viernes, 28 de junio de 2013

LA DOCTRINA CATÓLICA Y EL PAPA FLAUTISTA

Tal como en el salmo 28 se nos canta que «el Señor descorteza las selvas» y «descuaja los cedros del Líbano», así, en obsequio a la integridad de la fe, que no puede sufrir mengua ni retoques, y a instancias de la Providencia «que siempre obra» (Io. 5, 17), así esperamos que cuanto ensombrece la doctrina enseñada por el Divino Maestro -todo ese matorral de errores ya consagrados por doquier, junto al falso prestigio de sus difusores, a quienes una propaganda bien rentada les presta estatura de coníferas- habrá de ser arrancado de cuajo cuando Él mismo lo disponga. Si algo debe decirse de la herejía y del error es que no tienen porvenir. El príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.

No obstante esta certeza sea alentadora, horroriza comprobar los estragos causados por una deficiente formación doctrinal. A modo de ejemplo, y a propósito de una opinión aún hoy bastante extendida en muchos católicos, que pretende que los dolores padecidos por el Redentor en la cruz sólo pudieron ser sobrellevados a causa de su naturaleza divina -como si la sagrada humanidad del Verbo no hubiese sufrido las afrentas, los azotes y los clavos- ya Chesterton decía que muchos cristianos actuales profesan el monofisismo sin percatarse de ello. Mismo argumento cabe respecto de cien otros puntos de doctrina: el veneno de docetistas, pelagianos, maniqueos, y cuanta otra fauna herética haya entorpecido la difusión de la verdadera fe en los primeros tiempos de la Iglesia, hoy copa las mientes de no pocos bautizados, e inficiona cátedras y publicaciones.

Esta tirria a la doctrina, a la que san Pablo se refirió en la Segunda a Timoteo (4, 3) como propia de los hombres de los novísimos, «que tendrán una apariencia de piedad, negando empero la virtud de la que ésta dimana» (3, 5), acaba por restringir  la misión que Jesús encomendó a los suyos antes de su Ascención en un mero «ite» sin el consecuente «docete», como lo exhibe esa evangelización sin contenido cierto hoy tan en auge. De lo que se trata es de emular el río de Heráclito, que siempre corre sin ser nunca el mismo. Ya san Pío X tuvo ocasión de deplorar, en días asaz menos dramáticos que los nuestros, el que «entre los cristianos de nuestros días son muchísimos los que viven en una extrema ignorancia de las cosas que deben saberse para alcanzar la eterna salvación (...), y cuando decimos entre los cristianos no entendemos solamente la plebe o las personas de estamento inferior, disculpables acaso porque, sujetos a servidumbre, apenas tienen ocio como para pensar en sí mismos y en lo que les conviene: sino que -y sobre todo- a aquellos que, aun no faltándoles ingenio ni cultura, mientras son muy conocedores de las cosas profanas, viven despreocupados y como al azar en orden a la religión» (Encíclica Acerbo Nimis, sobre la enseñanza del catecismo). Queda rotundamente afirmada la necesidad de alcanzar un saber de salvación.

Pero hete aquí que, para estupor incluso de los seres inanimados -de las columnas de Bernini, si cabe, e incluso de las paredes del albergue Santa Marta, que nonunca hubiesen creído asistir a unas tales profericiones-, llega un papa que desprecia expresamente la necesidad de la recta doctrina, el carácter unívoco de los términos que la componen, y que contrapone arbitrariamente a la ciencia sacra con el gobierno pastoral. Que les bufa a los "restauracionistas" de usos y creencias bimilenarios. Que no deja de herir los oídos por los que la fe hubo alguna vez entrado, con ocurrencias de esas que antaño hubiesen merecido -de parte de algún pontífice sin remilgos- temible censura toda en ringlera, como decirlas «temerarias, escandalosas, mal sonantes, próximas a la herejía, infundadas y de todo punto perniciosas».

Que aquella norma próxima de fe «quod semper, quod ubique, quod ab omnibus» venga siendo sistemáticamente despreciada desde la más humilde parroquia hasta los dicasterios, es cosa que ya nos habíamos malamente resignado a admitir. Que el contagio le llegue ya al Sumo Pontífice, que la preferencia del último cónclave haya sido tan infalible en este punto... ¡qué va! Rogábamos, tras la salida de Benedicto, por un papa imposible, de la estirpe de los Píos o los Gregorios. Mucho es de temer nos hayan empaquetado un draconígena, uno del gremio y del riñón de ese cardenalato impresentable casi en pleno. Parece desesperado referirlo en este trance, pero hay fundadas razones exegéticas para temer que aquella fiera ascendente de la tierra, parecida a un cordero y de la que el autor sagrado señala que «loquebatur sicut draco» (Ap. 13, 11) sea nada menos que un papa, y el último de la serie. ¿Y qué es "hablar (un papa) como un dragón" sino adulterar, emponzoñar deliberadamente la doctrina?

Entrevistado poco ha, un sacerdote italiano de quien ofrecimos los fragmentos de un valiente texto de denuncia contra un influyente obispo de su país, acertó a decir que «creo que por ahora el Sumo Pontífice rehuye las definiciones. Teniendo que definirlo de algún modo, lo llamaría un enigma. Me explico: fuera de algunos pensamientos recurrentes, como los pobres y la pobreza (...), nadie ha entendido todavía lo que realmente piensa, y en consecuencia qué pretende hacer y de qué manera lo hará. Todo esto es profundamente desestabilizador y quizás todo menos casual, sino más bien deliberado, seguramente en vista de un bien supremo que por ahora no podemos ni siquiera imaginar» (http://www.conciliovaticanosecondo.it/articoli/i-primi-cento-giorni-di-governo-di-papa-francesco/#more-1027). Lo del enigma podemos compartirlo: lo mejor que se puede decir de Bergoglio es a la vez lo peor, y es que, pese a sus quince años como primado de la Argentina, ni sus compatriotas lo conocemos. Es decir: no hemos podido descifrar su carácter, aunque sus obras -los efectos de su paso- hayan sido bien patentes. Tanto como una catástrofe. Lo segundo, lo del bien superior inimaginable, es cosa que sólo de Dios esperamos: no queremos hacer de nuestra piedad para con la institución del pontífice una especie de pietismo. Si vamos al caso, aun el bien supremo de la Parusía debe verse precedido por convulsiones espantosas, por la apostasía orbital y la manifestación del Inicuo.

