viernes, 20 de junio de 2014

FRANCISCO Y LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA

«El problema del hombre consiste en la adoración, 
y todo el resto está hecho para darle luz y substancia»
Romano Amerio

Esta vez Francisco ha considerado oportuno no participar de la procesión del Corpus, que todos los años para la fecha respectiva encabezan los pontífices, uniendo a pie la basílica de san Juan de Letrán con la de Santa María la Mayor, distante un kilómetro y medio la una de la otra. Según el padre Lombardi, estoico portavoz de las desconcertantes decisiones papales, el Santo Padre habría desistido de hacer el itinerario "para evitar el cansancio en función de sus próximos compromisos", en especial el viaje previsto para dentro de dos días a Cassano sul Ionio, en Calabria. Habiéndose barajado la obvia posibilidad de que cubriese el trayecto a bordo del papamóvil, evitando el tener que caminar, Lombardi abundó que Francisco prefirió esquivar esta opción "a fin de que, según el espíritu de la celebración de hoy, la atención de los fieles se concentre en el Santísimo Sacramento, expuesto y llevado en procesión". Con razón el blogue messainlatino acompaña estas desopilantes explicaciones con el horaciano risum teneatis.

Hubo visible pena entre los fieles, entre ese popolino romano adicto a la presencia del Pastor supremo, que sólo en contadísimas ocasiones faltó a esta cita desde que Urbano IV instituyera en el año 1264 la fiesta del Santísimo Cuerpo de Cristo. Ni un Juan Pablo II atacado de Parkinson avanzado, ni un León XIII a sus noventa y tres años dejaron de estar junto a la Custodia en este tránsito solemne en el que el Señor es públicamente reverenciado por las calles de la Ciudad Eterna.

Es de creer que hechos como este induzcan a muchos a engaño, presentándolos como la enésima muestra de la presunta "libertad cristiana" del pontífice, capaz de desairar las expectativas de aquellos hombres demasiado apegados a rituales y ceremonias. Pero este desdén no debe entenderse como una perfecta imitatio Christi ni mucho menos: si el Señor desestimó las prescripciones farisaicas, ello es por la sobrecarga humana que había en éstas, tanto que asfixiaban lo que de divino podía aún subsistir en el culto judío. Este caso es muy otro: se trata ya de la presencia misma del Señor en el Augusto Sacramento por Él instituido, que nunca podrá rodearse de veneración excesiva, siendo que es Él quien todo lo excede con su soberana presencia.



Acuciante actualidad cobran entonces las palabras de Pío XII: «no es extraño que la Iglesia, desde sus orígenes, haya adorado el cuerpo de Cristo bajo las especies eucarísticas, como se ve en los mismo ritos del augusto sacrificio, en los que se prescribe a los sagrados ministros que adoren al Santísimo Sacramento con genuflexiones o con inclinaciones profundas» (encíclica Mediator Dei). Y es que «conviene adorar la Eucaristía no sólo con culto interno, sino también externo; porque es conveniente que adoremos con aquel modo de adoración que sea conforme con nuestra naturaleza, que consta de cuerpo y alma, por los signos corporales de genuflexión, postración, inclinación, etc., que la piedad interna anima» (Gregorio Alastruey, Tratado de la Santísima Eucaristía).

Creemos que esta deserción, junto con la persistente y jamás explicada actitud de permanecer de pie -y nunca de rodillas- tras la consagración, otrosí junto con la reducción de la Misa in coena Domini al solo lavatorio de los pies, sirven dolorosamente a recapitular todos los ulteriores atropellos del Obispo de Roma (los verbales y los gestuales, que ya ¡ay! le conocemos). Los glosan a suficiencia, trágicamente los explican: todos vienen a confluir en este sombrío punto focal. 

jueves, 19 de junio de 2014

MUY A LA DERECHA DE FRANCISCO


«¿Y no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de 
ciento veinte mil personas que no saben distinguir 
entre su derecha y su izquierda?»
(Jonás 4,11)




Que la vida del cristiano consiste en una psicomaquia usque ad mortem era cosa sabida al menos desde que san Pablo aleccionó a los Efesios (6, 12) con aquellas imborrables palabras: «nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso...». Con razón Straubinger, comentando este pasaje, se recostaba en la microbiología: «el que por primera vez se entera del descubrimiento de Pasteur sobre los gérmenes infecciosos que pululan por todas partes, siente como una reacción que lo hace ponerse a la defensiva, movido por el instinto de conservación. San Pablo, que ya nos enseñó cómo las cosas de la naturaleza son imágenes de las sobrenaturales (Rm 1,20), nos revela aquí, en el orden del espíritu, lo mismo que Pasteur en el orden físico, para que podamos vivir a la defensiva de nuestra salud contra esos enemigos infernales que, a la manera de los microbios, no por invisibles son menos reales, y que como ellos nos rondan sin cesar buscando nuestra muerte».

