El gobierno colegiado de la Nueva Iglesia, estando a cómo hablan sus sujetos, parece empeñado en una profundización abisal del declinante camino iniciado. Así el cardenal Pell, negando campanudamente la historicidad de los capítulos iniciales del Génesis, esputa contra dos documentos emanados en su momento por la Pontificia Comisión Bíblica en 1909 y 1948 y la Humani Generis de Pío XII. Éstas enseñan, en efecto, que los hechos allí narrados contienen narraciones conformadas a lo realmente ocurrido, sin mezcla de mitologías, y que no son meras imágenes elaboradas para inculcar verdades religiosas de otro modo inasequibles a las mentes presumiblemente rudas de los hombres de los siglos que nos precedieron. Lo mismo cabe decir del bavarés cardenal Reinhold Marx, negando con el mayor de los cinismos la existencia del purgatorio y el infierno («la Iglesia -abundó- debe arrepentirse por este alarmismo con imágenes, que es una invención maliciosa»), contra la explícita enseñanza de los Concilios de Florencia y de Trento relativa a la purificación final de los elegidos, contra la economía de sufragios e indulgencias que la Iglesia aplica desde siempre en favor de las almas del purgatorio, y contra la doctrina acerca de la eternidad de las penas del infierno, apoyada en las alusiones del Señor a la gehenna y al «fuego que no se apaga» (Mt. 13,42) y en multitud de documentos del Magisterio (cfr. Dz. 40, 321, 457, etc.). El cardenal Maradiaga, por su parte, se encargó de rehabilitar el modernismo condenado por san Pío X y por Benedicto XV alegando que «no era para tanto» el anatema, poco más o menos. En una anterior entrada dimos cuenta de algunas de estas temeridades orales de los purpurados más cercanos a Francisco, que harían preguntarse si el controvertido «subsistit in» de la Lumen gentium no deba aplicarse, en interrogación retórica y poniendo por sujeto a la fe: ...in Ecclesia catholica, a successore Petri et Episcopis in eius communione gubernata?
Esta aversión por las fórmulas precisas, esta pretendida rectificación (a título enteramente personal y a instancia de hombres mismos de la Jerarquía) de enseñanzas transmitidas desde siempre por la Iglesia, y en un momento de tanta zozobra espiritual, deben ser tenidos por otros tantos «signos de los tiempos», no menos audaces en su manifestación a los ojos del espíritu que lo fueran el tambaleo de los astros o el oscurecimiento del sol a los carnales ojos. Pero algo más debe decirse de esta suerte de "nominalismo teológico" de cuño modernista, y trata de las derivas prácticas de esta doctrina sin contornos, de este abandono de las certezas a título de "apertura misericordiosa al mundo". Lo han señalado Gnocchi y Palmaro en un reciente artículo:
Desde el momento en que decidió abrazarlo, la Iglesia comenzó a dirigirse al mundo haciendo propio su bon ton, que en los años cincuenta era burgués y de derechas y hoy es burgués y de izquierdas, pero con todo siempre un poco radical y un poco chic. Por esto han sido puestos de lado intelectuales genuinamente populares como Guareschi, que al espíritu mundano le enrostraban su pecado de orgullo con una ferocidad que incluso hoy resulta ejemplar (...) Aquel que quiera socorrer a una época en la que la revolución manifiesta sus éxitos más blasfemos debe ofrecer en limosna la moneda límpida y sonante de la tradición. Para restituir el sentido de la libertad a un hombre oprimido por la tiranía de la historia que registra lo meramente acontecido, es menester inducirlo a contemplar la nobleza de la tradición que representa lo posible y, por ello, lo universal (...) Pero la Iglesia de hoy, meaculpista por su pasado constantiniano y el matrimonio con un poder al que, con todo, sabía mantener a raya, acaba por fornicar con un poderoso que no quiere saber nada de vínculos espirituales y morales,premiando ya sin el menor pudor a un rabino Skorka o cantando las loas fúnebres a un Mandela. Este revesamiento, que empieza por ser de los conceptos y prosigue por las estimaciones y las simpatías declaradas, no impide el que la Iglesia continúe ofreciendo a los hombres una apariencia oscura, incomprensible, como la de los exteriores de las viejas catedrales, sin obtenerles la plétora lumínica que resulta del internarse en ellas.
El intento de explicar la Iglesia al mundo usando palabras mundanas está destinado a mostrar a los hombres el simple contorno de una sombra lúgubre. Es un habla exigida por los hospitales de campaña, dominada por el pathos, que acaba por mundanizar en condescendencia la misericordia.Muy otro el "hospital de campaña" ante el que se detuvo Simone Weil en el umbral de la conversión, en el que le fue revelada la naturaleza de
una iglesia pura porque tremenda, piadosa porque inflexible, en total contradicción con el mundo, tetragonal y ardiente, [que] no era ciertamente para aterrorizar a Simone Weil sino sólo, justamente, aquello de lo que en Simone Weil, Simone Weil sobre todo deseaba que muriese: la partie médiocre de l'àme. Quien ofrezca menos, aun queriendo hacer un bien, está embaucando, y quien acepta menos pierde. Y esto ocurre porque, casi siempre, en la Iglesia de hoy se truecan los lugares y los roles: se distribuye misericordia donde es menester el rigor, y se aplica el rigor donde haría falta la misericordia.
Padre Manelli, sitiado por leones trituradores de hombres |
De esta pasta están hechos los tránsfugas encumbrados, y esta saña criminal es lo que los cainitas nombran como misericordia. Porque la caridad no puede subsistir sin la fe, y el plan de aplicación de la remozada evangelización de Francisco se resume en un solo ítem, dedicado a quienes -para vergüenza ulcerosa de los renunciatarios- insisten en guardar la fe de siempre : «os perseguirán creyendo hacer una ofrenda agradable a Dios».