«Quizás el Sumo Pontífice Francisco esté haciendo el juego del flautista de Hamelin. Esta célebre fábula es conocida pero vale la pena resumirla: un hombre con una flauta se presenta en la ciudad y promete desinfectarla. Apenas el flautista empieza a tocar, todos los ratones quedan encantados por su música, salen al descubierto de sus madrigueras y se ponen a seguirlo. El flautista los conduce hasta la aguas del Weser, donde los ratones mueren ahogados lanzándose uno tras otro en este río». Y acá también podremos coincidir en parte, dejando el resto para más ver. Que el pífano de Francisco no suena muy católico, para halago de los oídos del montón -incluidos los enemigos de Cristo- es cosa que consta, y mucho. Desde el primer día de su pontificado, masones, progresistas, la judería más recalcitrante, para no hablar de los medios de prensa y de las masas sensibleras sujetas a manipulación, todos dieron sus más manifiestos parabienes, y aunque los más prominentes de entre ellos no necesitaron salir de sus cuevas (que ya el mundo lo tienen en una palma) sí aceptaron otorgarle a Francisco, como a otro Rey Momo, el priorato de la hora. El último en acudir a los aplausos fue -como gráficamente lo reseña un medio vecino- ese abominable terrorista de guante blanco conocido como Adolfo Pérez Esquivel, quien después del encuentro con el papa se solazó denigrando a la evangelización española de América y a los predecesores de Bergoglio, todo en uno.

Falta el Papa. 
No sabríamos decir si al papa le cabe mejor el sayo del flautista de Hamelin o el del encantador de serpientes. Ni vemos cómo pueda hacer para ahogar a los ratones en el Weser, o en el Tíber, salvo ahogándose con ellos, tan estrecho el contubernio que los une. Es sabido, por lo demás, que cuando falta el gato -y en este caso, la doctrina, la enseñanza categórica manada de la Cátedra de Pedro- los ratones bailan.


martes, 25 de junio de 2013

DE LA EXCELENCIA INALIENABLE DE LA DOCTRINA

Hay una visión del Apocalipsis que, interpretada por san Jerónimo, llega hasta los versos del Dante para figurar la majestad de la doctrina cristiana. Se trata de aquel paso (Ap. 4,4 ss.) en el que veinticuatro ancianos sedentes en sus respectivos tronos, envueltos en ropas blancas y coronados de oro, puestos en torno a Aquel que los preside -de aspecto éste como de piedra jaspe y sardónica, flanqueado a su vez por el iris con vislumbres de esmeraldas- avanzan y se arrodillan ante Él, prorrumpiendo en una vibrante doxología dirigida a Dios Creador en compañía de cuatro misteriosos animales, como los que vio Ezequiel, llenos de ojos por ante y por detrás. Lo mismo ensalzan al Cordero degollado, único que se reveló capaz de abrir el libro sellado y de soltar sus siete sellos: loa ésta tributada al Redentor, y en la que son acompañados por los cuatro Animales tanto como por una multitud de ángeles y millares de millares de almas.

Estos veinticuatro ancianos, junto con los cuatro animales, reaparecen varias veces en la narración, siempre en la misma actitud de adoración, y como en el capítulo XXI se describe a la Jerusalem Celeste como con doce puertas correspondientes a las doce tribus de Israel, y con doce cimientos con los nombres de los Apóstoles, fue opinión común entre los Santos Padres atribuir a los veinticuatro ancianos esta doble identidad. Pero san Jerónimo prefiere -cf. el «Prólogo Galeato» que le puso a su versión de la Escritura- identificarlos con los veinticuatro hagiógrafos que, en su división, serían los autores inspirados de los libros del Antiguo Testamento. Ésta es la exégesis a la que Dante se aviene cuando en los cantos XXIX y XXX del Purgatorio, justo antes de aparecer en escena Beatriz, la hace preceder por un cortejo de «gente verace» señalados también como los «ventiquattro seniori», que la aclaman con himnos claramente tomados de la Escritura.

Así como la figura de Beatriz ha sido interpretada sucesivamente como una alegoría de la gracia, y -con arreglo a la etimología del nombre- de la beatitud de que gozan los bienaventurados, así no han faltado quienes vieron en ella la representación de la doctrina, sive theologia. Los veinticuatro ancianos que la saludan con vivo entusiasmo, y los ángeles que lanzan festiva nube de flores a su vista, tanto como el poeta, que queda arrobado cuando


sovra candido vel cinta d´uliva

donna m´apparve, sotto verde manto

vestita di color di fiamma viva

(colores los tres de las virtudes teologales = cándido, verde, llama), señalan una excelencia a la que sólo el magín de un Dante podía semialudir con alguna adecuación.

Como en el monte de la Transfiguración, la Ley y los Profetas (que podría decirse: los veinticuatro ancianos) le rinden homenaje a Aquel que los conduce a plenitud, aquí en el paso del Dante son ellos mismos quienes celebran la doctrina revelada por Cristo. Es uno de ellos el que la invita a mostrarse, guardada ella hasta ese momento en un carro que representa a la Iglesia, al grito -que es paráfrasis del Cantar de los Cantares- de «Veni, Sponsa, de Libano» (Purgatorio, XXX, 11).

Esto nos trae, por los meandros de la historia eclesiástica, al espinoso y actualísimo tema de la primacía de la Verdad respecto del operare, orden que remite por analogía al de las procesiones trinitarias (en las que la Tercera Persona procede de las dos primeras, como el Bien lo hace del Ser y la Verdad), y que viene siendo negado pertinazmente por la teología de impostación modernista. De ésta se dijo certeramente que, luego de disolver la certeza intelectual implícita en la profesión de la fe, derivaría en su última fase en una exaltación del puro pragmatismo. Confróntese lo expresado por Benedicto XVI en su Caritas in veritate («sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente») con las confidencias de Francisco a los religiosos caribeños de hace unas semanas («se van a equivocar, van a meter la pata... Quizás hasta les va a llegar una carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe diciendo que dijeron tal o cuál cosa, pero no se preocupen. Prefiero una Iglesia que se equivoca por hacer algo que una que se enferma por quedarse encerrada»), y se comprobará lo dramático del contraste, que no pasa meramente por una degradación del tono y timbre vocal. Ojalá Francisco fuese sólo un papa guarango y deslenguado, lo que no es poco decir.