Lo terrible -y seguramente impensable por todas las generaciones católicas que nos precedieron- era que un día, en este combate espiritual sin tregua, el simple fiel habría que habérselas con el mismísimo Vicario de Cristo devenido al fin agente de corrupción de la fe y la inteligencia. Que, aunque de la talla intelectual de uno de esos microbios de Pasteur, lograría -por el menoscabo inferido a su nobilísimo cargo, y porque la confusión resulta sembrada, a sus expensas, desde la más empinada de las perspectivas- obrar un daño que ni vastos ejércitos de enemigos invisibles hubieran aspirado a propinar.

En el breve vídeo que reportamos más arriba, verdadero collage de defecciones de hoy y de ayer, consta un pasaje de la clamoreada entrevista que Francisco concedió días atrás a La Vanguardia, de Barcelona. Hay para todos los disgustos, ni se podía hablar peor con tanta concisión. Comienza por las justificaciones que los antisemitas habrían manoteado en pro de sus tesis, y lo hace con una serenidad de libre-asociación de veras sorprendente: la "leyenda negra" (¿¿??) (¿habrá querido decir acaso que se les imputa a los judíos el haber urdido la "leyenda negra" contra España? ¿O estará sugiriendo la existencia de una "leyenda negra" antijudaica, desconocida al menos con esa nomenclatura?); el judío sin patria, vagabundo; el pueblo deicida... Sobre esto último, se despacha con que «el Concilio Vaticano II cortó con eso, y le costó mucho a la Iglesia Católica, por estos grupos más...» (y deja en suspenso la adjetivación), sin advertir que la acusación de deicidio, imborrable a instancias de ningún concilio, se sigue inevitablemente de la unión hipostática (al matar a Jesús, los judíos estaban matando al mismo Dios), y que si debemos eliminar la figura de deicidio también debemos hacer lo propio, a fuer de consecuentes, con el título mariano de Theotókos.

Pero no queremos hurgar en estas trágicas deficiencias teológicas del obispo de Roma, que lo acreditarían para una vuelta urgente a las aulas, que no a la Cathedra Petri. Nos baste señalar otro de los ya recurrentes latiguillos del Francisco, que tiempo atrás suscitó una acertada repuesta fundada en un artículo escrito por Francisco Canals hace más de sesenta años. Se trata de la cuestión de las "derechas", que con tanta aprensión se ve Bergoglio urgido a tratar de tiempo en tiempo, ahora con oportunidad del antisemitismo. «Está muy unido a... en general, ¿no?..., no es una regla fija, pero muy unido a las derechas, ¿no?Generalmente el antisemitismo anida mejor en corrientes políticas de derecha que de izquierda», dijo Francisco en pulcra prosa. Y parece que no dijo mucho más, aunque resulta obvio que el filoso adagio sirve a pagar el enésimo tributo de Bergoglio a la corrección política sive prudentia carnis.

Cuanto al antisemitismo o cualquier otra forma de odio racial, suponemos innecesario recordar que éste no puede contar con la bendición de la Iglesia. Lo que no obsta para reconocer la insoluble enemistad -fundada en razones teológicas, que no raciales- entre la Iglesia y la Sinagoga. Pero detengámonos en la cuestión de las "derechas", tan cara a Francisco. Y recordemos la lección de José Antonio Primo de Rivera (mente genuinamente católica entre las que se aplicaron a las turbulencias de la política), que rechazaba las categorías de «izquierda» y «derecha», dimanadas irreparablemente de la Revolución, para sostener que «los partidos políticos nacen el día en que se pierde el sentido de que existe sobre los hombres una verdad bajo cuyo signo los pueblos y los hombres cumplen su misión en la vida», y que «la Patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible» que no puede someterse al dialecticismo compulsivo dimanado de la Revolución.

