a dos musulmanes y dos mujeres no católicas.
Como si se tratase del principal de los escándalo que podrían imputársele a Francisco. Pero no sólo eso: los férreos guardianes de la ortodoxia que desfilarían por los pasillos vaticanos, por otro risible nombre «el alto poder enquistado en la cúpula vaticana», es
totalmente opuesto a los planes del Papa Francisco de reformar, eliminar, modificar la pompa, el ritualismo y el lujo y ostentación de la Iglesia Católica Romana (Francisco tiene un deseo y pensamiento secreto y es el de permitir que la mujer pueda acceder al sacerdocio católico, lo cual tendría un efecto tipo terremoto a lo interno de los ensotanados)
¿Reformar para eliminar? ¿Y luego modificar, qué? ¿Lo previamente eliminado? Pónganse de acuerdo, señores, para hacer más creíble la diatriba. Lo de la pompa y el ritualismo da risa: se diría que el pamphlet fue redactado antes de la reforma litúrgica de Bugnini. También trascendió que
la Curia Romana y los grupos de poder rechazan que el Papa Francisco haya hecho un llamado público a la Iglesia Católica a estrechar el diálogo y las relaciones con el Islam. Lo acusan de ser un relativista teológico.
Y varias otras incriminaciones que harían concebir esperanzas ciertas de resistencia a la agenda progre, si no fueran más falaces que Pinocho. No falta la nota despampanante:
acusan al Papa Francisco de hacer caso omiso a las reglas y normas de la Iglesia Católica Romana, ya que, como Papa, está actuando sin consultar ni pedir permiso a nadie para hacer excepciones sobre la forma en que las reglas eclesiásticas se relacionan con él [sic].
Y luego vienen las increíbles acusaciones: nada menos que contra el correctísimo Opus Dei que, conjuntamente con la Masonería, estaría conspirando para sacarse de encima al pesado de Francisco, a quien deberíamos venerar como al campeón del saneamiento de las finanzas vaticanas, cuyos rapaces beneficiarios se suman al variopinto grupo de sus enemigos. Y es que «el Papa Francisco no está de acuerdo en que delincuentes con sotana vivan en terreno vaticano».

Seguramente estas cortinas de humo encuentran su ocasión en el mismo guiño que les ofrece Bergoglio, quien supo hace poco pedirle confidencialmente a un obispo (para que el correveidile lo voceara luego a los periodistas): «rezá por mí: la derecha eclesial me está despellejando. Me acusan de desacralizar el papado».  Queda claro que se ha montado un cínico aparato de confusión para hacer pasar al más autócrata de los papas en muchos siglos, a aquel que no reconoce condicionamiento alguno a su poder -ni siquiera de parte de la Tradición que debiera guardar, ni siquiera de parte del resto de piedad que cualquier hombre debe saber conceder a sus enemigos derrotados- como a un tímido corderito acorralado por una jauría de rapacísimos lobos. A los que hay que acusar con arreglo a la palabra-talismán de la corrección política: derechas. La promoción del clero pederasta y de los prelados saqueadores de finanzas tiene vía libre como nunca: se ha encontrado la temible fórmula para conjurar toda resistencia.

En tanto, prosigue su vergonzoso y acomodaticio curso la «Iglesia de vanguardias», la que puja con el mundo para dirimir quién se impone en la carrera progresiva de la muda de principios y costumbres. Lo constata Maurizio Blondet en un reciente artículo:
es tristemente cómico el destino del progresismo vaticano: apenas osan una apertura más avanzada hacia el mundo, el mundo los deja atrás. Los modernistas clericales son siempre superados, hagan lo que hagan. Fue ayer no más que monseñor Forte se abrió a las parejas gay, a sus «derechos», que reconoció sus «cualidades». Monseñor Marx, de Munich, se lanzó más hacia adelante: «no todo en la vida de ellos es condenable: si por 35 años permanecieron fieles el unos al otro, si el uno cuida del otro hasta el fin de la vida, como Iglesia, ¿qué debo decir? ¿Que no tiene ningún valor? Esto no es cierto». Qué audaces se habrán sentido: que se entienda, de «pecado que grita venganza a los ojos de Dios» llegar a reconocerlo como un derecho civil, es ya un buen paso para un purpurado. Embriagante, hallarse a la vanguardia.
¡Pero qué! Pronto llega Tim Cook, el millonario líder de Apple, y declara: «considero mi homosexualidad entre los más grandes dones que Dios me ha dado».
¡Caramba! Ahora el ex pecado impuro contra natura ha devenido un don de Dios. No bastaba absolverlo, atenuarlo: el mundo, a través del millonario, ya lo ha santificado y glorificado. Qué desdicha: los cardenales más avanzados han sido nuevamente superados, se quedaron atrás, deben barajar y dar de nuevo.
Sólo pocos días antes la vieja marica ultrapotentada de Elton John había declarado: «¿el papa Francisco? Es mi héroe. Hagámoslo santo súbito, ¿o.k.?» Cierto, o.k. Apenas bendecidos, ahora son los ricos maricones quienes decretan a los santos. Es así que debe ser: es la fuerza irresistible del progreso.
De hecho, es cada vez más clara la estrategia de misión hacia las «periferias existenciales» del papa Bergoglio. Trato de recapitular: la cordial amistad con Scalfari, quien pudo decir (sin ser desmentido) que este Papa «ha abolido el pecado»; la afirmación de la libertad absoluta de la conciencia privada, como lo ha confirmado al mismo tiempo Scalfari: «cada uno de nosotros tiene una visión propia del bien y del mal. Nosotros debemos incitarlo a proceder en función de aquello que cree que es el bien...», etc., etc.
Ahora, por último, Francisco se declara abiertamente contra la pena de muerte, e incluso partidario del abolicionismo penal. Esperemos, pues, una nueva doctrina jurídica consagratoria de los peores delitos. Es más, que promueva explícitamente a los más altos cargos a quien acumule los más aberrantes crímenes: no otra ha de ser la redoblada apuesta de los juristas que obtuvieron la venia papal a sus dislates. Y en lo tocante a las aberraciones sexuales, urgidos los prelados -si quieren seguir en carrera- a reconocer a la homosexualidad como un don, esperemos la exaltación próxima del bestialismo y del coito con cadáveres. Es la espiral frenéticamente descendente del infierno la que llama a gritos. Y la jerarquía modernista, siempre atenta al bon ton, no querrá mostrarse descortés con quienes la cortejan.