Así resulta menester le clamen hoy al magisterio: Veni de Libano, y que lo hagan a manera de exorcismo, con voz de imperio, irresistible. Para que, expurgado de tan peregrina dicción que -a la manera de otro boscoso, tupido Líbano- nos lo envuelve en niebla y en tiniebla, hable claro y refleje la excelencia y autoridad de Aquel que lo fundó.

miércoles, 19 de junio de 2013

LA REMOCIÓN DEL OBSTÁCULO

Un día los exegetas serán satisfechos en sus ardientes rebuscas acerca de aquella fuerza contenedora de la manifestación del Anticristo, que San Pablo, en su Segunda a los Tesalonicenses (2, 3-7), llama to Katéjon. Según el Apóstol, la revelación del Impío -aquel que se sentará en el trono de Dios haciéndose pasar a sí mismo por Dios- será precedida por la Apostasía y por la remoción del Katéjon u obstáculo, aquel que lo detiene. A quién se refiriera el Apóstol por tal nombre es cuestión debatida desde los tiempos de los Santos Padres. El jesuita Bóver cree que al principio de autoridad. Otros le atribuyen la vis catejóntica al arcángel san Miguel, defensor eximio de la Iglesia. Ahí está la siempre tan esclarecedora como sintética pluma de Castellani, que señala que «ese algo San Pablo lo pone en neutro y en masculino, participio presente», habiéndoles declarado sólo a los cristianos de Tesalónica
qué cosa era ese Obstáculo-Obstaculizante misterioso. "A ellos sí, pero no a nosotros", exclama san Agustín. Sin embargo él, como los demás antiguos Padres, vieron el Obstáculo (en neutro) en el Imperio Romano, que con su organización política, su genio jurídico, su disciplinado ejército y su férreo orden externo, impedía la explosión de la Iniquidad siempre latente; y en el masculino participio presente, al Emperador.
Tanto fue así que al periclitar y disgregarse del Imperio de Roma bajo las invasiones bárbaras; y al disminuir gradualmente la autoridad de los emperadores, ante la asunción del poder absoluto por los reyezuelos comandantes del Ejército en grandes fragmentos del Imperio, creyeron los cristianos cercano el Anticristo. Cuando la segunda invasión y saqueo de la Urbe por los vándalos, san Jerónimo desde Belén escribe a Ageruchia que probablemente están cercanos los tiempos novísimos y el Anticristo.
No se reveló el Anticristo. Y entonces la exégesis patrística rectificó su punto de mira sin abandonarlo: el Imperio Romano es el Obstáculo, pero no propiamente su emperador personal, sino su estructura formal, el Orden Romano, que se conserva y aun se completa en la inmensa creación político-cultural llamada la Cristiandad europea. Newman admite que el Imperio ha durado hasta sus días en los "diez Reinos" que de él brotaron; e incluso un "Emperador de los romanos" ha habido siempre hasta la revolución francesa, nominal al menos y no sólo nominal en los más grandes dellos: Carlomagno y Carlos Quinto. 

Puestos en dilema tal, podemos momentáneamente proceder de lo particular a lo general para aliviar el cacumen de tan arduas elucubraciones. Y advertiremos que las interpretaciones arriba citadas resultan finalmente concordes, y admiten una cierta reductio ad unum toda vez que el analogado principal de todas ellas es la misma Iglesia. Si Dios en sus designios quiso que la sede del antiguo Imperio político se trocase en sede religiosa, habrá que afirmar que la primacía de Roma no sólo quedó en pie después de la caída de la organización cesárea, sino que se hizo aún más fuerte y durable. Los revolucionarios franceses que atacaron a la Monarquía (y pese a que los déspotas dieciochescos ya eran todo menos príncipes cristianos) entendían con ello combatir a la misma Iglesia. La remoción de ésta equivaldría a la quiebra tangible del principio de autoridad, de la máxima autoridad que haya sido instituida bajo los cielos. Y si san Miguel (conforme a aquella visión del capítulo 10 de Daniel acerca de los ángeles protectores de la naciones) es el encargado de sostener el buen combate de la Iglesia militante desde arriba, un momentáneo cese de su acción -consentido, obviamente, por Dios mismo- bien podría dar lugar a la eclosión definitiva de ese organismo político-institucional de iniquidad que viene fermentando desde antiguo, en oposición al establecimiento de la Ciudad de Dios (piénsese, en referencia a san Miguel, en la significativa eliminación post-conciliar de la plegaria que León XIII había incluido para el final de la misa, en la que se urgía la asistencia del angélico defensor). En la inexhaurible querella que la naturaleza caída le mueve a la gracia, no podría ocurrir, en el ámbito de la historia, sino una condensación creciente de las fuerzas hostiles al reinado de Cristo hasta alcanzar su propia culminación: una nueva «hora y poder de las tinieblas» cebándose ahora en el Cuerpo Místico de Cristo en el trance de aquella que es su propia Pasión.

Pero entendemos volver de lo general a lo particular, y nos permitiremos aventurar una tesis que sin dudas ya muchos habrán desarrollado, y de mejor guisa. Se trata de la identificación del papado con el Katéjon: al fin de cuentas, la figura del papa especifica la entidad «Iglesia». Muestras de la pulverización de este verdadero escollo de las pretensiones laicistas-antiteistas las podemos hallar de a manojos revistando los últimos pontificados. Piénsese (y el lector podrá agregar no pocos datos más, sin agotar con ello todo lo que el tema reclama) en el vacilante gobierno de un Paulo VI, fruto de un carácter poco afirmado que nimbó a su pontificado -y a la figura del Papa- de esa indefinición impropia de timoneles llamados a arrostrar la borrasca. A su propósito, y casi a fuer de lema de su reinado, Amerio habló de «desistimiento de la autoridad», señalando a la vez cómo la encíclica «Humanae vitae» fue abiertamente resistida en todo el orbe católico como nunca se había visto hasta entonces, dando lugar incluso a la rebelión de enteras conferencias episcopales. Juan Pablo II, con su proverbial histrionismo, logró en no pocas oportunidades el doloroso prodigio de presentar al papa a los ojos del mundo como un fantoche alegre, ora cambiando la tiara por un sombrero mexicano, ora vistiendo cualesquier aderezos en sus viajes, según el país que tocara en su orbital trayectoria. La reunión "ecuménica" de Asís en 1986, en que fue puesto a la simple par de los líderes religiosos del mundo, constituye un documento irrefragable para las perplejas retinas. Y la renuncia de Benedicto XVI, a falta de otros más signos más estremecedores, sirve a confirmar a suficiencia lo aquí esbozado.

Con sólo tres meses, a Francisco le bastó para ofrecer al menos tres señales preocupantes -por lo ostensibles- de la demolición del primado petrino, y tanto como una posible clave hermenéutica del problema del Katéjon: el rechazo de los atributos pontificios, la degradación casi diaria del magisterio y el nombramiento de una comisión de cardenales para la reforma de la Curia -y quién nos asegura que no incluso para ulteriores acciones de gobierno, induciendo así a la atomización, al finiquito del principio monárquico. Nadie puede prever qué instancias alcanzará en breve la marcha en la que se han precipitado los actores de este verdadero drama. Por lo pronto, la remoción del papado, como tantas cosas que ocurren a los ojos de nuestros contemporáneos -demasiado absortos en el doble y comprometedor cometido de sobrevivir y divertirse- pasa casi tan desapercibido como para el ganado de engorde, ocupado en pacer, pasaría el vuelo lejano de un ave junto al sol poniente, entre arreboles indescifrables. El más fragoroso desenlace de la historia se deslizaría así, como el Señor lo dijo en relación con sus parábolas, «para que viendo, no vean, y oyendo, no entiendan».