Canals lo señaló con gran agudeza en El "derechismo" y su inevitable deriva izquierdista: «la derecha vino a ser aquel sector político que, en el ambiente del constitucionalismo liberal, quería salvaguardar el orden y la autoridad» siendo el orden que se trataba de defender «precisamente el nacido de la Revolución». De aquí la inconsecuencia, el tironeo inevitable en la conciencia de los exponentes de la derecha: «mientras la izquierda proclamaba que nada le parecería demasiado revolucionario, la derecha se esforzaba siempre por poner de relieve lo “moderado” y “prudente” de su actitud antirrevolucionaria, y se gloriaba por ello de poder mostrar, como testimonio de su amor a la libertad y al progreso, que no dejaba de ser considerada ella misma como revolucionaria por los “extremistas de la derecha”, por los “reaccionarios”. El resultado necesario de esta situación fue el constante desplazamiento hacia la izquierda, no sólo de la opinión y de los partidos, sino de la norma de valoración con que se juzgaba del derechismo y del izquierdismo». Para confirmación de lo dicho, vemos hoy cómo los partidos conservadores que veinte años atrás se oponían a la legislación del aborto, propia de las plataformas políticas de izquierda, han terminado por aceptarla mansamente -entre otras proclamas que corrieron idéntico albur. La homologación a siniestra, aceptadas las premisas revolucionarias, parece irresistible. «El “conservadurismo cultural” queda, pues, sumergido en una dialéctica “evolucionista” y “progresista”. ¿No consiste acaso su defensa en proclamar también que “somos nosotros” –los conservadores- los verdaderos “innovadores”, y que en resumen “la verdadera revolución –también en el orden de la cultura y del pensamiento- la hacemos nosotros”?».

De aquí la obligada y terminante distinción entre "conservadores" y "tradicionalistas", no siempre bien reconocida en el mareo habitual de los términos. Si aquéllos insisten en asumir a la política como el "arte de lo posible", cabe a los hombres de la Tradición recordar las prerrogativas irrenunciables de la Verdad, que hacen de la política, en todo caso, "el arte de hacer posible lo necesario". Lo que no supone buscar febrilmente una ilusoria equidistancia entre las dos alas políticas de la Revolución. Concluye Canals: «¿acaso defendemos como actitud adecuada la de neutralidad entre la derecha y la izquierda? De ningún modo. Creemos que conviene precisamente denunciar en el “conservadurismo” su inversión de valores y su fidelidad a los principios revolucionarios. Pero si alguien entiende por “derechismo” el auténtico espíritu de defensa del orden cristiano contra la Revolución anticristiana –y así lo entienden muchos que al atacar a la derecha defienden en el fondo el espíritu revolucionario-, entonces creo que no habría que hacer otra cosa sino proclamarse “ultraderechista”».

Suponemos que en esto estriba, en el fondo, el sentido del declamado y recurrente rechazo de Francisco a la "derecha", tic propicio a una mentalidad que disuena fatalmente con la grave responsabilidad que le fuera encomendada. Hay un orden social cristiano que supone la primacía de Roma sobre todos los reinos de la tierra, siendo inalienable la triple misión de la Iglesia de enseñar, santificar y gobernar. Es obvio que esto supone la inmutabilidad de la doctrina y la recusación enérgica de todo fermento revolucionario. Depuesto este principio, no queda sino musitar lastimosamente la letra impuesta por el progresismo, siquiera para salvar el cuero. No, Francisco no nos engaña: Francisco es de derecha, de esa derecha asustadiza que nota el ímpetu energuménico de la izquierda más exaltada, de los enemigos más encarnizados de la Iglesia que ansían tomarla por asalto, y opta entonces por la mimesis, comenzando por el lenguaje. Habrá que situarse, como Canals, en la ultraderecha, es decir, mucho más allá de la derecha, al abrigo de una lumbre estelar que nos permita contemplar la gusanera de la modernidad tardía sin estas indecorosas contaminaciones.

jueves, 12 de junio de 2014

EL ASALTO CONTRA LA PALABRA

Hay una coincidencia, un rasgo común que salta a nuestra vista de argentinos -preocupante coincidencia, con valor alarmante de síntoma- entre nuestra presidenta y Francisco, el argentino de máxima proyección posible (y por completo insospechada hasta el día mismo de su elección). Se trata de una nota común a dos sujetos que son estrictamente connacionales y contemporáneos entre sí, a más de ocupar entrambos los cargos más eminentes con que la suerte hubiese podido favorecerlos.

