martes, 6 de agosto de 2013

LA DESVIRILIZACIÓN DE LA LITURGIA EN LA MISA NOVUS ORDO

por Fr. Richard G. Cipolla, Ph. D.
(traducción del original inglés por F.I.) 


Una rápida ojeada al gúgul (google) nos permitió reconocer que este invalorable artículo no había sido aún vertido a nuestra lengua. Lo ofrecemos para inaugurar una sección que constará de escritos de ajena pluma y singular provecho, todos a encolumnarse en el renglón derecho de nuestro blogue y bajo el rótulo general de «Jugo de doctrina sobre fe y liturgia».

Bien dijo el genial Nicolás Gómez Dávila que «la actual liturgia protocoliza el divorcio secular entre el clero y las artes». Sin merma de lo cual, conviene añadir -y es la tesis del autor del artículo que presentamos- que la liturgia actual también favorece una disposición psicológica adversa a la contemplación y, a la vez que fija a la feligresía en un infantilismo sin retorno, promueve una nueva forma de clericalismo en la que el sacerdote se aviene a serlo todo menos sacerdote. El despotismo manifiesto en el desprecio de la doctrina perenne sobre fe y moral y en los embates contra la celebración de la Misa Tradicional es el signo más evidente de ese clericalismo, tanto más dañoso cuanto más adopta una apariencia horizontalista y "compinche".




LA DESVIRILIZACIÓN DE LA LITURGIA EN LA MISA NOVUS ORDO


La correspondencia entre el cardenal Heenan de Westminster y Evelyn Waugh antes de la promulgación de la misa Novus Ordo es suficientemente conocida, y en ella Waugh emite un cri de coeur acerca de la liturgia post-conciliar y encuentra un oído condescendiente, si bien ineficaz, en el cardenal. Lo que no es igualmente conocido es el comentario del cardenal Heenan al Sínodo de los Obispos en Roma luego de que la misa experimental, Missa Normativa, fuera presentada por primera vez en 1967 para un número selecto de obispos. Este ensayo se inspira en las siguientes palabras del cardenal Heenan a los obispos reunidos:

«en casa, no sólo las mujeres y los niños sino también los padres de familia y los varones jóvenes concurren regularmente a misa. Si tuviéramos que ofrecerles el tipo de ceremonia que presenciamos ayer nos quedaríamos pronto con una congregación de mujeres y niños»



Aquello a lo que el cardenal se estaba refiriendo estriba en lo más íntimo de la forma Novus Ordo de la misa romana y a los consiguientes y profundos problemas que afligieron a la Iglesia desde la imposición de la forma Novus Ordo en la Iglesia en 1970. Uno podría verse tentado a cristalizar en fórmula aquello que el cardenal Heenan experimentó como «la feminización de la liturgia». Pero este término resultaría inadecuado y, a la postre, engañoso. Porque hay un auténtico aspecto mariano en la liturgia que resulta, por eso mismo, femenino. La liturgia alumbra (da a luz a) la Palabra de Dios, la liturgia hace nacer el Cuerpo de la Palabra para ser adorado y ofrecido como Alimento. Una terminología más correcta podría expresar que en el ritual Novus Ordo de la misa la liturgia ha sido feminizada. Hay un famoso pasaje en el De bello gallico de César en el que éste explica por qué la tribu Belgae tenía tan buenos soldados. Y lo atribuye a su falta de contacto con los centros de cultura del tipo de las ciudades. César creía que tales contactos contribuían ad effeminandos animos, a la feminización de los espíritus. Pero cuando se habla sobre la feminización de la liturgia se corre el riesgo de ser malentendido, como si se devaluara lo que significa ser mujer, o incluso la misma femineidad. Sin adoptar tanto como la perspectiva “machista” de César acerca de los efectos de la cultura en los soldados, se puede ciertamente hablar de la desvirilización del soldado, que mina su fuerza y disuelve su actuación específica. No se trata de un descenso hacia lo femenino. Más bien describe el debilitamiento de lo que se entiende ser un hombre.



Éste es el término, desvirilización, que pretendo emplear para describir lo que el cardenal Heenan vio aquel día de 1967 en la primera celebración de la misa experimental. En esta forma Novus Ordo (que el motu proprio de Benedicto XVI Summorum Pontificum, un tanto embarazosa aunque comprensiblemente llama la Forma Ordinaria del rito romano) la liturgia ha sido desvirilizada. Se debe atender al significado de la palabra vir en latín. Sea vir que homo, ambos términos significan “hombre”, pero es sólo vir aquel que tiene la connotación de “héroe varón”, y es la palabra que a menudo se usa por “esposo”. La Eneida comienza con las célebres palabras arma virumque cano («les canto a las armas y al héroe varón»). Lo que el cardenal Heenan reconoció anticipada y correctamente en 1967 fue la virtual eliminación de la naturaleza viril de la liturgia, la sustitución de la objetividad masculina -necesaria para el culto público de la Iglesia- por la blandura, el sentimentalismo y la individualización centrada en la persona maternal del sacerdote.



El pueblo, durante la liturgia, permanece de cara a la misma en una relación mariana: atención, receptividad, meditación, en la espera de ser saciado. Durante la liturgia es el sacerdote quien pronuncia, anuncia y confiesa la Palabra para que la Palabra devenga Comida para aquellos que participan de la suprema puesta en acto de la Ecclesia, que es la liturgia. Es el sacerdote quien ofrece a Cristo al Padre, y es este acto el que comprende la función específica de lo que se entiende por ser un sacerdote. Y así, la función del sacerdote como padre señala su papel no meramente en la función sino en la verdadera ontología de la sexualidad. El sacerdote se yergue ante el altar in persona Christi, in persona Verbi facti hominem, y esto no simplemente en tanto homo, palabra que en cierto sentido trasciende el sexo, sino in persona Christi viri: en el sentido de que homo factus est ut fiat vir, ut sit vir qui destruat mortem, ut sit vir qui calcet portas inferi (« Dios se hizo hombre para ser aquel héroe varón que destruya la muerte y aplaste con su propio pie las puertas del infierno»).



La desvirilización de la liturgia y la desvirilización del sacerdote para todo propósito práctico no pueden ser separadas. En lo que sigue quisiera (aunque a modo de esbozo y en forma incompleta) hablar primeramente en términos más específicos acerca de la desvirilización de la liturgia en sí misma en la forma Novus Ordo del ritual romano. Luego abordaré la obligada (en tanto derivada del ritual desvirilizado) desvirilización del sacerdote, valiéndome para ello de ejemplos concretos. 



La descripción de la liturgia romana usando adjetivos como “austera”, “concisa”, “noble” y “simple” es un lugar común entre muchos que han escrito sobre la liturgia en el moderno movimiento litúrgico del siglo veinte. Muchos de estos escritores, con todo, han romantizado esta austeridad del ritual romano, o la han usado para impulsar su propia agenda consistente en despojar el rito del crecimiento orgánico de las edades, etiquetando este crecimiento orgánico con términos censuradores tales como “adiciones galicanas” o bien “inútiles repeticiones”. Más que designar al ritual romano como austero -un adjetivo que con razón conlleva matices puritanos-, es mejor hablar de masculinidad o virilidad del ritual romano tradicional. Hacerlo exige necesariamente una definición de masculinidad en este contexto. Esto es algo difícil, y tal asunto requiere un estudio más profundo. Con todo, ofreceré algunas características del ritual romano tradicional que ayudan a explicar, en el contexto de aquel rito, lo que entiendo acerca de la masculinidad y virilidad que le son inherentes.