Quizás no haya símbolo más apropiado a la firmeza que el de la roca, ni pueda expresarse mejor la inmutabilidad que recurriendo a la imagen de la piedra. «Mi roca y mi refugio» llama el salmista a Dios, y Cristo se atribuye el nombre de «piedra angular», asociando tan íntimamente a Pedro con su oficio y su persona como para edificar su Iglesia «super hanc petram». Asimismo, como "obstáculo y poder que detiene", la mole pétrea resulta metáfora inmejorable.

Conmueve advertir que, mientras muchos católicos no reparan en ello, no falta algún escritor sencillamente nihilista como Massimo Cacciari que, sirviéndose de la terminología bíblica, festeja la remoción del Katéjon (que él sí alcanza a identificar con el papado, felicitándose concretamente con la dimisión de Benedicto) para el advenimiento de un eón signado por el desenvolvimiento incondicional de una vida humana titánica, irracional, sin previsión alguna ni tradiciones.
«Aquello que la crisis permanente permite hoy razonablemente afirmar es que de las transformaciones actuales no emergerán nuevas potencias catejónticas. Emergerán acaso "grandes espacios" de competición, "guiados" por élites que, si bien en conflicto entre sus diversas potencias, se caracterizan todas por una intolerancia absoluta hacia cualquier potencia que trascienda su mismo movimiento. Unidas sólo por su común apostasía respecto de la edad cristiana.
Mucho más no parece que nos sea dado conocer. Prometeo se ha retirado -o ha sido nuevamente crucificado a su roca. Y Epimeteo ronda por nuestro globo, destapando siempre nuevas cajas de Pandora» (De Il potere che frena, Adelphi, Milano, 2013). 

Cacciari, el barbado de la izquierda, junto al cardenal Angelo Scola, en  Venecia, 2009.



miércoles, 12 de junio de 2013

UN PAPA CANCHERO

Ahora es el presidente uruguayo, José Mujica, el que presta un epíteto hasta hace muy poco tiempo insospechado para un pontífice: «Francisco es un papa canchero que tiene mucho boliche». Así, con las aliteraciones de rigor en un tupamaro chocheante, y lanzando un encomio -como otrora lanzó bombas- que debiera tenerse por el peor de los dicterios. Para la postre del ya confirmado encuentro entre el Papa y el venezolano Nicolás Maduro, estamos en condiciones de profetizar las loas al régimen desde Roma, y un correspondiente «el papa es muy chévere» en boca de su visitante.

«Canchero» es, entre nosotros, no sólo el avezado, el hombre experimentado en su oficio, sino también aquel que exhibe su destreza hasta la presunción, el que confía demasiado en sus mañas, el «sobrador». Y Francisco demostró la oportunidad del apelativo en la ya muy rumoreada reunión amistosa con los religiosos caribeños, de la que se hicieron eco unos cuantos medios, y en la que se permitió soltar no pocas confidencias que lo dejaron demasiado en evidencia, seguro acaso de su incolumidad. Remitimos a http://pagina-catolica.blogspot.com.ar/2013/06/francisco-el-lobby-gay-esta-aqui.html, entre otros medios que lo reflejan y comentan con acierto.

El estupor ante las cuestiones que plantea el desliz del Papa nos deja suspensos. Concretamente, y sin extender más que una mera enunciación: el desprecio por las oraciones que los "grupos restauracionistas" elevan por él (pese a que desde el día de su elección pidió rezasen por él), presentando las cuentas del rosario como a una contabilidad tediosa; el desdén por esas prácticas religiosas que señala como anticuadas, repitiendo los tics más desagradables de la caterva progresista; la despreocupación por los errores doctrinales posibles con tal de fomentar el movimientismo evangelizador (y esto se profiere en una época de notabilísimo caos doctrinal); la inmediata asimilación del misterio de la Encarnación con los pobres; el reconocimiento explícito de la existencia de un lobby gay en el Vaticano, con la dubitativa conclusión de que "hay que ver qué podemos hacer" con un tema de tal gravedad; el reconocimiento, también expreso sin parpadear, de que "yo soy muy desorganizado" para llevar adelante la necesaria reforma de la Curia romana, por lo que queda confirmado -al menos en lo que a este delicado asunto respecta- el gobierno colegiado de los ocho cardenales nombrados para tal fin. Es demasiada cosecha para una sola sazón.

Y, quizás, lo de mayor peso simbólico y más aterrorizante: la presunta alusión al Espíritu Santo -de cuya presencia y acción en el último cónclave parece Francisco jactarse- como Otro. El Señor se refirió al Espíritu de Verdad que enviaría después de su partida a los cielos como Otro Abogado (allon Paraklhton, Jn. 14, 16), pero como «Otro» a secas, es ciertamente muy otro el objeto de su alusión (ver Jn. 5, 43).


Resulta que un gaucho, reliquia del siglo XIX en nuestro ya tan trajinado XXI, vino en conocimiento del tratamiento de «canchero» y de otros que el Papa viene permitiendo y alentando para consigo con no usitada promiscuidad léxica. Y él quiso también hacer su aporte, seguro de que la dignidad de papa es intocable incluso por el mismo Papa. Y le salió esto, en defensa del Papa y en detrimento de Francisco:

El Pancho es papa canchero
con mucha noche y boliche.
No un santón, siquier derviche,
aunque cuece su puchero.
¿Conchabará un cocinero
áura que habla en cocoliche?

Un papa de poncho. ¡Qué p... icha!
Ni el más curda lo apostaba.
Tiologías champurriaba
de la color de salchicha.
Ni limonada ni chicha
pa´ nuestra sed nos la daba.

¡Pucha, que jué bien ligero
pa´ encomiendarse a Espedito!
Dizque sin chucho y sin grito
se arrió a tuito el alto clero,
y en la elición jué primero
porque Otro le dio el remito.

Yo malicio que pa´tanta
complaciencia que le tienen
los herejes, ¡qué me vienen!
ha de haber cosa no santa.
Yo quisiera ver a cuánta
Su Santidá la sostienen.