Esa nota compartida, que no puede deberse al solo azar, nos obliga a cobrar conciencia de la calamitosa situación de nuestra patria terrena, a la vez que nos impele a pedir perdón en nombre de la nación argentina -a imitación, en esto, de Juan Pablo II y el propio Francisco, tan proclives a entonar el mea culpa de la Iglesia ante los chacales que rondan por devorar sus restos-, perdón al mundo y a la Iglesia universal, decimos, por haberles procurado un daño de tal envergadura en la persona del mismísimo pontífice. Que su condición de argentino de nuestros lares debe de tener algo que ver en sus desatinos.

¿Cuál es esta nota en cuestión? La precisó, como anticipando una patonomía cada vez más válida para nuestras latitudes, aquel célebre desterrado en el desierto:

...pero hacen como los teros
para esconder sus niditos:
en un lao pegan los gritos
y en otro tienen los güevos

                         (Martín Fierro, vv. 2133-36).

Del mismo modo que la hemos escuchado a nuestra infatuada presidenta tronar repetidamente contra los privilegios, siendo ella y sus ministros los principales beneficiarios de un sistema hecho de exacción y rapiña consuetudinarios, y de la misma manera que la hemos notado enfurecida contra los llamados "multimedios", cuando su propio gobierno supo armarse en consecuencia de un aparato propagandístico no menos múltiple, con diarios, canales de televisión y emisoras de radio desembozadamente oficialistas, así lo vemos ahora a Francisco propugnar el lenitivo de la misericordia mientras los suyos desmantelan con saña criminal a una orden religiosa floreciente como la de los Franciscanos de la Inmaculada. Y lo oímos deplorar el carrerismo, al paso que el mismo cunde como nunca entre sus inmediatos subordinados, como en el clamoroso caso de Fabio Fabene, subsecretario para el Sínodo de los Obispos elevado -contra su condición de subsecretario- al rango episcopal, y de Ilson Montanari, «un simple adepto de segunda clase hecho Secretario de la Congregación para los Obispos con el rango de arzobispo (y secretario del Colegio cardenalicio)». Con razón se habla de carreras-relámpago, de nepotismo en su variante rioplatense (i.e.: amiguismo), de simonía y tráfico de influencias, de montañismo curial sin precedentes ni decoro.

Se entienda que no es el gobernar atendiendo al propio pro aquello sobre lo que llamamos la atención: hay un largo historial que da cuenta de este género de atropellos, Roma incluida. Lo que horroriza es la galopante densidad de la falsía, esa sistemática sustitución de la praxis en vigor por su contrafigura verbal. Estrategia injuriosa no sólo por consagrar el encubrimiento, sino aun más por habituar a los incautos a una versión falaz de las virtudes que presuntamente se celebran: así, en el caso del gobierno argentino, la insistente apelación a una "militancia" con ribetes épicos, lanzada por un hato de malandrines sin algún rubor, ha provocado sobre la entera población un daño aún mayor que el económico, arrastrando a muchos a la ruina del engaño, al espejismo moral, a la vez que ha opuesto irremediablemente a aquellos que rechazan la filfa con quienes la consienten.

Que mienta el gobernante para exculparse de sus desaciertos, para disimular sus fracasos, no es cosa nueva. Lo abominable es que se mienta con el fin de raptar conciencias. Esta radicalísima anomia puede adscribirse, en el caso argentino y en extenuante progresión creciente, al cauce histórico determinado sucesivamente por el auge del contrabando en la época mal llamada "colonial", por la capitalidad portuaria, por el maquiavelismo liberal del XIX, por la riada inmigratoria mal convocada y peor organizada, ídem por la migración interna y el fenómeno del peronismo y por el consiguiente y endémico clientelismo político, siendo noto que la política es «la única fábrica que no baja sus cortinas» en tiempos de crisis. Se debe agradecer a Dios, que proveyó numerosos hombres de bien a la urdimbre humana de esta Argentina desastrada, el que no nos hayamos convertido en una pura raza de timadores, según este periplo deformador que como pueblo hemos recorrido. Proyectar los vicios resultantes de este recorrido, de esta contra-paideia histórica así como pueda encarnar en un sujeto exaltado por ese mismo medio, a una instancia tan superior y extralocal (concretamente: al gobierno de la Iglesia en crisis, en tiempos de apostasía global) no puede sino tener efectos devastadores. Es una confluencia como para hacer tambalear a la mismísima cathedra veritatis si el propio Dios no se aviniera a impedirlo.