Pero creamé, aparcero,
lo pior es cuando relincha
que su dinidá lo hincha
diciendo: «mitra no quiero.
Ensillenmén otro apero:
lazo, bozal, jerga y cincha».

sábado, 8 de junio de 2013

LA VIÑA DEVASTADA Y EL SUEÑO PLÚMBEO DE LOS VIÑADORES

(LA DENUNCIA DECIDIDA DE UN SACERDOTE A CUENTA DE LA VERGONZANTE MASCARADA PRESENCIADA EN UNOS RECIENTES FUNERALES)

La Meretriz Magna
Arrecian las evidencias, con frecuencia creciente hasta el desmayo, de que no pocos prelados trabajan para configurar a la Iglesia con la Meretriz Magna que vio el de Patmos. Es un hecho que las prédicas siempre más usuales sobre la "Iglesia inclusiva" consuenan con la praxis más abusiva, y que la tan declamada tolerancia acabará por convertir a los templos en verdaderas "casas de tolerancia". En nuestras parroquias cunden bautismos no ajustados a los cánones, con padrinos y madrinas concubinarios, tanto como comuniones sacrílegas, de las que no quiere abstenerse nadie que tenga simplemente momentáneas ganas de comulgar, sin confesión ni hora de ayuno ni fe en la Divina Presencia Eucarística. Triunfa un concepto herético de la misericordia de Dios que niega las exigencias de la fe, admitiendo incluso a los pecadores públicos a los sacramentos, sin siquiera insinuarles la necesidad del arrepentimiento y del propósito de enmienda. Señalar esto no es descubrir América, pero es que a veces pasma comprobar las nuevas cotas alcanzadas en la marcha decidida hacia el irremontable abismo. A este propósito corrió por estos días, por los blogues católicos que aún conservan el sentido del decoro y del honor y como para ilustrar el desquicio que estamos a un paso de alcanzar, la crónica del gordo sacrilegio perpetrado en las exequias de un sacerdote apóstata italiano, el p. Andrea Gallo, de la arquidiócesis de Génova, de la que nos hicimos eco sobre el final de una entrada anterior.

El cardenal arzobispo Angelo Bagnasco -titular de aquella sede y, por añadidura, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana- no tuvo mejor idea que celebrar él mismo en persona la misa por el difunto en la genovesa Iglesia Catedral, y tuvo que hacerlo entre una marea viscosa de disolutos, enemigos todos de Cristo pero amigos del difunto, que le propinaron la paga que mejor podía esperarse de unas tales bestias metidas por culposa inadvertencia en el redil de ovejas y corderos: una sonora rechifla al momento de comenzar la homilía, berridos y guturaciones varias (video al final de esta entrada). Para que la almizcleña comparsa alcanzase una mayor identificación visiva con los detritus y las exudaciones cloacales, a un reconocido transexual de aquellas latitudes se le permitió comulgar y acceder al púlpito para expresar su agradecimiento al extinto.

La indignación hacia esta Iglesia bifurcada, escindida de su Fundador y que enfila de prisa hacia el averno, irreconocible, de-substanciada, esta Iglesia paralela, ayer clandestina y hoy cada vez más oficial, motivó la valiente denuncia de un sacerdote, Ariel S. Levi di Gualdo (por título: «Tras los porno-funerales de Gallo, autopsia de una Iglesia suicida, en la persona de Bagnasco Angelo»), quien luego de su publicación recibió la consabida reprimenda de su ordinario. No nos es posible reproducirla por entero, pero ofrecemos al menos algunos de sus más significativos pasajes, junto con el enlace al texto original y completo aquí. Y no se diga que los términos usados son inconvenientes o desmedidos: ante la demasía de los hechos, todo decir es poco.

El lector que desconozca a muchos de los nombres propios aquí aludidos (y nosotros los desconocemos) podrá sustituirlos plausiblemente por otros de pelaje afín, reconocibles en su diócesis o nación: en la Iglesia post-conciliar sobran actores para tan indignos roles. La "trenza" de los eclesiásticos empinados y los más prominentes medios de prensa eclesiales, a su turno también silentes respecto del sacrilegio perpetrado, resulta evidente. Podrá también adivinar el lector que el finado Gallo se alista con pleno derecho en esa raza de eclesiásticos "de la calle", militantes ostentosos de las "periferias existenciales", prestos a denunciar las consecuencias de la opresión económica pero mudos en lo tocante a la opresión del orden natural: ni una sola exhortación se les escapa a propósito del fomento publicitario de las aberraciones sexuales, el aborto, el embate contra la familia, etc., y esto mismo es lo que los hace tan mimados por los medios. Alguien, haciendo un balance de los casi tres meses de pontificado de Francisco, señaló su coincidencia a este respecto (coincidencia en una tonalidad más morigerada, más adecuada a la dignidad del cargo, podría decirse con doliente ironía). Pese a las protestas del Papa en este sentido, la Iglesia se reduce así a una ONG piadosa y, a la postre, encubridora de la vastedad de los males que asolan al hombre: esto es justamente lo que pretende la plutocracia orbital. Pero vayamos al texto:

Andrea Gallo y la fallida percepción de la dignidad sacerdotal. ¿Le quedaba claro a Andrea Gallo -o le había sido aclarado de alguna manera- que nosotros, los sacerdotes, poseemos una dignidad superior a la de los ángeles (Cf. S. Tomás de Aquino, IIIa, q.22, art.1), habiendo sido llamados a celebrar el sacrificio Eucarístico, memorial vivo y santo de Dios encarnado, muerto y resucitado? Aparte de las obras de los sociólogos comunistas, ¿Andrea Gallo ha leído algún libro de teología o de patrística en su vida? Fuera del arzobispo de Génova Angelo Bagnasco y de sus eminentes predecesores Dionigi Tettamanzi y Tarcisio Bertone, ¿tuvo este cura alguna verdadera y autorizada figura episcopal, y algún buen formador que le explicase con las palabras de Gregorio Nacianceno que «el sacerdocio es venerado incluso por los ángeles» (cf. Sermo 26 de Sanct. Petr.)? Y del sacerdocio, que tanto a él como a todos nosotros nos ha sido dado sólo en comodato de uso, no por nuestro mérito sino para servir a la Iglesia y al Pueblo de Dios, en concreto, ¿qué ha hecho Andrea Gallo bajo los ojos de todos, públicamente, por años y años? De este cura que transcurrió la propia existencia de manera algo confusa, todos tenemos siempre vivo el recuerdo humillante y embarazoso de un ideólogo y un demagogo que ha concurrido más a dividir que a unir, haciendo uso retorcido del Evangelio para sostener la propia ideología marxista, más que usar el Evangelio para liberarse a sí mismo y al Pueblo de Dios de las devastaciones que desde siempre han producido las ideologías.
    No me han escandalizado nunca las extravagancias de Andrea Gallo, acaso porque de nuestro clero puede esperarse aún más y peor. Me escandalizaron, en cambio, su obispo y sus predecesores, que nunca tomaron  providencia alguna a su respecto. Jamás se aplicaron sanciones canónicas a este clérigo que los cánones los ha violado a todos, junto a las reglas más básicas del cristiano y del buen comportamiento sacerdotal. 
    (Refiriéndose a una carta que le envió tiempo atrás al Arzobispo de Génova, jamás contestada por éste): entiendo que para ser dignos de atención de parte de un cardenal de estos tiempos es menester ser un rabino hebreo o un imán musulmán, porque en tales casos las respuestas llegan pronto, amables, ecuménicas e interreligiosas. El sentido de aquella carta es más que comprensible: cuando la autoridad está completamente privada de aquel pulso evangélico y católico -lo que, de hecho, la priva de toda credibilidad- no queda otra cosa que la calma y respetuosa tomadura de pelo. Aquellas tomaduras de pelo a la San Felipe Neri, entiéndase, profundamente católicas y apenadas, cuanto más irónicas aparecen en la forma.
    El vergonzoso e indigno teatrito de aquellos funerales ha ofendido a la Iglesia, su doctrina católica y la dignidad de los verdaderos creyentes. Una obscena pasarela de gays, transexuales, anticlericales, comunistas irreductibles ideologizados hasta la médula y agresivos libertinos de los centros sociales que hegemonizaron la triste escena, cosa por otro lado fácilmente previsible y que justamente por esto debía ser prudentemente evitada. Un desfile de todo aquello que no es, pero que sobre todo exige de manera decidida -y a menudo también violenta- no ser católico.
    Estupenda la despedida del cabaretero hebreo Moni Ovadia, agnóstico declarado y orgulloso que no cree en la religión propia y tanto menos en la de los otros. Un Ovadia afectado por evidentes cortocircuitos psicoanalíticos dados por el hecho de que por una parte se proclama agnóstico y por la otra ingiere comida kasher, es más, glatt kosher. Grotesco más allá de todo límite, cuando refiriéndose al difunto nos aseguró: "soy hebreo y agnóstico, pero para mí Gallo resucita". De este saltimbanqui que juega a ser asquenazi y que para los rabinos ortodoxos es como humo en los ojos (...) nos hemos tenido que sorber también una "lección" de dogmática trinitaria: «Andrea -dijo Ovadia con demencial seriedad- alcanzaba a ser uno y trino».
El aceite de vaselina de L´Osservatore Romano, la grasitud de L´Avvenire, la patinosa despedida de Radio Vaticana a Andrea Gallo. La verdadera vergüenza es todo aquello que de octavado, de grasiento y de untado de aceite de vaselina han escrito L´Osservatore Romano dirigido por Giovanni Maria Vian y L´Avvenire dirigido por Marco Tarquinio, que en el diario de los obispos de Italia le permite pontificar a aquel pequeño heresiarca de Enzo Bianchi, impidiéndole al mismo tiempo a un estimadísimo hermano nuestro, el eminente teólogo y filósofo metafísico Antonio Livi, el contradecirlo tranquilamente e indicar lo obvio: la de Enzo Bianchi no es teología católica. Es más: puede ser, y es -agrego yo- auténtico veneno, especialmente para las mentes jóvenes. En particular para aquellos que se están formando para el sacerdocio y que sólo ciertos obispos nuestros, a esta altura fuera de la gracia de Dios, pueden mandar a hacer retiros espirituales a la comunidad catoprotestante de Bose antes de impartirles los sagrados órdenes. Para no hablar de la resbaladiza despedida de Radio Vaticana. Estamos de veras vueltos del revés...
    Esta suma de vergüenzas se edifican sobre una trágica realidad: vivimos en una Iglesia reducida ya a una total inversión, donde el bien se convierte en mal y el mal en bien, la heterodoxia en ortodoxia y la ortodoxia en heterodoxia a condenar y perseguir.
    (Acerca de un libro enviado al card. Bagnasco junto a la carta arriba citada, libro en el que el autor analiza el proceso de inversión eclesial en vigor): Estoy seguro y confío que, cuando Su Eminencia haya aprendido a leer, aquel libro lo leerá. Cuando haya aprendido a escribir, me responderá como conviene a un gentilhombre llamado también "Príncipe de la Iglesia". De hecho, yo no mido el espíritu principesco sobre la base de los títulos o de ciertas dignidades honoríficas, por las cuales cada vez más son los curas y obispos en carrera que venderían el alma al diablo. Lo mido en base a la buena educación y al devoto servicio tributado a la Iglesia, en nombre del cual es menester a menudo tener la fuerza de exhibir atributos viriles para marchar contracorriente y para asumir la dolorosa responsabilidad de no gustar a las masas.
Cuando una concelebración eucarística presidida por un obispo arriesga convertirse en un lupanar sacrílego en el cual Cristo se reduce a menos que un pretexto para desahogar el ego ideológico de los heréticos de primera línea. Como sacerdote que vive la liturgia como un sacro misterio que pertenece a la Iglesia y no ciertamente a mí, que soy sólo un devoto siervo, y no patrón o primer actor, he vivido como un verdadero golpe bajo aquella procesión filmada de curas "transgresores... excéntricos... desobedientes... progresistas... arco-iristas... filocomunistas..." capitaneados por aquella otra notoria sordidez sociológico-demagógica de Luigi Ciotti, cuya despedida durante la sagrada celebración fue -como le es usual- una algazara de sociología política privada de teología, privada de doctrina, embebida de buenos pensamientos sociales a los cuales Cristo y el Evangelio hacen desde siempre secundario detalle como marco de muy otro cuadro. ¡Qué tristeza esas bandas variopintas multicolores de los curas pacifundistas prestos siempre a despedazar a sus hermanos ligados a la sana ortodoxia católica, vestidas sobre la casulla en lugar de sobrias y consonantes estolas violetas, como prevé el rito y la liturgia de las exequias fúnebres! ¡Qué desolación, aquella otra indecente vergüenza del sacerdocio de Vitaliano Della Sala, cura filo-homosexualista formato no-global, que declaró: «la de Don Gallo es la verdadera Iglesia»! ¡Cuánta ignorancia cristológica, cuánta pública herejía tolerada por nuestro débil y medroso episcopado italiano! ¡Pobres curas fracasados fabricantes de fracasos y de quiebras eclesiales, grotescos sobrantes sesentayochescos de sumidero, pertenecientes a la "religión" de un no mejor precisado "lo social", a la "religión" de la ideología...!