Es, aunque con una coloratura porteña con inflexión de cocoliche, el drama inherente a la modernidad senil saciada con su propio vómito, que ahora irrumpe con fuerza contra la última de las realidades a demoler, poniéndole antagonistas con nombre y apellido. Entre nosotros lo dijo inmejorablemente fray Mario José Petit de Murat O.P.( «El último progreso de los tiempos modernos: la palabra violada»; ver aquí): cuando existe la resolución inflexible de emplear el verbo humano «en contra del Verbo divino, a costa de desgarrarlo en los nexos con su fuente, analogía y ejemplaridad suprema», lo que debe sobrevenir por fuerza no son sino «obras de maldición, repudiadas por la densidad óntica del universo». Pues lo que hoy sufre la palabra (y con ella el dogma, que es la expresión verbal del misterio) no es la mera deriva etimológica que puede verificarse en el desarrollo de cualquier lengua. «La alteración que hoy padece la palabra es muy distinta; está sujeta a una doble intención que la violenta en el nexo del signo con lo significado». Las canonizaciones hoy en curso no hacen sino evidenciar esa violencia. «El triunfo de la iniquidad moderna, su carcajada final frente al Verbo sangrante consiste en que ha logrado clavar su aguijón en las junturas mismas del concepto con su vocablo».

Siendo la palabra humana «la última perfección de las cosas sensibles», podemos hacernos una idea de la perversión que se ha obrado y se insiste en completar. «¿Habrá almas capaces de hundirse en la noche del silencio; de levantar bajo la desplegada mansión de la Voz, las altas cimas del hombre, las que presencian el Orden? [...] Sólo los capaces de borrar en sus corazones la gritería del mercado con las luces del desierto, tendrán poder contra los demonios que resuelven en vaciedad y blasfemia al mundo moderno. Si ese linaje del Espíritu ya no se levanta desde el bautismo y el llanto de la Iglesia, peor para este siglo: sobrevendrá un silencio de cenizas lívidas durante tiempos únicamente conocidos por el Padre. Luego, la multitud de las aguas que brotan de su Trono encenderá una vez más el alba y, desde hierbas nuevas, ascenderá hasta el corazón del que Es, fue y será, el hilo del canto glorificante: el de la palabra que nombra y ordena en el Verbo las trémulas criaturas de la tierra».


sábado, 7 de junio de 2014

DIEZ PREGUNTAS AL CARDENAL

Nos hacemos eco y suscribimos debidamente el presente cuestionario a elevarse al Prefecto de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, el cardenal João Braz de Aviz, a propósito de las barbáricas disposiciones tomadas en relación con los Franciscanos de la Inmaculada -y más recientemente incluso para con la rama femenina del Instituto-, que comportan una virtual demolición de la obra fundada por el padre Stefano Manelli. Agradecemos al responsable del blogue Vigiliae Alexandrinae el habernos enviado el cuestionario junto con la invitación a suscribirlo, y lo hacemos extensivo a otros sitios, en la esperanza cierta del triunfo de la Verdad sobre la perfidia de sus opugnadores. 


Cardenal Braz de Aviz
Eminencia reverendísima:


nos permitimos dirigirle las siguientes preguntas con motivo de las graves cuestiones planteadas por el Comisariamiento de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada y de la Visita Apostólica a las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, medidas ambas dispuestas por usted. Se trata de cuestiones de universal relevancia que surgen, a conciencia, de la obligación de toda persona de buscar la verdad, particularmente en los asuntos de fe y de moral. Como el escándalo suscitado en muchos a partir del Comisariamiento de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada y de la Visita Apostólica a las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada es público, las preguntas que emergen le serán extendidas también públicamente.

1) ¿Por qué fueron comisariados los Frailes Franciscanos de la Inmaculada? De parte del Decreto de Comisariamiento expedido por usted no es dable deducir ninguna razón. ¿Por qué? 

2) ¿Por qué usted no tuvo en cuenta la nota (29 de mayo de 2013) que le fuera enviada por el Consejo General, conjuntamente con el Procurador General de los Frailes Franciscanos de la Inmaculada, en el que se le hacían presentes -en lo que respecta a la Visita Apostólica entonces en curso - algunos hechos gravísimos, y que no tienen precedente alguno en toda la historia de la Iglesia, entre los cuales (como se lee): «la decisión [del Visitador] de proceder SOLAMENTE a través de un cuestionario escrito, evitando por completo la visita a las comunidades e incluso a los seminarios [...]; el contenido del cuestionario que, más allá de la intención de sugerir una versión "tendenciosa" de la situación del Instituto, estaba lleno de preguntas no fácilmente comprensibles para la mayoría de nuestros hermanos [...]; los resultados del cuestionario por sí mismos, sin una verificación de que lo que está escrito concuerde de veras con las convicciones de cada fraile, ¿no son poco fiables por las razones ya mencionadas?» 

3) ¿Tiene usted conocimiento de las disposiciones adoptadas por el Comisario apostólico designado por usted para conducir a los Franciscanos de la Inmaculada, por quien se impone a los frailes, entre otras cosas, el cierre de los seminarios, la suspensión de las ordenaciones y la prohibición de colaborar en publicaciones teológicas y de apostolado? Si está usted informado, ¿por qué ha avalado estas medidas, visiblemente destructivas de actividades fundamentales propias del carisma de tal Instituto, debidamente aprobado por la Santa Sede? 

4) ¿Por qué dispuso la Visita Apostólica para con las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada, es decir, de la rama femenina del instituto religioso ya comisariado por usted? 

5) ¿Por qué ha enviado como Visitadora Apostólica a una religiosa tan distante, sea por actitudes que por formación -pero sobre todo por la manera de pensar y actuar-, de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada?

6) ¿Por qué no ha demostrado la misma atención y severidad en relación con aquellos institutos religiosos en los cuales un gran número de miembros se ha desviado notablemente del carisma de los Fundadores y de la observancia de las respectivas Reglas y Constituciones? 

7) ¿Qué piensa de la Teología de la Liberación? ¿Considera compatible con la fe católica la adhesión a las tesis de la Teología de la Liberación, sobre todo después de la explícita condena con la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe, confirmada por Juan Pablo II (6 de agosto 1984), en la que, entre otras cosas, se señalan las "graves desviaciones ideológicas"? 

8) ¿Qué piensa de la perspectiva sincretista de unificar todas las religiones en una nueva religión planetaria? ¿Es cierto que usted ha participado, dirigiendo el discurso de presentación, en el Primer Forum Espiritual Mundial, junto con representantes de sociedades espiritistas, teosóficas y masónicas? 

9) ¿No considera que todo proyecto de religión planetaria contradice flagrantemente el principio de que "debe ser [.. .] firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida de una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios"? (Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, 14)

10) ¿Qué piensa usted de la masonería? ¿Considera compatible con la fe cristiana la adhesión de un católico y, con mayor razón, de un clérigo a la masonería?


Atentamente lo saludan

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viernes, 6 de junio de 2014

POLÍTICA CLERICAL vs. POLÍTICA RELIGIOSA

Ya resulta demasiado transparente (incluso más que la sotana blanca de Francisco, que deja ver como al desgaire sus pantalones negros) la intencionalidad toda política de los actos promovidos por la Santa Sede, como así también de algunas entre las desconcertantes palabras que lanza el pontífice a rodar, no menos que de sus silencios. Sobre la dirección predominantemente política que puede alcanzar un pontificado -complicada en pulseadas, en zigzagueos, en asuntos de imagen y en índices de popularidad-, el de Juan Pablo II fue lo bastante aleccionador como para desayunarnos recién hoy de cuánto pueda hipertrofiarse esta esfera, que fuera con acierto llamada la de la «Cenicienta del espíritu». Quizás queriendo relanzar al Papado como a fuerza capaz de terciar eficazmente en las disputas sublunares (cosa siempre menos frecuente desde el maldito día de la Ruptura protestante, evidenciándose un progresivo repliegue de la potestad temporal del Papa con hitos funestos como la invasión napoleónica de los Estados Pontificios, y aun la garibaldina), lo cierto es que el papa polaco acentuó esta voluntad de que la Iglesia tuviese parte protagónica en los destinos políticos del orbe, arrimando a las tesis mundialistas (one-worlders) la impronta cristiana, aunque deslavazada por los inevitables compromisos del caso.