Gallo vistiendo el arcoiris
Ante los pecadores públicos yo no me bajo los calzones, como el cardenal Bagnasco, por temor al juicio de los medios y a las reacciones de los integralistas laicos. Los amo con cristológico corazón sacerdotal e intento trabajar por la salvación de sus almas. ¡Si aquel que se ha bajado los calzones y presidido este teatro funerario porcino ha sido el presidente de los obispos de Italia, imaginémonos a los otros obispos nuestros! Yo vivo en el mundo real, al contrario del Cardenal Angelo Bagnasco que vive en el propio palacio feudal circundado por devotos y complacientes secretarios y colaboradores, a los cuales no les pasaría jamás por la mente decirle en conciencia al propio poderoso prelado: «creo que esto es erróneo, pero dicho esto decida Usted como mejor le parezca porque Usted es la autoridad episcopal y, a menos que no me ordene cosas contrarias a la doctrina y a la moral de la Iglesia, yo, que no pienso como usted, justamente por esto seré el primero en obedecerle».
(En referencia a un grupo de transexuales sudamericanos que asistían los domingos a la misa que el autor celebraba en una basílica romana, situándose siempre al fondo del templo, no osando presentarse a recibir el Santísimo Cuerpo de Cristo y pidiendo, en cambio, la bendición al final de la misa): Quisiera hacer notar al Arzobispo Metropolita de Génova la sustancial diferencia que corre entre estas almas sufrientes y atormentadas, que a menudo mantienen con su trabajo de prostitución enteras familias  en sus propios países de origen, conscientes de que su modo de vida no está bien y es muy errado, y el arrogante trans Vladimiro Guadagno, llamado Luxuria, ideólogo que roza el integrismo, fiero y orgulloso y, sobre todo, no contristado en absoluto con su propio estilo de vida. Estas personas, notoriamente repletas de un ego narcisista, desordenado y orgulloso, agresivo allende todo humano límite hacia cualquiera que no ose pensar como ellos, parecen no tener claro que la «inclusión» procede de Cristo y que la verdadera Iglesia es la de Cristo, no ciertamente aquella "de base... de plaza... alternativa... desobediente... arco-irista" de Andrea Gallo. El problema es que a estos ideólogos del transgender no les interesa que la Iglesia les abra las puertas. Ellos quieren que la Iglesia se abra de piernas, posiblemente de la parte posterior, para poder infiltrársele y destruirla con simiente venenosa. Obviamente en nombre de una extraña caridad evangélica y de una no mejor precisada inclusión y misericordia.
¿Sabe Luxuria qué significa y qué suponga en sentido eclesiológico y esjatológico «abrir las puertas a Cristo» para ser acogidos por Cristo y por la Iglesia, su cuerpo místico? Supone ante todo acoger a Cristo y a todas las reglas de vida contenidas en su mensaje de salvación, y no ciertamente pretender subvertir los mandatos de Dios para ir al encuentro de los caprichos de la cultura gender y de los graves desórdenes humanos y morales de ciertos sujetos, que no reclaman de hecho inclusión, porque en los hechos concretos sólo aspiran a derribar las puertas para tomar posesión de la casa cristiana según sus condiciones, en el mayor desprecio a aquellas que son las reglas dictadas por la divina revelación.
¿Sabe Luxuria que la Iglesia debe efectivamente acoger, pero al mismo tiempo debe evitar que los lobos rapaces hagan irrupción en el redil donde el buen pastor tendría que custodiar y proteger las ovejas que el Señor le ha confiado? ¿O acaso debemos hacernos destruir el redil y devorar las ovejas porque los lobos disfrazados de corderos vienen a hablarnos de inclusión, invitándonos a tomar ejemplo de los Gallo, los Ciotti y los Dalla Sala que han servido tan mal a la Iglesia, con tan perentoria invitación a pedir disculpas hecho junto a nuestros altares, todo proferido por otro exponente de aquellos que reivindican el "sacrosanto" derecho a  transformar a la Esposa de Cristo en una prostituta, para que pueda corresponder a la desoladora imagen y semejanza que ellos le han hecho de casa de tolerancia transgender?
Quizás a esta altura, al Cardenal Angelo Bagnasco no le quede más que ir a celebrar un solemne pontifical directamente al Gay Village con Luxuria, que haga de madrina en la manifestación con todas las inclusivas transgender disfrazadas de corderitos rosa (...) Con la debida y caritativa misericordia, en vez de esconder la cabeza bajo la arena como los avestruces, entre una inclusión y otra, échese una mirada a ciertas repetidas imágenes desacralizantes del gay pride para tener idea del índice de respeto hacia la ajena fe y el ajeno patrimonio de sacralidad que alberga en aquellos que pretenden hacerte arrastrar a la cárcel por homofobia si sólo osas simplemente no compartir su género de vida, forjado en el evidente desorden humano y moral.
La pecadora pública fue perdonada por el Redentor porque estaba arrepentida y porque cambió de vida. No devino ciertamente paladina e ideóloga pre-cristiana de la Asociación de las Libres Prostitutas para la liberalización y la legalización del meretricio, en nombre del Cristo resurgido, inclusivo y misericordioso. ¿Debo justamente yo invitar al Presidente de los Obispos de Italia a leer bien y con atención aquel Evangelio del cual él es el supremo maestro en su calidad de sumo sacerdote? 
Finado e impenitente Gallo
Aseguro mis sinceras plegarias al cardenal Angelo Bagnasco, porque temo que junto al alma de Andrea Gallo hoy se deba empezar a pensar en salvar también aquella de su obispo, presidente también de los obispos de Italia, que hoy mismo, en su propio presbiterio, puede exhibir a otro célebre, impune y ¡ay de mí! intocable ideólogo: Paolo Farinella. En tiempo y lugar, ¿acaso debamos esperar otra fanfarria de gentuza de hostería y de pornográfico burdel transgender, con ruidosa escolta de jóvenes porreros de centro social que hegemonicen también, a puño cerrado y en alto, la escena de los funerales de esta otra vergüenza del sacerdocio, con la turba ebria de ciega ideología que dentro de la Casa de Dios renueve todavía el inhumano grito sacrílego: «¡Barrabás...! ¡Barrabás...!», obviamente en nombre de una no mejor precisada inclusión, caridad y misericordia?
Fuente: http://www.papalepapale.com/develop/dopo-i-porno-funerali-di-gallo-autopsia-di-una-chiesa-suicida-nella-persona-di-bagnasco-angelo/