«Si Bossuet le hubiese gritado a Luis XIV como san Ambrosio a Flavius Teodosius Magnus, se hubiese evitado la Revolución Francesa. Si el padre Lachaise le hubiese dado un tirón a Luis XV como san Juan Nepomuceno al otro rey bohemio, todavía era posible ahorrar al mundo el Terror y la Guillotina [...] Solamente el poder espiritual, representado en los países católicos por la Iglesia, puede posibilitar con su función normal -y en nuestros tiempos con salidas heroicas- la que llaman fecunda revolución desde arriba, que es hoy día lo único para evitar la infecunda revolución desde abajo» (Castellani). Si esa revolución «desde arriba» no tiene hoy ni visos de probabilidad, esto es sencillamente porque la política religiosa (fundada en el llamado clamoroso a la metanoia) le cedió toda iniciativa a la política clerical, hecha de pactos, de recortes, de concesiones recíprocas entre las partes. Ahí están las flores de Paulo VI a la ONU con motivo del vigésimo aniversario de la creación de este organismo, que para aquél representaba nada menos que «el camino obligado de la civilización moderna y de la paz mundial... Los pueblos del mundo recurren a las Naciones Unidas como última esperanza de concordia y paz».

Que no estamos ya en los días de la Unam Sanctam es cosa bastante evidente. Pero que el Obispo de Roma se conceda habituales injerencias -y jamás en el sentido de una «política religiosa», sino apenas regiminosa- en las turbiedades democráticas de su país, de las que no se sale sino con nuevos tiznes, es una prueba de la degradación de la política incluso clerical. Que debiera llamarse ya cloacal, como parece denotarlo a toda hora la marcha de la administración implícita -y la manifiesta- de los asuntos que convocan a la Iglesia a expensas del «efecto Francisco». Ahí está el ominoso silencio de los obispos gallegos ante una nueva ley local de promoción de las aberraciones sexuales, la más reciente muestra de muchos otros traspiés que tienen por actores a hombres de la Jerarquía. Y ahí está la nueva efigie de político católico, Matteo Renzi, reciente ganador de las elecciones europeas, de quien se ha ponderado «el éxito de una versión de catolicismo eficiente y compasivo, simpático y simple, que hoy, en la época del papa Francisco, es quizás el único catolicismo potable». Sandro Magister, a propósito de la "clave pluralista" que se le alaba a Renzi, precisa que ésta «es la que le consiente a él y a otros católicos de nueva generación llegados al poder el sostener con tranquilidad la fecundación artificial heteróloga, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la adopción de hijos por parejas homosexuales y otros semejantes "derechos" [...] Aparte del clima del papa Francisco, estos nuevos políticos católicos se benefician del giro consumado en el vértice de la Conferencia Episcopal Italiana, donde el nuevo secretario de nómina papal Nunzio Galantino teoriza el desplazamiento de acento de la defensa de la vida y la familia a la promoción de instancias más "sociales" como trabajo y salud».

martes, 3 de junio de 2014

HAY MÁRTIRES Y MÁRTIRES...

Si ya los Santos Padres preveían unos tiempos -los últimos- en que los mártires no serían reconocidos como tales, lo que quizás no aventuraban era la sustitución de los auténticos mártires por otros fraguados en quién sabe qué zafio caletre postconciliar. Este vergonzoso reemplazo, a decir verdad, entra previsiblemente en la más rigurosa lógica anticrística: si conforme a aquel adagio que presenta al demonio como "mono de Dios" debemos imaginar a un Anticristo más bien humanitario y pacifista, que no visiblemente cruel (y así lo entrevió, con gran acierto, un Soloviev), es comprensible que éste quiera ofrecer al lombricario de sus adictos el culto de unos santos de tan dudosa integridad religiosa como probado servicio a la causa del superhombre desligado. Pues era más que plausible que a la progresiva sustitución de la doctrina católica por otra ajena y prometeica le hubiera de seguir el cambio en las formas rituales, en la imaginería y, a la postre, en los ejemplares propuestos a la veneración.

En ese verdadero crisol de fatuidades y de embustes que ha venido a ser la enseñanza eclesial de hogaño, con efusión de iscariotismos y agachadas a cuál más ominoso, debía llegar este fatídico año de 2014 para que nos fuera dado presenciar una conjunción insospechada, suficiente a reclamar enseñanza y lumbre. Pero no: si la recordación de tres argentinos hombres de Iglesia, notorios por muy distintos títulos pero con la nota común de haber sido muertos con violencia hace cuarenta años, al tiempo en que el ministerio petrino es confiado a un su connacional (en inmejorable coincidencia de coordenadas espacio-temporales entre éste y aquéllos), si esta memoria, decimos, debía de ofrecer -en condiciones, digamos, normales- pasto para un magisterio límpido, del todo oportuno, es lo contrario justamente lo que ocurre, para mayor desazón de los que aún guardan la fe católica, cada vez más extranjeros en esta aturullada kermesse.