La innoble recua invitada paga las atenciones del pastor felón: ver imágenes aquí. 





martes, 4 de junio de 2013

NOTAS SOBRE EL «SALIR LA IGLESIA DE SÍ MISMA»

A distancia de unos pocos días de la elevación de Bergoglio al trono petrino, las agencias de noticias salieron a ventilar el discurso que, pronunciado por el mismo ante la congregación general de cardenales previa al cónclave, habría presuntamente inclinado las voluntades de muchos de éstos para su elección. Se trata del ya célebre discurso de las «periferias existenciales» a las que la Iglesia debía acudir, según afirmaba el cardenal finisterrano, en un «salir de sí misma» para hacerse creíble. Muy similares, calcadas razones, expuso posteriormente -ya en tanto Papa- en su primera audiencia general, el 27 de marzo pasado y ante quince mil asistentes en la plaza San Pedro.

Ponemos entre paréntesis el que el Señor, en su sermón de la Última Cena, hizo estribar la credibilidad de la Iglesia en su unidad (unidad que es fruto de la caridad fundada en la fe, que es única, como Dios es Uno). Por esta unidad de los suyos imploró al Padre: ut omnes unum sint, que todos sean uno para que el mundo crea. Lo que nos sorprende no es ya ese desplazamiento sustitutivo de los motivos de la credibilidad otorgada a la Iglesia -podría decirse que el uno supone al otro, y la caridad a la unidad, siempre que la praxis de los creyentes esté inspirada en auténtico amor sobrenatural, y no se reduzca a filantropía prometeica o a lisonjero sonsonete humanitario-, sino la fortuna de una expresión a todas luces tan equívoca como «salir de sí misma», de la que habría pendido el crédito otorgado por los purpurados al futuro papa. Francamente, el encomio que voceó el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, señalando que «el cardenal Bergoglio hizo (en la congregación general) una intervención que me pareció magistral, esclarecedora, comprometedora y cierta», entregándole después de su elección y «con delicadeza extrema», de su propio puño y letra, el texto entonces leído, nos parece lo bastante hiperbólico como para advertir en el purpurado isleño, por lo menos, un temperamento asaz impresionable. La verdad es que no estamos ante una pieza de oratoria sacra digna de indefinida memoria, sino ante una alocución bastante llana y pedestre no exenta de lunares, que sería menester examinar sin fáciles complacencias.


Nos detendremos en el «salir (la Iglesia) de sí misma», expresión que reclama precisiones que nunca fueron dadas. Hay, por empezar, un fenómeno de orden místico como lo es el éxtasis (que es una gracia gratis data, es decir, que no implica la santidad del paciente, ni la produce per se) que etimológicamente significa eso mismo: «salir de sí». En un sentido más lato, y acaso en alusión a ese feliz enajenamiento espiritual, puede decirse de toda tensión hacia el Dios trascendente experimentado por la criatura en su inmanencia, incluida la Iglesia como sujeto patiens. Que, como dimanada de aquella primera «salida», y en inexcusable referencia a ella, el fiel cristiano y la Iglesia deban verterse hacia el prójimo, se deduce fácilmente de aquella enseñanza de Cristo que, habiendo resumido los diez mandamientos en dos, y después de exponer claramente cuál sea el primero, señaló con feliz y sapientísimo laconismo el que secundum autem simile est huic. Esta es, a la postre, la nota óntica en que descansa la ética.

En esto no habría objeción que hacer, a no ser que se propicie la inversión causal que pondría al mandamiento del amor al prójimo como fuente y origen del amor a Dios. El giro antropológico -o más bien antropocéntrico- de la novísima teología induciría a este nefasto error, que nos deja finalmente sin Dios y sin prójimo. Pero hay un ulterior sentido erróneo que, a menudo colusionado con aquel, propende a la destrucción misma de la Iglesia, lo que hace más premioso el despejar los equívocos ínsitos en el dudoso giro verbal. Concretamente, la invitación a «salir de sí misma» puede implicar, aunque disuene en los labios de un pontífice, la tentación de la apostasía, de la mutación sustancial, del dejar de ser. Vendría a ser algo así como el programa renunciatario de una Iglesia que padece, desde hace ya varias largas décadas, un penoso complejo de inferioridad ante el mundo moderno. Y que, avergonzada ya de ser tierra firme quisiera asumir las oscilaciones marinas, el fragor del oleaje y la levedad de la espuma, junto con los cantos de sirena de las sucesivas modas de pensamiento.

En la segunda edición italiana del Iota Unum, de Romano Amerio, se incluye un post-facio de su discípulo Enrico Maria Radaelli que parece haber sido escrito en previsión de esta imprecisa exposición bergogliana con varios años de lúcida anticipación. Al exponer el pensamiento de su maestro acerca de la confianza última en la imposibilidad de variación radical de la Iglesia (fundada en las dos promesas que le hiciera su Fundador: la del non praevalebunt y la del Ego vobiscum sum omnibus diebus), aduce que

la opción por otro fundamento es católicamente absurda. Primero, porque el salir la Iglesia de la Iglesia significa propiamente apostasía. Segundo, porque como dice I Cor. 3, 1, «nadie puede poner un fundamento distinto de aquel que ha sido puesto, que es Cristo Jesús. Tercero, porque no es posible refutar a la Iglesia en su ser histórico, que en su continuidad fue apostólica, constantiniana, gregoriana, tridentina, y sortear programáticamente los siglos, como confiesa querer hacer el p. Congar: "le dessein est d´enjamber quinze siècles". Cuarto, porque no se puede confundir la salida misionera de la Iglesia en el mundo con la salida de la Iglesia fuera de sí misma. Esta última es, de hecho, un pasaje del propio ser al propio no-ser,  mientras que la otra es la expansión y la propagación del propio ser en el mundo.

Amerio efectivamente estima que la Iglesia no ha de perderse y no pasará la frontera absoluta mientras la verdad que enseña sea sólo contrariada -como ocurre en el caso de doctrinas que contradicen la doctrina "de la sustitución", o aquella de la exclusividad de la gracia en la Iglesia, único "sacramento de salvación", o aquellas sobre la libertad de culto para las falsas religiones-, pero cree más bien que ésta pueda perderse y degenerar sólo en tanto la verdad resulte herida hasta su remoción, o abrogación, en la negación y el rechazo incluso mínimos de cualquier anterior enseñanza sobre un cierto artículo.

Aquellos dos juramentos del Señor arriba citados «aseguran de parte de Dios que la verdad (=la Iglesia) no puede salir de la Iglesia, y aun que ni siquiera pueden realizarse las condiciones inmediatas de su salida, ya que el verificarse las condiciones inmediatas de salida sería ya una salida; y las condiciones señaladas por Amerio son: abrogar, anular el dogma con positivas, públicas y claras formulaciones teoréticas deliberadamente pensadas y formuladas como tales desde el Trono más alto».

Esto mismo lo creemos así: lo exige la doctrina de la infalibilidad. Lo que no nos exime de tener que soportar, para nuestra prueba, el aluvión de ambigüedades que destiñen el ministerio docente de la Iglesia. Como una particular extensión de las tesis inclusivistas-latitudinarias muy en boga, el embate contra el Logos alcanzó a la mismísima Cátedra de Pedro, no ya bajo la forma de una improbable herejía formal, sino como enojosa, inquietante polisemia instalada en el magisterio menudo del papa.