...de las drogas de la corrección política, de las complicidades envilecedoras,
de las innúmeras claudicaciones, de la búsqueda del aplauso de las turbas,
del temor servil a los poderosos, del fingimiento sin bozal ni freno...

Como glosando con la efemérides la lección del Apocalipsis (12, 4), en que la cola del dragón «arrastró a la tercera parte de las estrellas del cielo», sólo dos de los tres muertos a conmemorarse (precisamente los soterrados por la Jerarquía acomodaticia) pueden ser justamente llamados mártires, ultimados in odium fidei, mientras que el restante (el aclamado increíblemente como "testigo de Cristo" cuando en verdad lo fue de la Revolución mundial anticristiana), ése es el que nuestros pastores proponen como modelo a imitar.

No poliglosia en Poli: habla sólo lo que agrada al mundo
Ahí los tenemos a coincidir, el cardenal primado cuyo solo rostro constituye el más elocuente de los alegatos en su contra, y ese especimen yeguarizo que un destino asaz generoso puso en la presidencia de nuestra castigada nación. El uno, reincidiendo en sus átonas farfullas de rigor, se sirvió presentar a la muerte del padre Carlos Mugica como «un verdadero martirio por la causa de los pobres». La otra, en el clímax de la insensatez y la irreverencia blasfema, abundó -sin que ningún clérigo presente en el acto le diera la obligada lección de cristología- que «no fue casual que el padre Mugica le pusiera a su parroquia en la villa “Cristo Obrero”. No era solamente porque en la villa había obreros, sino porque él recordaba que en su época de antiperonista y cuando estaba enfrentado y dividido el país, se había utilizado la religión para dividir a los argentinos bajo el lema de “Cristo Rey”. Y Rey, Cristo nunca, Jesucristo nunca se sintió Rey. Jesucristo se sintió el más humilde, el más pecador». [Los subrayados son nuestros. Dos muy recomendables artículos que esclarecen lo relativo al malhadado padre Mugica, pueden consultarse aquí y aquí].

Hasta acá se llegó por esa exclusiva preocupación pastoral propia del cambio de rumbo que se le impuso a la Nave de Pedro desde el último concilio, que hizo de nuestros clérigos unos hombres meramente prácticos... en superfluidades. Cuando no en delitos contra la ley divina, y otrosí la civil. Curas de metralleta como el padre Mugica acabaron por servir de eslabón entre el sacerdote adscrito al púlpito y aquel adepto a la poltrona. Su sacrificio, infructuoso como el de Caín, dejó a los pobres más empobrecidos, faltos ahora tanto del pan material como del espiritual. Al paso que los errores más escandalosos iban a terminar por ser aprobados sin la menor resistencia, y aun propuestos por la Jerarquía hoy al mando (cuyos hombres resultan peores aún que el propio Mugica), Jordán Bruno Genta, mártir, supo prescribir poco antes de morir el remedio más eficaz a los males que hoy padecemos: «lo que necesita un pueblo es Teología y Metafísica, nada más». Es decir: el Unum necessarium, cuya penosísima falta ha hecho languidecer a nuestra patria al punto de gloriarse nada menos que de su postración, y de acabar rindiendo homenaje a quienes la empujaron al abismo.

Lo supo también Carlos Alberto Sacheri, mártir, quien, viendo cundir esa «herejía inmanente» del modernismo (ya bajo Pío XI devenida modernismo moral, jurídico y social, de lo que bajo san Pío X había sido un modernismo eminentemente dogmático), y notando la infestación creciente del mismo entre consagrados, señaló la aparición de un nuevo clericalismo: el de los sacerdotes que confunden su ministerio con veleidades sociológicas. Y propuso, para salir del atolladero, que el laicado tomara a su cargo «la misión providencial de mostrar a los clérigos debilitados en su Fe que la verdad cristiana que el laicado tiene por misión irradiar en todo el orden temporal es la única solución para los problemas humanos, naturales y sobrenaturales. Si se logra esto, son muchos los sacerdotes que retornarán al espíritu de auténtica fidelidad que nunca debieron abandonar». Esto es: al confesionario, al altar, que no a la barricada ni a la componenda con el enemigo.